Luis Yslas ha
traicionado su naturaleza de lector: ha cometido un libro. Y con qué gusto uno lo
observa lamentarse en la centena de aforismos que integran A la brevedad posible. Ojala ese fuera el carácter de todos los
crímenes literarios.
A la brevedad posible |
Las sentencias
breves que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
definen al aforismo y que se proponen “como regla en alguna ciencia o arte”,
toman en esta edición hecha por Libros del Fuego el cariz de un dilatado elogio
al lector o, lo que es bastante similar, a la literatura, por lo menos en la
primera parte, titulada “Estado civil: lector”. El autor, quien es el sujeto de
la segunda parte de la obra, “Apuntes de escritura”, no sale tan bien parado.
Si hay algo que no perdona Yslas, cuya discreción es una huella de identidad y
la perspicacia es el sello de su intelecto, son las palabras de más. Peor le
resultan estas si no se las lleva el aire y quedan sobre la hoja de papel. Por
eso requiere de los escritores una pertinencia absoluta –“más valdría pensar lo
que se escribe que escribir lo que se piensa”– y de los lectores exige juicios implacables
–“que todos lean lo que quieran; cada cual quiere lo que puede”.
El aforismo en
este venezolano nacido en Perú no solo es un género de la escritura, es aquella
manera de expresión que, según su propia convicción, mejor sintetiza su
experiencia vital. Por eso en A la
brevedad posible, como en pocos libros, se juntan la forma y el fondo: su
desarrollo, proposición a proposición, es una defensa de la literatura
–construida desde la buena lectura y la mejor escritura– en contra de los
ejercicios de pedantería intelectual o de otras formas de distracción letrada.
El aliento de esa
experiencia vital queda en evidencia desde la dedicatoria y el prefacio de la
obra donde tanto la lectura como la brevedad se convierten en asuntos
familiares. En una de las dos secciones del prefacio, por ejemplo, Yslas refiere
cómo la relación amorosa de sus padres comenzó a partir de la lectura de la novela
Los miserables de Víctor Hugo, lo cual
lo coloca a él y su hermana en deuda con el romanticismo decimonónico –“cuando
me preguntan por los libros que me han hecho lector”, escribe: “respondo que yo
provengo de esa comprobación de lectura”. Con este texto, ofrecido como tributo
al amor familiar, acaso el único que puede sentirse por la literatura, Yslas
materializa la relación sentimental con las palabras que según el periodista
español Alex Grijelmo todos los seres humanos tenemos. Y la relación que el
también editor del sello independiente de Libros Lugar Común tiene con las
palabras se cifra en las letras garrapateadas en tomos del pasado y del
presente y es una que invita a la moderación de las relaciones sentimentales de
larga data y para quien incluso idealizar la brevedad “es un exceso”.
Si se considera
al aforismo como una declaración corta que pretende expresar un principio de
una manera concisa, coherente y en apariencia cerrada o, como escribe Yslas,
“una herida que se cree bala”, las palabras solo perduran si concentran un
sentido capaz de estremecer alguna fibra de nuestra mente. En “la ciudad del
énfasis, [donde] todo conspira contra la modestia”, la capacidad de expresar lo
exacto es una forma de resistencia: donde hay escasez de todo menos de
palabras, revolucionario es quedarse callado y deseable es lo justo.
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