miércoles, 29 de abril de 2015

Perdurar por un instante

Luis Yslas ha traicionado su naturaleza de lector: ha cometido un libro. Y con qué gusto uno lo observa lamentarse en la centena de aforismos que integran A la brevedad posible. Ojala ese fuera el carácter de todos los crímenes literarios.
A la brevedad posible
Las sentencias breves que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española definen al aforismo y que se proponen “como regla en alguna ciencia o arte”, toman en esta edición hecha por Libros del Fuego el cariz de un dilatado elogio al lector o, lo que es bastante similar, a la literatura, por lo menos en la primera parte, titulada “Estado civil: lector”. El autor, quien es el sujeto de la segunda parte de la obra, “Apuntes de escritura”, no sale tan bien parado. Si hay algo que no perdona Yslas, cuya discreción es una huella de identidad y la perspicacia es el sello de su intelecto, son las palabras de más. Peor le resultan estas si no se las lleva el aire y quedan sobre la hoja de papel. Por eso requiere de los escritores una pertinencia absoluta –“más valdría pensar lo que se escribe que escribir lo que se piensa”– y de los lectores exige juicios implacables –“que todos lean lo que quieran; cada cual quiere lo que puede”.
El aforismo en este venezolano nacido en Perú no solo es un género de la escritura, es aquella manera de expresión que, según su propia convicción, mejor sintetiza su experiencia vital. Por eso en A la brevedad posible, como en pocos libros, se juntan la forma y el fondo: su desarrollo, proposición a proposición, es una defensa de la literatura –construida desde la buena lectura y la mejor escritura– en contra de los ejercicios de pedantería intelectual o de otras formas de distracción letrada.
El aliento de esa experiencia vital queda en evidencia desde la dedicatoria y el prefacio de la obra donde tanto la lectura como la brevedad se convierten en asuntos familiares. En una de las dos secciones del prefacio, por ejemplo, Yslas refiere cómo la relación amorosa de sus padres comenzó a partir de la lectura de la novela Los miserables de Víctor Hugo, lo cual lo coloca a él y su hermana en deuda con el romanticismo decimonónico –“cuando me preguntan por los libros que me han hecho lector”, escribe: “respondo que yo provengo de esa comprobación de lectura”. Con este texto, ofrecido como tributo al amor familiar, acaso el único que puede sentirse por la literatura, Yslas materializa la relación sentimental con las palabras que según el periodista español Alex Grijelmo todos los seres humanos tenemos. Y la relación que el también editor del sello independiente de Libros Lugar Común tiene con las palabras se cifra en las letras garrapateadas en tomos del pasado y del presente y es una que invita a la moderación de las relaciones sentimentales de larga data y para quien incluso idealizar la brevedad “es un exceso”.
Si se considera al aforismo como una declaración corta que pretende expresar un principio de una manera concisa, coherente y en apariencia cerrada o, como escribe Yslas, “una herida que se cree bala”, las palabras solo perduran si concentran un sentido capaz de estremecer alguna fibra de nuestra mente. En “la ciudad del énfasis, [donde] todo conspira contra la modestia”, la capacidad de expresar lo exacto es una forma de resistencia: donde hay escasez de todo menos de palabras, revolucionario es quedarse callado y deseable es lo justo.

@michiroche

martes, 28 de abril de 2015

Liendo: La novela lo fagocita todo

Eduardo Liendo está de homenajes; no solo su obra será el eje central del séptimo Festival de la Lectura de Chacao, sino que, en el marco de este evento, se le impondrá también la orden que el municipio dedica al folclorista y poeta Juan Liscano.
Eduardo Liendo
Cortesía Festival de la Lectura
El primer contacto que el autor de El mago de la cara de vidrio (1975) tuvo con Liscano fue por teléfono, en el año 1985, cuando este lo llamó para felicitarlo por su novela Los platos del diablo. “No hay palabra inútil. Todo lo escrito constituye cuerpo vivo, tenso, en acción, sin laxitudes ni descansos vacuos”, declaró Liscano en la reseña que apareció en el cuerpo C de El Nacional. La sorpresa del autor formado en el Instituto de Ciencias Sociales de Moscú fue mayúscula, por la llamada y por la recomendación. “Nosotros no teníamos amistad”, recuerda: “y en esa época hasta diferencias ideológicas nos separaban, porque yo venía de la izquierda guerrillera y él era un hombre de la derecha progresista. Pero esa no era la diferencia importante: él era un escritor consagrado y yo todavía estaba abriéndome paso”.

Escuela y cárcel. En “Reflexiones como narrador”, un texto escrito en 1993 para la segunda bienal de Literatura Mariano Picón Salas, Liendo se define como un escritor “en el que confluyen la calle, la cárcel y la biblioteca” y añade que eso lo diferencia de otros escritores venezolanos: “Creo que la literatura es, afortunadamente, una actividad con aliento universal y un acto esencialmente individual”.
Como ocurrió con el político y periodista Teodoro Petkoff, cuya formación intelectual ocurrió en la cárcel, con las lecturas que hacía, lo que Liendo leyó en los años de la lucha guerrillera fue fundamental para su carrera literaria.
Después de los años de prisión y de exilio, Liendo lo apostó por El mago de la cara de vidrio (1975), novela que lo catapultó a la fama al despertar el interés del público juvenil. “Yo quería ser escritor, pero aún no tenía ninguna trayectoria. Entonces escribí ese libro y aunque tenía confianza en mi trabajo literario, como no tenía experiencia narrativa no esperaba un logro particular”, explica el autor cuyo libro favorito es El libo estepario de Herman Hesse, que también leyó en prisión, a los 21 años, convenciéndose de que “le hombre es un ser multifacético”. Tan reciente era su vocación literaria que los primeros lectores de El mago de la cara de vidrio fueron dos miembros del Partido Comunista: Rodrigo Mora y Pompeyo Márquez.
En el libro que alterna crítica y parodia, un profesor de bachillerato se enfrenta a la televisión, a la cual asume como a un intruso que intenta dominar la vida de su familia. “Después de leer El Quijote, se me ocurrió que la televisión era una suerte de libro de caballería del siglo XX. Además, en la prisión yo había leído el libro de Antonio Pasquali titulado Comunicación y cultura de masas, que tiene unos capítulos que ilustran bien el fenómeno de la alienación y el del fetichismo de la mercancía. Yo no era un televidente muy asiduo, pero tenía la idea de que ese artefacto podía ser un elemento alienante”, explica antes de añadir que hoy, con la televisión por cable, esto ocurre menos porque el espectador hoy tiene más alternativas.

Quijotadas modernas. Con los homenajes no terminan las buenas noticias para este escritor central de la tradición venezolana; a pesar de la crisis que mantiene constreñido al sector editorial, en clara amenaza al derecho de la bibliodiversidad en el país, Liendo ha apostado por la creatividad y está trabajando, a sus 74 años de edad, con el ímpetu del joven que comienza a asomarse a las letras. Debe ser por eso que su obra causa un efecto en la casi siempre displicente población juvenil.
El año pasado publicó con la editorial Planeta la novela Contigo en la distancia y, con Libros Lugar Común, la colección de ensayos En torno al oficio de escritor. Mientras tanto, amén de fiestas y novedades, el autor caraqueño continúa trabajando con el silencio que necesita la escritura. En estos días trabaja en la revisión del libreto de su primera obra de teatro, una adaptación de su novela breve Mascarada (1978).
“La novela lo fagocita, se lo traga, todo. Allí se utiliza el cuento, la poesía y el ensayo, por ejemplo. Hay escritores especialistas en usar las herramientas que otorgan el resto de los géneros de la literatura, como Enrique Vila-Matas”, explica  a quien le pida que escoja su género literario favorito.

Y he allí que el perfil de Liendo se completa como una analogía de su personaje más célebre, el orate prodigioso, el profesor Cerafino Rodríguez Quiñones, un escritor que lucha contra el tiempo de la crisis y de la escasez con la lanza de su trabajo creativo. Enhorabuena.

@michiroche
Michelle Roche Rodríguez

jueves, 23 de abril de 2015

Breves para la nostalgia



Carl Gustav Jung decía que la decisión de un hombre de hacerse marinero, podía interpretarse como una necesidad de volver a meterse en el vientre de su madre, por cuanto el océano es uno de los símbolos que estructura el arquetipo materno, a través de la imagen de su fondo caótico, su carácter transformador y la inmensidad de su vientre acuoso. Lo mismo que se dice del mar podría decirse también de las imágenes del río y del lago, salvo que en este último caso el agua estancada añade una vertiente simbólica que profundiza en la asociación con el caos. Esta misma metáfora acuosa articula los significados del cuento “El conde” con el cual se abre el libro de relatos de Claudio Magris publicado por la editorial Sexto Piso.
El conde y otros relatos
El aspecto femenino de lo fluvial navega por las páginas del relato como el elemento que paraliza al protagonista del cuento, que no es precisamente el Conde sino el narrador, el hombre que ayuda al otro a rescatar cadáveres del río, y quien en el relato de su escondido resentimiento contra su jefe evidencia sus propios miedos a vivir, articulados en una especie de veneración por las mujeres, en especial de María, la novia a quien dejó en estado y con quien no pudo casarse nunca, en parte gracias a los enredos del jefe. No escapará al lector la coincidencia del nombre de la amada imposible con el de la madre de Jesús, y si a eso se le añade el hecho de que “María” viene de las palabras para designar el mar en hebreo y en griego, se puede apreciar el entramado de significados con el que trabaja en esta narración el escritor italiano. “¿Cómo hablar de ella, con esta lluvia y esta oscuridad? (…) Cuando reía echaba hacia atrás la garganta levantando la cabeza, y su cabello y su rostro parecían elevarse hacia lo alto, una gaviota que remonta el vuelo y se precipita en el azul”, son las palabras que usa el narrador para describir a su novia, que hacen pensar en la erótica resultante de la sublimación de la dama en el amor cortés. Las ideas del narrador destacan con la misoginia del Conde, para quien “no valen nada” y considera “de estúpidos ocuparse tanto de ellas, solo los muertos merecen ser tomados en serio”.
Pero, además de la presencia de lo femenino, en este cuento que data de 1993 se articula la nostalgia como fuerza narrativa y esto lo vincula con los otros tres que integran el libro El conde y otros relatos “La portería” (cuya primera versión vio luz en 1995), “Las voces” (1988, 1995) y “Y haber sido” (2005). La editorial mexicano-española hace un buen trabajo en construir y mantener una atmósfera melancólica a lo largo del volumen, pero sus apenas 79 páginas dejan al lector con hambre de más y preguntándose si no había manera de presentar un libro más extenso que quizá hubiera podido incluir dos o tres atmósferas diferentes y características de la obra del más reciente galardonado por el Premio de Literatura y Lenguas Romances que entrega anualmente México en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
El relato que brilla porque difiere de los demás es “Las voces”; allí un hombre tiene relaciones imposibles no con mujeres, sino con las voces que estas dejan en sus contestadores automáticos. Podría compararse con el primer relato en su retrato soez de las mujeres de la realidad, puesto que se entiende que las voces son otra manera de sublimar el deseo: “Son las voces las que cuentan. Es más, solo ellas existen. Los cuerpos parecen armar mucho alboroto y ocupar mucho espacio, pero tan solo son sombras que desaparecen cuando cae el sol”.
“La portería” es una obra preciosa que habla sobre la desventaja que es envejecer y sentirse inútil. Presenta la perspectiva de un anciano que ha pasado la vida entera trabajando hasta consolidar un negocio exitoso. Como en “El Conde”, la nostalgia de un tiempo que parecía mejor se presenta como elemento articulador de un narrador-protagonista que, a diferencia del que construye el otro relato, se presenta como un personaje activo que desde el primer párrafo aparece in media res: bajándose del autobús para ir al trabajo.
También el tercero, “Ya haber sido”, está marcado por una tristeza melancólica, puesto que puede leerse como el panegírico de Jerry, cuyo perfil no es propiamente descrito en el texto, pero que sí expone bien las perspectivas sobre la vida de la voz que narra. Habla de la muerte y de la necesidad que muchos tienen de triunfar en la vida, o cómo esta marca el paso de la adultez a la vejez, así, la idea de ya haber sido o no haber sido es la idea sobre la cual se construye el relato. “Ser hace daño, no concede tregua. Haz esto, haz lo otro, trabaja, lucha, vence, enamórate, sé feliz, debes ser feliz, vivir es esta obligación de ser feliz, si no, qué vergüenza”. Es una que por la manera en que dice, más que por el sentido de lo escrito podría resumir no solo el libro sino también la carrera literaria de Magris: la búsqueda del sentido de la existencia sin ofuscaciones: sin las carreras inútiles de quienes piensan que la literatura (como simulacro de la vida) tiene algo qué enseñar.

@michiroche

jueves, 16 de abril de 2015

Vivir como en un juego

Ficciones reales. Criminales dignos. Cuentos novelas. La muerte juega a los dados es un libro distinto, no solo porque entre los intersticios silentes de los dieciocho relatos que lo componen, Clara Obligado construyera una novela negra, sino porque allí declara fútil ocuparse de los muertos, aunque sea para encontrar a sus asesinos. Así, trasciende lo policial para tejer, en la microhistoria de una familia patricia argentina que va erosionándose a lo largo del siglo XX, la macrohistoria del país donde transcurrieron sus existencias, estableciendo un incómodo paralelismo entre nación y patriarcado.
La muerte juega a los dados
“Lo esencial no es quién mató a quién (…) lo importante es qué sucedió con toda esa pobre gente que se quedó viva, qué les pasó después. Lo fundamental no es la solución de los grandes enigmas, sino la vida de todos los días”, escribe la autora en el cuento “Efecto coliflor”, uno de los dos que dedica al agente que investiga el asesinato de Héctor Lejárrega. El detective O’Brien representa otro quiebre con las intrigas policiales tradicionales, pues el personaje (masculino) encargado de hacer cumplir el imperativo moral donde el bien triunfa siempre sobre el mal se reduce a un mediocre abandonado por su esposa, incapaz de resolver el crimen que desbarató su carrera y cuya soledad es tal que se enamora de una nevera. Tampoco es ese antihéroe entre investigador y filósofo, el hermeneuta de moda en quien los críticos vierten el significante nuclear de la posmodernidad, que cuestiona al mundo desde la ciencia, el periodismo o la defensa de la ley. Este policía mira hacia fuera  como desde la ventanilla de un vehículo en movimiento y solo ve manchas borrosas, sin entender nada. Por eso termina transándose por organizar ad nauseam los detalles de un crimen –“la masa confusa de ramificaciones idénticas”– para resolverlo como si en este estuviera cifrada la razón de su propia existencia.
Como en sus obras anteriores, Las otras vidas (2006) y El libro de los viajes equivocados (Premio Setenil, 2012), la estructura es un elemento esencial del libro. Sin embargo, en La muerte juega a los dados, como si fuera un eje más de la trama del cuento “Efecto coliflor”, Obligado hace una declaración de su poética. “Frente a la coliflor partida, había comprendido todo: la estructura del universo, el tejido del cerebro, el camino de los nervios, las venas, el crimen”, piensa el detective O’Brien: “Todo se repite a diferente escala, había atisbado el ojo del universo en una hortaliza, el tallo grueso que se separaba en conglomerados idénticos hasta formar una cabezota semejante a una nube. Y así, hasta el infinito”. Allí está la distribución de las partes que proponen las ficciones de esta autora: las estructuras de sus relatos que se alzan hacia el infinito, vinculándose por detalles a los que carga de significado hasta convertirlos en símbolos, de la misma manera que en “La sangre” conecta realidades separadas por el espacio y el tiempo en la herida supurante de Héctor Lejárrega.
Este procedimiento es especialmente útil cuando Obligado intenta demostrar que la historia es cíclica, la macro tanto como la micro, y construye narraciones que actúan como espejos de otras. Así hace entre los relatos “Nada útil” y “La huida” o entre “La peste” y “Las eléctricas”. En el primero, un chico que solo sabe sacar cuentas escapa milagrosamente de la invasión nazi a Francia y en el segundo, una prostituta huye de las huestes de la Revolución Mexicana gracias a su belleza. Si pueden compararse ambas anécdotas no es solo porque las invasiones en la época de Hitler eran tan devastadoras como en la de Pancho Villa, sino porque contar, que es lo único que sabe hacer Teo, es tan inútil como la hermosura de la protagonista en “La huída”. Aquí la autora hace otro guiño a la escritura: contar también es narrar. ¿Y para quién puede resultar útil este oficio?
Macabras son las relaciones entre los otros dos relatos. En “La peste”, unas vacaciones en la década de los años cuarenta se ven interrumpidas por el temor a una epidemia de Polio que simboliza la amenaza percibida por los miembros de la familia Lejárrega en el golpe militar de Perón. En “Las eléctricas” una joven camina hacia la “Jaula de los Gritos” donde será torturada, como tantas víctimas del terrorismo del estado militar argentino durante la década de los años setenta. Pero a los relatos no los vincula el motivo político sino las mujeres que sufren los rigores de los ordenamientos (estructuras) patriarcales, dentro de las estirpes como dentro de los países. La presa intenta recordar un juego que le enseñó su madre, que había sufrido los rigores de un tratamiento para la depresión –“¿Te he contado alguna vez lo que me hacen en la clínica?”–. Con ese procedimiento, según le prometía, ella podría “salir de su cuerpo”, concentrándose en una sensación. “Si lo consigue, si logra asirse a alguna imagen, navegará entre espasmos hasta la cima de la memoria”. Lo mismo que Alma proponía a la pequeña Sonia hace con sus lectores la autora argentina residenciada en España desde 1977: agarrarse de una metáfora familiar para enmascarar los meandros siniestros de la historia.

@michiroche

martes, 14 de abril de 2015

Gonzalo Celorio: “La novela no es un vaticinio sino un exorcismo”

Las familias son sistemas de relaciones humanas en que cada miembro representa una constelación de significados y donde a los autores les gusta buscar conflictos dramáticos. Uno de los que tiene esta costumbre es el mexicano Gonzalo Celorio que en su más reciente libro El metal y la escoria cuenta la saga de su familia paterna, como hizo en y en su novela de 2006, Tres lindas cubanas en la cual se ocupó de narrar la historia de su madre, que nació en La Habana a principios del siglo XX.
Gonzalo Celorio
Foto: Tusquets Editores
“Procedo de una generación que tuvo a la Revolución Cubana como emblema, desiderátum y esperanza social, pero después de muchos años me desencanté. Así comencé a verme en una situación incómoda, porque cuando alguien hablaba mal de Cuba yo adoptaba una posición crítica y cuando alguien la censuraba, yo salía en su defensa. Después de que publiqué la novela sobre mis tías y mi madre, cuando alguien me pregunta sobre ese país doy una mera recomendación bibliográfica”, explica el autor nacido en 1948.
Luego añade que se sintió conminado a escribir sobre la rama paterna de su familia, aunque era una historia más dolorosa y no la conocía bien, porque le interesaba el drama del desplazamiento implícito en la migración del abuelo desde España y la historia del éxito vuelto fracaso detrás del amasamiento de una gran fortuna (el metal) que después dilapidaron sus herederos en alcohol y juergas (la escoria).
A esa transmutación del oro en algo ruin, el autor nacido en 1943 añadió la tragedia de un narrador que enferma de Alzheimer y la combinación de ambas vertientes del argumento le sugirió un verso del poema “Everness” del argentino Jorge Luis Borges: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido / Dios que salva el metal salva escoria / y cifra en Su profética memoria / las lunas que serán y las que han sido”.
De ese verso sugirió la metáfora alquímica que subyace en la novela, significante de cómo la frontera entre el éxito y el fracaso se encuentra en las pasiones humanas, y también surgió el título de esta historia que comienza en 1874, cuando un español de nombre Emeterio decidió emigrar a México en busca de fortuna y la consiguió con mucho trabajo construyendo un emporio de establecimientos de bebidas alcohólicas que al ineptitud de sus hijos terminó llevando a la quiebra.

– ¿Qué dificultades supuso trabajar desde la autoficción?
– No tenía datos ni posibilidad de conseguirlos y todo aquello que la documentación directa no me permitía obtener, lo tuve que suplir con la imaginación. Por eso la defino como una saga familiar con algo de autobiografía y de historia.

– Pero también hace hincapié en el olvido como anécdota y como recurso literario.
– Presento a un narrador que es víctima del Alzheimer y esto fue el reto más formidable que haya yo tenido en mi vida literaria: escribir desde la enfermedad, la desmemoria y desde la pérdida del lenguaje. La novela no es un vaticinio, sino un exorcismo; El metal y la escoria no anuncia nada, pero el conflicto que motiva su escritura, y el solo hecho de verbalizarlo, hace que ese conflicto quede expulsado de mi sistema. Aquí exorcicé la amenaza terrible de la enfermedad del Alzheimer.

– ¿Es el pudor una limitación para escribir novelas donde los miembros de su familia protagonizan el argumento?
– La verdad es que el proceso de escritura implica desnudarse y eso es difícil, pero hay que arrostrar. La persona que está detrás del autor puede tener todo el pudor del caso, pero a la hora de la escritura si es necesario desnudarse hay que hacerlo, porque en el fondo, curiosa y paradójicamente, la desnudez es una forma de vestuario: es la mejor manera porque nos cubre la voz narrativa y la sinceridad. Ante la desnudez, el lector asume una posición de cómplice y de comprensión.

– Y, a partir de la desnudez, el narrador puede humanizar también al personaje de la anécdota familiar.
– Sí, porque la ficción tiene una capacidad indagatoria en la realidad más profunda que otros discursos. Yo siento que sé más del campo mexicano por Juan Rulfo que por todos los trabajos antropológicos, geográficos o geológicos del medio rural mexicano que se hayan producido. La narrativa tiene la capacidad de ampliar las escalas y las categorías de la realidad y hacerlas más profundas que cualquier otro discurso. La novela no permite la mentira: a través de la ficción la imaginación articula una realidad más amplia que esa en que vivimos.

– Su escritura tiene que compaginarse con otros roles profesionales, como el del profesor universitario o el del miembro de la Academia de la Lengua. ¿Afectan estas visiones al producto de su literatura?
– No me siento una persona esquizofrénica. Soy académico y novelista al mismo tiempo, pues no son realidades excluyentes, tampoco tengo complejo en el sentido del género literario. Como soy profesor de literatura, en mis clases tengo que hablar de géneros, pero en mi práctica no pienso en eso. También es verdad que cuando escribo para la academia se me mete la ficción y no tengo yo mayor complicación. Hay gente que dice que mis novelas son muy ensayísticas y mis ensayos muy novelísticos.

@michiroche

jueves, 9 de abril de 2015

Schweblin: “Tener lo extraño más cerca lo hace menos monstruoso”

La carrera ascendente de la argentina Samantha Schweblin acaba de dar un nuevo giro ahora que se hizo acreedora de la cuarta edición del Premio Ribera del Duero que ofrece bianualmente la editorial española especializada en libros de cuentos, Páginas de Espuma.
Foto: Tamara Somoza
Cortesía Editorial Páginas de Espuma
Como es su costumbre, la autora presenta en este manuscrito siete cuentos que abordan lo extraño como actitud humana y que se construyen sobre la idea de lo complejas que son las relaciones humanas en las ciudades. Según su autora, “Siete casas vacías” representa “un avance del campo hacia la ciudad, hacia el realismo y hacia lo personal. Pájaros en la boca que es el libo que queda entremedio por ser el segundo que publiqué sucede en la ruta en le camino. También en el trabajo del género hay aquí cambios: me interesa muchísimo lo fantástico, pero también me doy cuenta de que cada vez lo abordo desde un lugar mucho más real y mucho más personal. Tener lo extraño más cerca lo hace menos monstruoso, pero lo hace mucho más terrible. Y a mi me gusta mucho esa tensión y trabajar con esa fuerza”, explica la también autora de Núcleo del disturbio (2002).
El extrañamiento en “Siete casas vacías” es uno de los vórtices de la narrativa de Schweblin obsesionada como está con el límite entre lo que es normal y lo que no lo es. “En mayor o menor medida, la literatura siempre trata de esto, porque lo que nos fascina, lo que buscamos  descubrir y entender cundo leemos, es siempre lo desconocido, la excepción, lo nuevo y lo extraño”, explica.

Venerar el cuento. Refiriéndose al Premio Ribera del Duero, la autora nacida en 1978 dijo que “estos galardones tienen una importancia vital no solo porque recompensan y estimulan el genero del cuento, por el que a veces pareciera que los escritores transitáramos como una suerte de etapa de aprendizaje para otros géneros, sino porque tiene que ver con algo que yo descubrí a los doce años y que envidié mucho en otros y que me cambió la vida para siempre: escuchar a mi abuelo recitar versos de Almafuerte a los gritos con la mano sobre el corazón o cuando mi amiga Anna citaba con tono afrancesado y con un gran lagrimón a un tal Julio Cortázar, me di cuenta de que había una energía  y una intensidad algo brutalmente placentero que era solo para ellos y de lo que yo quedaba absolutamente excluida. Este Premio que une literatura y vino tiene que ver con eso, con esa pasión que vi en ellos y que quise también para mi, la misma que me sentó por primera vez a leer y la años después me hizo también probar mis primeros sorbos de vino. Y eso es lo que quiero decir: que no fue placentera aquella primera vez; nosotros nunca estamos preparados para los primeros sorbos que tomamos en nuestra vida, es un sabor absolutamente desconocido; no son fáciles tampoco las primeras lecturas porque nos resistimos a todo lo que es nuevo y, a la vez, porque por extraño y por suerte nos fascina, esta es la alquimia irresistible que produce la combinación de lo nuevo y de lo desconocido, pero para que su efecto sea verdaderamente precioso la buena literatura y los mejores vinos necesitan también excelentes lectores y exquisitos bebedores. Así que brindo por este premio”.
Los personajes que habitan en libro de Schweblin están traspasados por el extrañamiento y la locura, una que la autora describe como “sana”, como una que a veces los “lleva a optar por soluciones un poco más insólita o extrañas pero que terminan siendo a veces bastante sensatas”. Y que surgen de su búsqueda narrativa sustentada sobre el análisis del “código social que hacemos entre todos los seres humanos” y al que llamamos normalidad.
“En inquirir qué está bien, qué está mal, qué es aceptable y qué no, me llama poderosamente la atención la cantidad de verdad que queda por afuera de estas preguntas y espero que también los personajes sorprendan a los lectores en este límite y en el ruido que hay sobre esto en cada uno de los cuentos” explicó la autora, a quien Rodrigo Fresán, presidente del jurado, y Guadalupe Nettel, ganadora del Premio Ribera del Duero en la pasada edición tacharon de “narradora “Davidlynchiana”
Al Premio Ribera del Duero este año llegaron más de 800 manuscritos de 53 países. Según el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, hubo una presencia destacada de manuscritos provenientes de Argentina, México y Colombia y otras dos escritoras mujeres fueron favoritas, Cristina Cerrada y Vera Giaconi, además de Schewblin, estuvieron entre las finalistas. Además de los nombrados, participaron como miembros del jurado los narradores Pilar Adón, Jon Bilbao y Andrés Neuman.

Más sobre Schweblin en Colofón Revista Literaria:
Entrevista sobre el libro Distancia de rescate 

@michiroche