sábado, 13 de septiembre de 2014

Horacio Oliveira: Intelectualidad y existencia en Cortázar

Rayuela. Julio Cortázar. 1963

Fiel al juego de espejos que tanto obsesionaba a Cortázar, en el que las personas o situaciones reflejaban otras invertidas o con leves variantes –y que en su narrativa corta puede verse en “Todos los fuegos el fuego” o en “La noche boca arriba”–, el protagonista de Rayuela, Horacio Oliveira es tanto la representación de lo que el autor argentino consideraba hace 50 años que debía ser un intelectual, como también a la imagen de las polaridades principales que se esconden en el fondo de la existencia humana que también corresponden al objeto de reflexión de un pensador.
Durante un foro realizado en Caracas el martes pasado para conmemorar el medio siglo de la edición de Rayuela, el narrador Oscar Marcano explicó que Cortázar creía que la realidad cotidiana del mundo enmascaraba una realidad más humana, como si una fuera la imagen reflejada en un espejo de la otra. Yo, que lo escuchaba, pensé en dos mundos paralelos que se unen por una serie de equivocaciones y alguno que otro trompe l'oeil. Pensé en que el juego del avioncito –la rayuela, dirían en Argentina– que se parece a la línea del horizonte sobre la cual los seres humanos saltan en un pie o descansan sobre los dos.
Por eso, me parece que la configuración intelectual de Oliveira recuerda a las ideas expresadas por existencialistas cruciales del siglo pasado, como el humanista rabioso que fue Jean Paul Sartre, convencido como estaba este de que los hombres –a través de sus ideas tanto como de sus pasiones– eran los ordenadores del sentido del mundo. Aunque quizá, en el talante erudito de Oliveira es más evidente la influencia de Martín Heidegger, por cuanto en su libro El ser y la nada (1929) el filósofo alemán analizó la existencia humana como una ventana por medio de la cual se podía ver al ser, como si una y otra condición –existir y ser– pudieran ser separadas en dos categorías aprehensibles de diferentes maneras. En esta reflexión Heidegger se adelantó casi cuarenta años a al psicólogo Jacques Lacan, que a partir del estudio del lenguaje formuló tres estadios de la experiencia humana: el imaginario, la realidad y lo real. El primero se refiere al carácter de lo simbólico y es el más íntimo, pues allí el sujeto produce sus imágenes y asociaciones personales. El segundo se refiere al intercambio simbólico social, con el lenguaje y la comunicación como grandes estructuradores de la experiencia de la comunidad. El tercero, el de lo real, es un ámbito mucho más abstracto que los dos anteriores porque no tiene un lugar específico, más bien se refiere a todo lo que está fuera de la percepción humana, a todo aquello que por no poder ser nombrado ni comunicado se mantiene fuera del intercambio simbólico.
La relación que se establece entre la realidad y lo real –es decir: lo representado y lo que no– es la misma que se establece entre los dos mundos que propone Cortázar: la realidad cotidiana y la más humana a las que aludiera Marcano. “Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla. ¿A quién le importa un diccionario por el diccionario mismo? (…) Qué inútil tarea la del hombre, peluquero de sí mismo, repitiendo hasta la náusea el recorte quincenal, tendiendo la misma mesa, rehaciendo la misma cosa, comprando el mismo diario, aplicando los mismos principios y las mismas conjeturas”, escribe Cortázar en la “Morelliana” del capitulo 71.
Anclado en estas ideas del lenguaje e idioma –debe recordarse que Cortázar escribió su novela en castellano mientras vivía en París, exiliado en una nación cuyo idioma tuvo que aprender– no parece casual que Rayuela fuera principalmente una revolución tan radical en la estructura y en la expresión escrita. Rayuela, es su estructura por cuanto es la forma la que construye las ideas del personaje y el resquebrajamiento de la estructura tradicional de la novela sólo buscaba evidenciar, debajo de los pedazos rotos, lo que Cortázar creía que era la irrepresentable realidad “más humana”.
He allí la labor del intelectual que proclamara con su novela Cortázar: mostrar lo real, lo que carece de representación, aquello que por comodidad o por miedo, los seres humanos han querido ocultar. ¿Qué había debajo de todos esos pedazos rotos de realidad? ¿Qué experiencia de lo real han querido las sociedades occidentales enmascarar? Cortázar no nos dice, prefiere que cada lector se responsabilice por sus conclusiones, afronte sus propios temores íntimos.


(Primera edición 20 junio 2013: http://www.el-nacional.com/blogs/colofon/Intelectualidad-existencia-Cortazar_7_211848817.html)

Michelle Roche Rodríguez
@michiroche