viernes, 19 de diciembre de 2014

Cruz llora la muerte en El espanto seguro



“No quiero que me repitan que los muertos no pierden la

sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua”.
Federico García Lorca

Decía Vladimir Jankélévitch, que la muerte es una certeza. Esa figura ineludible que nos acompaña se distingue en El espanto seguro, obra de Francisco José Cruz, donde cada texto  refleja el miedo profundo que siente el poeta ante la posibilidad de dejar de existir.
El espanto seguro
Quizá tenía razón Ciorán cuando aseguraba que la muerte se presenta  únicamente a través de esta emoción. El espanto seguro, publicado por la Biblioteca Sibila y la Fundación BBVA  (2010), además de ser el título del libro de Cruz es un verso del poema “Lo fatal” de Rubén Darío: “Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror... / ¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto!”.
Nacido en 1962, Francisco José Cruz es defensor de la métrica y de la tradición del lenguaje poético, él ve a través de su fino oído que le permite componer con maestría versos de destacada musicalidad y además reconocer con rapidez un decasílabo, dodecasílabo o un alejandrino. Este autor originario de Alcalá del Río, Sevilla, fue amigo durante muchos años de Eugenio Montejo. En la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (Filuc) del año 2013, donde dictó su primer taller de poesía señaló a los asistentes que él de alguna manera le respondió a Montejo con su versión de “La mesa”: “Si una cosa de las que tiene encima / le dijera que siempre no fue mesa, / que sus patas fueron antes raíces /–aunque las tenga lisas, torneadas–, / lo negaría con todos sus clavos”.
Su poesía es música con sentido, que conmueve, cautiva e invita a desentrañar lo que ama y lo que teme. El génesis de El espanto seguro es una “Canción de cuna”, donde se abrazan la vida y la muerte: “Quizás te acostumbres / a tubos y a pruebas / antes de que a casa / conmigo te vengas. / Duérmete, mi niño, / pero no te mueras”. 
El poeta se presenta como hijo en “Alguna excusa” habla sobre su padre y la muerte que se aproxima y les demuestra que siempre fueron  dos extraños: “fueran los que fueran. Cuando no hubo dudas / de que en meses se nos moría mi madre / y él ya sólo deambulaba por la casa, // yo sabía que buscaba alguna excusa / con tal de hablar conmigo y desahogarse”. La memoria del escritor, emerge como un laberinto en  “Hasta el final”, mostrándonos su sufrimiento, la pérdida de su hermano y la imposibilidad de ayudarlo y  asimismo la dura “Despedida” de sus padres: “Una semana antes de morir mi madre / dejamos a mi padre en el hospital / con anginas de pecho descontroladas. / Ella en su cama, invadida por el cáncer, / y él de pronto ingresado de gravedad / cuando más necesitaba acompañarla.// Los dos sabían – cómo iban a engañarse– / que no volverían a verse jamás / aunque al despedirse lo disimularan”.
La genialidad de este sevillano se manifiesta en la musicalidad de sus versos, si leerlo es un gusto quienes lo hemos escuchado recitar sentimos que su voz es canto y sus poemas flamenco. Una muestra del ritmo que prevalece en sus escritos es  la “Canción de la carne”: “Tus carnes de medio siglo / y las mías de otro medio / mezclan un siglo de carne pletórico deseo / Arrebato irreprimible de grasas músculos nervios / de glándulas inflamadas donde se hunden los dedos”.
Por otra parte, la ceguera de Cruz lo lleva a capturar imágenes con su imaginación y su cuerpo, donde sus manos, dedos, olfato y oído son visor, obturador, diafragma y flash,  que le permiten componer versos que detallan una “Foto a un viejo león” como si estuviese frente a él: “Ya la jaula le queda grande / después de eterno diecinueve / años  entre férreos barrotes / indiferentes. // De sus propias herrumbres reo, / ruge o se queja por su muerte: / sabe que no son los barrotes / los que hoy le duelen”.  La“Vieja foto de estudio” donde aparece de niño o  a describir  “A una tortuga”: “Nunca se sabe / de entre qué piedras /del jardín sales, / pero pareces / piedra sonámbula cuando te mueves”.
Revelando los infortunios de la vida que según él está colmada de sombras  escribe: “Siempre a los otros les caen las desgracias /  –uno de esos tumores, por ejemplo, / que no dan ninguna esperanza–. // Siempre a los otros, mientras yo me dejo / llevar por mis afanes o rutinas / sin preocuparme de mi cuerpo”.
Para luego cerrar con una “Canción de sepultura” que enuncia cómo la existencia desaparece  del cuerpo: “Púdrete, amor mío, / que no hay más remedio, / púdrete sin mí, / que aún no me he muerto. // Púdrete, púdrete / dentro de tu sueño, / púdrete aunque yo / sin ti ya no duermo. // Púdrete, amor mío, / que no hay más remedio, / púdrete, púdrete / hasta el último hueso”.
Cruz nos muestra una obra prodigiosa, íntegra, que  hace visible, su mundo y sus miedos. En cada texto pareciera que podemos  reconocernos en un espejo íntimo y escuchar en la poesía: la  voz de la muerte, la pesadilla, la vejez, la efímera esperanza y llegar a creer  lo que decía Federico García Lorca “más fuerte que la muerte es el amor”.

@DiosceMartínez

lunes, 15 de diciembre de 2014

El ilusioniusmo escapista de M. A. Chávez


Un conejo nos habla: hasta ahí, todo normal.
Porque este libro nos explica el mundo alejándose de este (o, mejor, todo lo contrario). “Soy un conejo libre en el amplio sentido librepensador de la palabra”, se presenta, con ese humor, para concluir al final del capítulo: “Vosotros vivís en este patio. / Y el patio soy yo”.
Conejo ciego en Surinam
Miguel Antonio Chávez dispone un artefacto narrativo tan abierto y libre que el mundo y la literatura se deshacen y semejan la impronta que a menudo percibimos ante una obra de arte moderno, esa combinación de estética cool, espectáculo, “función humorística”, auto boicot de cualquier posibilidad de sentido –o frivolidad o tomadura de pelo duchampiana—, y vacío o, también, al fin y al cabo, nada; aunque, esta sí, una “nada” cargada de sentido, porque refleja extraordinariamente bien el mundo en que vivimos. En muy poco expresa la esencia de nuestro tiempo como no podría hacerlo, de ninguna de las maneras, una obra literaria realista o genérica.
“El conejo” de este autor ecuatoriano, joven nacido en 1979, es la avanzadilla de las emociones, muestra uno de los posibles caminos literarios que tomar, está en vanguardia, tomando ventaja sobre otras literaturas. Cierto que, de algún modo, combina surrealismo, publicidad, dibujo animado, absurdo, distintas poéticas y géneros, pero lo hace para convertir esta novela en “arte”; y se trata de un “arte” que es de una manera que las novelas no suelen serlo.
El resultado del artificio es un cuadro que resulta bello para la imaginación –aunque renunciando a la belleza en sí, como toda obra de arte moderno— y también es bello para el pensamiento. Vendría a ser como una alegoría de Monterroso pasada por Disney y convertida en una instalación de Cildo Meireles; o como Alicia en el País de las Maravillas pintada por Roy Lichtenstein para “decorar” los interiores de un parque tecnológico-astrofísico o la catedral de Notre Dame. Un disparate maravilloso.
Resulta fascinante la libertad creativa con la que opera Miguel Antonio Chávez. Y cómo hace uso de esa libertad (con qué libertad, valga la redundancia). En Conejo ciego en Surinam vamos observando cómo el relato atraviesa pequeñas fases por distintos géneros, del tinte romántico al de espías a la intriga política a la fantasía…, justamente como si, lo suyo, fuese un espectáculo y, también, como si ese espectáculo lo fuera de magia: de ilusionismo y escapismo.
Todos los fans de Javier Tomeo deberían leer este libro.  

@NicolasMelini

miércoles, 10 de diciembre de 2014

La parte real de Fresán


Si bien el motivo del escritor que se observa a sí mismo y al oficio que realiza se cuela con frecuencia en los libros de Rodrigo Fresán, en el caso de su más reciente novela, La parte inventada, el tema ofrece una excusa inmejorable para un titánico proyecto de 566 páginas de longitud que aspira hacia la obra total, sin extremas grandilocuencias, pero con el ímpetu de pocos trabajos desde el siglo XIX.
La parte inventada
Alternando la infancia de El Escritor con su presente de nostalgias por glorias pasadas, La parte inventada deslava múltiples digresiones en un argumento mínimo donde el protagonista intenta terminar sus memorias, mientras El Chico –que no lo admira realmente pero que también quiere convertirse en escritor para enamorar a La Chica– realiza un documental sobre su vida y obra. A través de la reflexión propuesta por una bella frase en la novela que describe al pasado como “un juguete roto que cada quien arregla a su manera”, Fresán establece un vínculo entre el título de la novela y un símbolo que repite varias veces, el mismo que la editorial Random House ha colocado en la portada. Se trata de un pequeño hombrecito de hojalata con una maleta al que hay que darle cuerda. No me cabe duda que este juguete representa al personaje de la ficción y que la acción de darle cuerda es una metáfora del oficio de escribir, en el cual el autor echa a andar una serie de situaciones e imágenes que permiten descubrir desde la fantasía asuntos de la realidad. Incluso, si puede asumirse que el hombrecito/personaje es una alegoría de los seres humanos, también debería hacerse lo propio con el mecanismo que acciona su movimiento, al que podríamos identificarlo con la misma literatura, una herramienta cuyo objetivo es complejizar las experiencias de la vida para que esta deje de percibirse como una truculenta carrera hacia la muerte. Es esta alegoría que Fresán esconde en el centro de la frase con que titula su libro, la parte inventada, “que no es, nunca, la parte mentirosa, sino lo que realmente convierte algo que apenas sucedió en algo como debió haber sucedido”.
Relacionado con la imagen del juguete de cuerda, como la gran magia que opera dentro la mente del autor/demiurgo está el símbolo de las libretas de apuntes de El Escritor –“libretas que (…) le producen el frustrante desasosiego de quien intenta recordar sueños y encontrarles algún sentido”–. En estos cuadernillos, tanto El Escritor como El Chico –cada cual a su manera– reproducen series de falsos comienzos y argumentos inacabados que no solo muestran las obsesiones pertinaces del oficio de las letras sino que sirven como comentario también de la esterilidad de la vida real del personaje y evidencian que este tampoco sirve para desarrollar la vida inventada.
Obra de pretensión totalizante, La parte inventada se fundamenta sobre la misma idea de la escritura como monomanía que inauguró Edgar Allan Poe hace dos siglos gracias a un estilo fragmentado y de constantes divagaciones.
La fragmentación experimental de la novela permite a su argumento saltar entre situaciones, así como también entre el pasado y el presente y de la reflexión íntima a la pública. Un ejemplo de esta se halla en las páginas donde se reproducen en la letra tipo Serif párrafos enteros de los capítulos tomados de las memorias que está pergeñando El Escritor y se mezclan con las ideas y recuerdos –anotados en Times New Roman, como el resto del volúmen– que no figuran en el manuscrito. Esta estrategia permite al lector jugar con la idea de que unos personajes se mueven a placer entre la parte inventada y la vida real.
En cuanto a la materia de las divagaciones, que permiten a Fresán resumir sus propias opiniones sobre la literatura y quienes la ejercen se encuentran de dos tipos: las que se desdoblan sobre el argumento y las preocupaciones artísticas. En las primeras, los recuerdos infantiles se mezclan con la cotidianidad del trabajo de pergeñar ideas sobre papel (o en la pantalla del computador) y, en las segundas, el asunto literario se estudia por medio de reflexiones sobre la banalización del mercado editorial, las ventajas de resemantizar el papel que juegan los autores en sus comunidades y la necesidad de profundizar el espíritu crítico de la sociedad.
Es en estos tres últimos puntos que Fresán se vuelve más prolijo en reflexiones y, con la intención de criticar a la literatura ready-made, el autor nacido en 1963 anota en un pasaje que los editores jóvenes “llevan una vida muy parecida a la de los escritores de los años veinte, de fiesta en fiesta; mientras que los escritores maduros de ahora somos más como los editores de los años veinte, como Maxwell Perkins: de casa al trabajo y del trabajo a casa haciendo el menor ruido posible”. Apenas unas páginas después arremete también contra la sociedad, quejándose de que “la gente lee cada vez menos y, por lo tanto, lee cada vez peor”, antes de clasificar al contemporáneo como lector “silvestre” y colocarlo en contraposición con el (deseable) “lector sofisticado”.
He aquí el detalle: Si el lector, digamos, no quisiera reconocer ningún acierto a la titánica y compleja obra que presenta Fresán, al cerrar el volumen tendría, por lo menos, que aceptar que La parte inventada es un muy buen intento de encajar el ensayo sobre los usos de la literatura con una narración. Por eso es exitosa donde muchos ensayos apocalípticos sobre la lectura se caen, en la forma. Cierto que esta narración se trata de la historia de un escritor que quiere ser todos los escritores pero que termina siendo una versión –mejorada, diría él– de Fresán mismo, pero es que tanto en su concepción como novela como en su vertiente ensayística el libro llama a la reflexión sobre el estamento cultural en el que se mueven los contenidos simbólicos de nuestra época. Si el lector se limitara solo a aceptar esta idea , sospecho que el autor argentino vería cumplido su más crasa intención.

@michiroche

lunes, 8 de diciembre de 2014

Y ahora le tocará al idioma inglés


La Feria Internacional del Libro de Guadalajara cerró con saldo a favor y presentó al invitado de honor para su próxima edición: Reino Unido, nación que ya inició un intercambio con el país de Octavio Paz a través del programa de colaboración cultural “El Año Dual del Reino Unido y México en 2015”.
La estafeta de la feria que durante la edición que acaba de finalizar estuvo en manos de la delegación Argentina, pasó el domingo a manos de Lena Milosevic, directora del British Council México, junto con Justin McKenzie Smith, Encargado de Negocios de la Embajada Británica.
Argentina fue la invitada  de la XVIII FIL Guadalajara
© FIL/Marte Merlos
Pero con esta alianza bilingüe las buenas noticias solo comienzan. Según las cifras aportadas por los organizadores del evento, se estima que este año asistieron 767.200 personas, casi 20.000 más que e año pasado. Unos 650 autores, provenientes de 32 países –la mayoría era de Argentina, por supuesto, aunque Chile y Brasil también contaron con delegaciones numerosas– en una extensa grilla de programación que incluyó los homenajes a Gabriel García Márquez, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Federico Campbell, Emmanuel Carballo, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Ernesto Flores, además de los múltiples premios y reconocimientos entregados a Claudio Magris, Inés Fernández, Elsa Ramírez Leyva y Sixto Valencia Burgos, sólo por citar algunos.
En el área de los negocios es donde hay mejores nuevas: Según datos de los editores, este año se tuvo un volumen estimado de negocios cercano a los 41 millones de dólares, entre ventas directas al público y transacciones profesionales. Esto demuestra que la FIL es la mayor plataforma editorial del continente, no solo porque asistieron este año 20.393 profesionales del área, sino porque su Salón de Derechos sigue consolidándose como un foro idóneo para gestar negocios editoriales en el cual se reunieron 120 empresas de 29 países y tuvieron alrededor de 3.250 citas de negocios.
El Área del Libro Electrónico que el año pasado brilló con luz propia, en esta edición bajó el tono de la pantalla y se le relegó a una esquina apenas del Área Internacional de la FIL. Sin embargo, reunió al nada despreciable número de 26 empresas, al tiempo que por segundo año la FIL integró un quiosco colectivo de publicaciones de seis editoriales en Braille.
Tales estadísticas –y las que faltan por contabilizar– permiten afirmar que la FIL es el encuentro librero más importante en español y una vitrina inigualable para las letras iberoamericanas.

@michiroche

viernes, 5 de diciembre de 2014

El lejano oeste queda en Casalta


“La acrópolis oficial sobrepasa
las concepciones más colosales de la barbarie moderna”.
Rimbaud

Como hace Charles Baudelaire con París en su poema “A una transeúnte, como los escritos sobre  New York de E.B. White, como Ricardo de Carvalho Duarte Chacal y su São Paulo, Alejandro Castro construye una relación entre poesía y ciudad. El autor venezolano con un lenguaje osado y crudo, no solo versifica a Caracas sino que desnuda su violencia y su soledad.
A sus veintiocho años, Castro se desempeña como docente en la Universidad Central de Venezuela y es conocido en el mundo literario nacional, no solo por ganar el Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila (2010) o porque su más reciente poemario Lejano oeste (2013) fue escogido como Libro del Año 2014, sino por proclamar un Ars poético que defiende  a la homosexualidad. Pero, aunque sus textos reivindiquen la deuda que tiene la poesía nacional con la literatura gay, sus textos no se centran  exclusivamente en lo homoerótico, ya que su obra abarca por igual temáticas como la política, el poder, el barrio y la ciudad.
El lejano oeste
Un claro ejemplo es El lejano oeste, publicado por Bid & co. en 2013 donde Castro, desde sus experiencias íntimas, escribe un libro constituido por cuatro cuerpos, que dejan ver su madurez como poeta: “Casalta”, “Textículos insurrectos”, “Monstruación” y “Vísceras de soledades”. El lugar al que alude el título del libro no queda en Estados Unidos, con los duelos entre indios y vaqueros que muestran los western sino que, según el autor, se encuentra en la urbanización popular Casalta de Caracas: “Tengo que sobrevivirte / entre los perros que de madrugada / profieren la música del odio. / Debajo de las balas encima de la ciudad / día tras día Casalta tengo que sobrevivirte / Pero te llevaré conmigo Casalta irremediablemente / con pañales en el balcón y las aceras”.
Las representaciones del entorno urbano han sido una constante en la poesía. En esto no se equivoca  el poeta catalán Pere Pena, cuando afirma que “existe una forma de pensar la poesía desde la ciudad, pero también existe una forma de pensar la ciudad desde la poesía”. En los poemas de Castro se hacen explícitos mediante un lenguaje crudo,  los excesos de la capital que habita, los enfrentamientos entre delincuentes cada noche, el bullicio y la música que sirve como medio para desatar “en los cerros” el desenfreno y el caos. Ello se observa en los versos de una “zona tórrida” que nada tiene que ver  con la que recitaba Andrés Bello –“que otros canten la grandeza indómita / de ser pobre y bueno / yo sé la violencia que cabe en dos días / perrea mami perrea”– y asimismo se escucha un franco rechazo a la ciudad, un repudio que revindica las Villes del siempre joven Arthur Rimbaud cuando decía que las urbes sobrepasaban las concepciones de la barbarie moderna.
Los caraqueños silenciosos y recatados que detallaba Arístides Rojas en sus crónicas, quedaron en el olvido, ahora “se respira odio” en medio de multitudes  que gritan y se empujan, es así como Castro revela en el poema “Pérez Bonalde”, el estigma de la ciudad que marca al individuo: “Caracas toda penuria la maldita / circunstancia de estar rodeada de / montañas sin nombre y la pobreza / te mira no te abandona no te deja / mirar la pobreza  en todas partes un estruendo / un asesino un rancho / un montón de basura”.
En “Textículos insurrectos”, el segundo cuerpo del libro, declara con un lenguaje osado la libertad de poder amar a otro hombre sin tener que esconderse, disimular o inscribirse en la marina: “ahora que las manos nos pertenecen / que otros osaron decir el nombre del amor que / que amamos / y hay ciudades enteras que nuestros abrazos / no perturbarían / y buenas costumbres también para nosotros”. Y también la homofobia,  escondida en eufemismos como “pato”: “Papá, cuando sea grande / quiero ser pato. / Caminan raro, pero cómo nadan” o en las malignas comparaciones cotidianas: “No recuerdo si quería un juguete / un helado o regresar a casa, insistí. / la respuesta, en cambio, no la olvido: «más fastidioso que marico pidiendo un beso»”.
Mientras que en “Monstruación”, a través del habla poética muestra  un híbrido, un él/ella, un hombre con alma femenina pero “con pelo en el pecho”: “uno en realidad es más que uno / lo sabe bien pero qué angustia”, “me hago la loca pero soy un hombre / qué vergüenza / tan bruto desesperado”. Además de concluir  que todos tenemos en común el ser diferentes: “Estoy absolutamente dispuesto a recordarle / a cada gordo negro judío feo / enano bruto viejo indio bizco / calvo zurdo pobre etcétera / y etcétera que compartimos bando”.
Con el fulgor de quien desnuda sus sentimientos, Castro desea, sufre, siente miedo y debilidad por estar enamorado. Finaliza su libro con “Vísceras de soledades”, donde enuncia sin disimulos: “No escribiré un soneto sobre tus doradas hebras / ni contaré en secreto los lunares de tu espalda // para que el tiempo haga su trabajo”, exhibiendo del mismo modo el desamor y el despecho: “Mírame ya no puedo equivocarme / soy invencible // a ti voy a quererte como Gorgona”.
Siendo el motivo urbano el principal hilo conductor de El lejano oeste y el ambiente que articula las relaciones entre sujeto, lenguaje y violencia Caracas se convierte en el escenario regido por el crimen y el sinsentido. Castro mediante la poesía parece también crear la necesidad de reconocerse en el otro: en el habitante de las barriadas, en el niño que crece rodeado de pobreza y en las multitudes que esperan al metro para ir a casa.

@DiosceMartinez
Diosce Martínez

jueves, 4 de diciembre de 2014

La lengua de Morábito


La frase con la que Fabio Morábito finaliza El idioma materno es un resumen cabal de todo el libro: “Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque sólo dejando de llorar se puede escribir”. Se refiere a que únicamente lejos de los sentimentalismos puede un autor estructurar su obra.
Antes de anotar eso, el escritor detalla la incapacidad que tienen los seres humanos de entristecerse hasta las lágrimas en un idioma distinto al que aprendieron en su casa. El texto que (de lo más predecible) se titula “El idioma materno” se refiere a la imposibilidad de exteriorizar las emociones en un registro diferente a la lengua de la infancia y, por ende, otorga un puesto capital a esta etapa de la vida humana en la escritura. Las 84 entradas del volumen editado por Sexto Piso giran en torno a las relaciones entre la escritura, la infancia del autor y, principalmente, las muchas maneras en que a estos los define el idioma, la lengua que hablan.
El idioma materno
Ninguno mejor que Morábito para conocer a fondo y divagar sobre estos asuntos. Nacido en el año 1955 de padres italianos en la ciudad egipcia de Alejandría y mudado a México 15 años después, este escritor es un ejemplo de literatura verdaderamente híbrida, porque ha debido aprender a hablar varias veces. Y su literatura se ha nutrido de ello, siempre cuestionándose cuál es el uso cotidiano y el intelectual del idioma. Luego de publicar en castellano doce libros –la mayoría de estos poemarios, una novela y dos libros de cuentos– y de hacer una sólida carrera en la tradición literaria mexicana, Morábito está más que calificado para entender los entramados lingüísticos del idioma español que convierten sus pensamientos en literatura. Esto se hace patente en una irreverente entrada sobre las sordera, titulada “Desconfianza en el Oído”, en la cual se refiere a la escritura como soberana del pensamiento que “inventó los sonidos aislados y exhibió una desmembración del lenguaje que era inconcebible antes de ella y que aquellos que no saben leer ni escribir desconocen por completo”. Igualando así a los sordos con los que no los son en la capacidad de maravillarse frente al mundo narrado. Luego anota un giro hacia el humor y señala que la escritura es la venganza de los que no pueden escuchar por constituirse en una “artimaña que nos ha hecho desconfiar de la palabra desnuda, la palabra que se oye, y nos hace recelar de nuestro oído”. Se trata, por su puesto, de la reflexión de un poeta que debe entrenarse con las relaciones molestas entre la musicalidad y la semántica. Pues, de la misma manera en que la palabra escrita muchas veces traiciona a la hablada, el poemario raras veces puede aspirar a la fibra emocional del recital.
Pero no solamente en el registro oral destaca el verso como el uso quimérico de la escritura. También en su comparación con los géneros de la reflexión y de la narrativa, el poema queda como el último reducto de la tiranía en el universo de las letras. “La prosa es titánica e implacable, pero juega limpio”, escribe el también autor de la novela Emilio, los chistes y la muerte (2009): “la poesía es huidiza y engañosa: no concede nada, no promete nada. El último verso de un poema sella algo que un segundo antes no existía. No hay pues poemas truncos. En cambio, toda prosa, en un sentido, es inconclusa”. Con estas palabras, el poeta reivindica la posición de los suyos y de la lírica dentro del inacabable mundo de la literatura.
Lo que queda oculto detrás de la síntesis anecdótica de la casi centena de entradas de Morábito es su capacidad de mirar hacia el oficio de la literatura desde todas las aristas posibles. Así ocurre en “El justificante perfecto”, donde un escritor se ve en la obligación de escribir una excusa para argumentar la ausencia en los días de escuela de su hijo y la tarea lo sobrepasa, ofuscado por la necesidad de encontrar las palabras perfectas para expresarse. “Escritor es aquel que se enfrenta al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás sencillamente redactan”, se lee en El idioma materno y al lector no puede dejar de parecerle interesante la frase porque, a simple vista, parece q sabe que solo en ese lugar puede encontrarse la voluntad constante de mejoría que debe marcar el trabajo literario. He allí el aporte de esta publicación: reclamar a la literatura como el imperecedero lugar de las dudas y de la experimentación.

@michiroche

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La curiosa mortalidad inmortal del escritor


Un manto de humores tristes cayó este día 3 de septiembre de 2014 sobre los asistentes a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara al conocerse la noticia de la muerte del periodista tapatío Vicente Leñero. Los escritores mexicanos, como era de esperarse, se comportaron como los más conmocionados por la mala nueva y los organizadores del encuentro literario, así como los del Grupo Planeta, casa que editaba al autor, no tardaron en pronunciarse. Marisol Schulz, directora general de la FIL, luego de decir el discurso de rigor colocó una banda negra en la sala de periodistas y Nubia Macías, directora del sello, anunció que a partir del año que viene la obra narrativa de Leñero se editará entera en una biblioteca que llevará su nombre.
Vicente Leñero en 2009.
Cortesía FIL Guadalajara
Al final de la jornada la melancolía se había extendido también sobre los escritores internacionales, ya no solo por la muerte de Leñero que sufrió un enfisema pulmonar, sino por la noticia de la esclerosis que se le diagnosticó hace poco al argentino Ricardo Piglia, quien por eso se vio obligado a cancelar su viaje a la FIL para acompañar a la delegación que representa a su país ahora que es el centro de los homenajes del festival literario y para presentar su Antología Personal que le acaba de editar el Fondo de Cultura Económica.
El editor del sello se negó a confirmar las razones por las que Piglia no compadeció hoy –apenas dijo que tenía “problemas de salud”– y tampoco se refirieron directamente a eso ninguno de los convocados a la mesa para presentar el libro que (la ironía) es una compilación que recoge los textos de la obra de Piglia propuestos por el mismo autor. Pero el ambiente era pesado y me pareció que el mexicano Juan Villoro y los argentinos Martín Caparrós y Martín Kohan llegaron a referirse en tiempo pretérito al autor de Respiración artificial –título que en la década de los ochenta, mientras Caparrós estuvo en el exilio, representó para él una esperanza de efervescencia cultural en su país–.
Ricardo Piglia en 2010.
 Cortesía FIL /Gonzalo García Ramírez
No puede escapársenos la ironía de que cada uno de los países más profundamente involucrados con la FIL, el anfitrión y el invitado de honor, se vieron hoy confrontados con la idea de la muerte de un escritor. Uno con la certeza, otro con la posibilidad. Y es que en ningún otro oficio como en la escritura la relación con la muerte es tan paradójica como en el de las letras. Los escritores no tienen una sola muerte: resucitan en sus libros o mueren con ellos. Porque  si son buenos, su obra los inscribe en la inmortalidad, pero si no lo son, el languidecer lento de sus libros en los estantes de las librerías o en los depósitos de las editoriales representa una segunda y (quizá más) dolorosa muerte.
Ya entró al lugar vaporoso e inaprensible Leñero, que se hizo acreedor de galardones como el Premio Biblioteca Breve en 1963 y el Xavier Villaurrutia en 2001 y Piglia parece encaminarse hacia ese mismo sitio. Leñero tendrá su propia colección en Seix Barral y Piglia ya tiene una antología que sugiere la manera como quiere ser leído. Consagrados ambos, inmortales los dos, incluso antes de la muerte.


martes, 2 de diciembre de 2014

Luigi Amara: “Todo es artificio”


Hace una década, Luigi Amara organizaba fiestas de disfraces con sus amigos. El “desmadre” en el cual, de manera inevitable, terminaban estos eventos llevó al poeta y ensayista a preguntarse qué había en las pelucas que hacía que la gente se tomara tales licencias, fuera de la época de Carnaval. Esa inquietud fue el germen de la investigación que este año resultó finalista del Premio Anagrama de Ensayo, Historia descabellada de la peluca, galardón que finalmente se le entregó al compatriota de Amara, el mexicano Sergio González Rodríguez.
Luigi Amara en la presentación de su Libro
Cortesía FIL Guadalajara/Pedro Andres
“Desde hacía mucho tiempo yo quería escribir algo sobre el despliegue del cuerpo –cómo nos mostramos, cómo construimos nuestro yo y nuestro cuerpo– pero no quería hacerlo desde la perspectiva de la cirugía cosmética y se me ocurrió que la mejor manera era a través de algo anacrónico, pasado de moda como la peluca, para que pudiéramos ver el tema del cuerpo con distancia y humor y así conocer las extravagancias a las que llega el ser humano en aras de construir una imagen en aras de seducir  o intimidar a los demás”, explica el autor mexicano.
Amara nació en Ciudad de México en 1971y se dio a conocer en su país cuando fundó la revista Paréntesis. Si bien le gusta el ejercicio de síntesis, concreción y de cristalización en imágenes que hace a través de la poesía, disfruta escribiendo ensayos porque considera que este género le permite la digresión, “pasar de una anécdota a una conjetura, como una especie de paseo mental”.

Todos los pelos de la peluca. La disertación entre intelectual y humorística de este filósofo parte de la idea de “que gracias a unos pelos –que a veces son hasta sintéticos– te puedes descocar, volverte loco”, según señala Amara, pero los años de investigación añadieron otras vertientes a esta reflexión, obligándolo a tomar en cuenta otros puntos de la historia, como el status social que ese accesorio daba a quien lo usaba en los años del Iluminismo, y el comentario social desde su uso como prótesis que es cada vez más extendido entre las personas que hacen quimioterapia, por ejemplo. “En la necesidad de suplir una carencia, las prótesis tienen mucho de vanidad: si se te cae la dentadura te la pones, para verte bien”.
Aunque los cabellos, como ocurre con los espejos , desde tiempos inmemoriales estén asociados con la vanidad, Amara prefiere referirse en su libro más bien a sus interpretaciones dentro de la sociedad, pues considera que en los comportamientos de los seres humanos hay una surte de “discurso capilar”, en el cual las pelucas funcionan como un atributo de la personalidad.
“Cuando empecé a adentrarme en el estudio de los múltiples usos de las peluca, me di cuenta también de que son muy variados los significados y símbolos y que este objeto era difícil de reducir a una única interpretación. Por eso intenté hacer un mosaico alrededor de este accesorio en todo el libro, destacando distintas funciones y matices porque más que un libro de historia quería que los lectores tuvieran una sensación de un amplio tapiz”, añade.
Amara comenzó en 2004 las investigaciones sobre este tema, al que se aproximó justamente porque nunca antes había pensado en algo así, y aprendió que “todo es artificio” y que mientras más conscientes sean las personas de esta realidad, podrán ser más libres. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

La poesía venezolana retó al silencio autoritario en Guadalajara


La lírica tomó la palabra en México por el país. Igor Barreto preparó una sopa de letras, Arturo Gutiérrez Plaza reseñó la infame relación entre las dictaduras y los escritores y Alejandro Castro propuso una poética de su cuerpo como desafío al silencio y a la noche impuesta, desde haca mucho más que quince años, por la tradición militarista en Venezuela.
Pabellón de Argentina en la FIL Guadlajara
©FIL/Pedro Andrés
“El decir y el poder” es el título de la mesa que la Editorial Libros Lugar Común llevó hasta la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en la cual se llegó a la triste conclusión de que las experiencias civiles son la excepción a una historia escrita desde el panegírico épico.
A partir de una crónica sobre la sopa que toma con regularidad en el Mercado de Coche, Barreto comparó los cruzados de carnes blancas y rojas que se tomaba en los primeros años de la República Bolivariana con los potajes insípidos que consume ahora “en estado bruto”. Así habla en términos culinarios de la falta de diálogo del país: “cuando me la tomo [la sopa] lo hago en silencio, aislamiento y exclusión; el comandante de la cocina me ha aplicado la vieja receta de los manuales estatistas de la editorial Progreso, la que sufrieron muchas provincias de la extinta Unión Soviética reducidas a la miseria como la gran herramienta totalitaria para cumplir un proceso de conquista y sometimiento a un orden monocorde: de un solo color y sabor”.
Gutiérrez Plaza se refirió a la larga y tirante relación entre la poesía y el poder en los muchos regímenes autoritarios que ha padecido Venezuela, señalando al militarismo de caudillos como una patología que define la relación que los habitantes del país tienen con el poder. Se refirió a la imagen del país asoleado como una que de forma recurrente en la tradición poética venezolana identifica a lo absurdo de esta nación que Andrés Eloy Blanco llamara “una tierra enferma de heroísmo”.
El más joven de los autores convocados para la mesa propuso una lectura del poder en Venezuela desde su homofobia. Dice el autor de 28 años de edad que debajo del imperativo de que siempre el país tiene problemas más importantes que discutir que los derechos de las poblaciones sexodiversas y de las minorías, se esconde la repugnancia a la homosexualidad que es claro en la cultura venezolana y que Castro ejemplifica a partir de una proclama proferida por el general Soublette en plena guerra de independencia, donde identificó a los escritores con “poetastros afeminados”.
Aunque la presentación de los autores puede resumirse en la frase que soltara Barreto no más iniciar su intervención, “lo que le ocurre al poeta en su intimidad, en su cuerpo, también le ocurre a la nación”, cada una de las intervenciones fue única a su manera y evidenció la persistencia atávica de la crisis militarista en Venezuela, así como también la relación entre el poder y la otredad poética.


@michiroche