Las familias son sistemas
de relaciones humanas en que cada miembro representa una constelación de
significados y donde a los autores les gusta buscar conflictos dramáticos. Uno
de los que tiene esta costumbre es el mexicano Gonzalo Celorio que en su más
reciente libro El metal y la escoria cuenta
la saga de su familia paterna, como hizo en y en su novela de 2006, Tres lindas cubanas en la cual se ocupó
de narrar la historia de su madre, que nació en La Habana a principios del
siglo XX.
Gonzalo Celorio Foto: Tusquets Editores |
“Procedo de una
generación que tuvo a la Revolución Cubana como emblema, desiderátum y
esperanza social, pero después de muchos años me desencanté. Así comencé a
verme en una situación incómoda, porque cuando alguien hablaba mal de Cuba yo
adoptaba una posición crítica y cuando alguien la censuraba, yo salía en su
defensa. Después de que publiqué la novela sobre mis tías y mi madre, cuando alguien me pregunta sobre ese
país doy una mera recomendación bibliográfica”, explica el autor nacido en
1948.
Luego añade que se sintió conminado a escribir sobre la rama paterna
de su familia, aunque era una historia más dolorosa y no la conocía bien,
porque le interesaba el drama del desplazamiento implícito en la migración del
abuelo desde España y la historia del éxito vuelto fracaso detrás del amasamiento
de una gran fortuna (el metal) que después dilapidaron sus herederos en alcohol
y juergas (la escoria).
A esa transmutación
del oro en algo ruin, el autor nacido en 1943 añadió la tragedia de un narrador
que enferma de Alzheimer y la combinación de ambas vertientes del argumento le
sugirió un verso del poema “Everness” del argentino Jorge Luis Borges: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido / Dios que salva el metal
salva escoria / y cifra en Su profética memoria / las lunas que serán y las que
han sido”.
De ese
verso sugirió la metáfora alquímica que subyace en la novela, significante de cómo
la frontera entre el éxito y el fracaso se encuentra en las pasiones humanas, y
también surgió el título de esta historia que comienza en 1874, cuando un
español de nombre Emeterio decidió emigrar a México en busca de fortuna y la
consiguió con mucho trabajo construyendo un emporio de establecimientos de bebidas
alcohólicas que al ineptitud de sus hijos terminó llevando a la quiebra.
– ¿Qué dificultades supuso trabajar desde la autoficción?
– No tenía datos ni
posibilidad de conseguirlos y todo aquello que la documentación directa no me
permitía obtener, lo tuve que suplir con la imaginación. Por eso la defino como
una saga familiar con algo de autobiografía y de historia.
– Pero también hace hincapié en el olvido como anécdota y como
recurso literario.
– Presento a un narrador
que es víctima del Alzheimer y esto fue el reto más formidable que haya yo
tenido en mi vida literaria: escribir desde la enfermedad, la desmemoria y
desde la pérdida del lenguaje. La novela no es un vaticinio, sino un exorcismo;
El metal y la escoria no anuncia nada,
pero el conflicto que motiva su escritura, y el solo hecho de verbalizarlo, hace
que ese conflicto quede expulsado de mi sistema. Aquí exorcicé la amenaza
terrible de la enfermedad del Alzheimer.
– ¿Es el pudor una limitación para escribir novelas donde
los miembros de su familia protagonizan el argumento?
– La verdad es que el
proceso de escritura implica desnudarse y eso es difícil, pero hay que arrostrar.
La persona que está detrás del autor puede tener todo el pudor del caso, pero a
la hora de la escritura si es necesario desnudarse hay que hacerlo, porque en
el fondo, curiosa y paradójicamente, la desnudez es una forma de vestuario: es la
mejor manera porque nos cubre la voz narrativa y la sinceridad. Ante la
desnudez, el lector asume una posición de cómplice y de comprensión.
– Y, a partir de la desnudez, el narrador puede humanizar
también al personaje de la anécdota familiar.
– Sí, porque la
ficción tiene una capacidad indagatoria en la realidad más profunda que otros
discursos. Yo siento que sé más del campo mexicano por Juan Rulfo que por todos
los trabajos antropológicos, geográficos o geológicos del medio rural mexicano
que se hayan producido. La narrativa tiene la capacidad de ampliar las escalas
y las categorías de la realidad y hacerlas más profundas que cualquier otro
discurso. La novela no permite la mentira: a través de la ficción la
imaginación articula una realidad más amplia que esa en que vivimos.
– Su escritura tiene que compaginarse con otros roles
profesionales, como el del profesor universitario o el del miembro de la
Academia de la Lengua. ¿Afectan estas visiones al producto de su literatura?
– No me siento una
persona esquizofrénica. Soy académico y novelista al mismo tiempo, pues no son
realidades excluyentes, tampoco tengo complejo en el sentido del género literario.
Como soy profesor de literatura, en mis clases tengo que hablar de géneros,
pero en mi práctica no pienso en eso. También es verdad que cuando escribo para
la academia se me mete la ficción y no tengo yo mayor complicación. Hay gente que
dice que mis novelas son muy ensayísticas y mis ensayos muy novelísticos.
@michiroche
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