La
simpatía del canario Anelio Rodríguez demuestra que el gentilicio es un
accidente geográfico. Sentado en el lobby del hotel CCCT, el escritor nacido en
Santa Cruz de La Palma en 1963 gesticula a brazos abiertos, se ríe con los ojos
entornados hacia el cielo raso que cubre el espacio y bromea con los mesoneros
que lo atienden. “¿Yo debo parecerles un venezolano que se viste raro, verdad?
¡Es que los canarios y los venezolanos somos iguales!”, dice con la boca hecha
una sonrisa.
Anelio Rodríguez Cortesía Festival de la Lectura de Chacao |
En
efecto.
Si
no fuera por el dejo nasal de algunas vocales y cierta ausencia de las “eses”
en lugares distintos a la usanza caribeña, el ganador de los premios “Ciudad de Santa
Cruz de Tenerife” –con Ocho relatos y un diálogo, en 1992– y el “Tiflos”,
convocado por la ONCE –en 2004, con El perro y los demás– podría pasar por
un venezolano. Y bien que le gustaría porque en Caracas, dice, se siente como
en su casa.
“Un
placer que asocio con la lectura es la amistad”, explica el autor invitado para
el VII Festival de la Lectura de Chacao antes de añadir que le gusta cultivar
las relaciones con otros compañeros de profesión; quizá como una manera de encontrar
compañía en el oficio de las letras, marcado por un pacto con la soledad. Por
eso ha traído desde su isla de ultramar libros para Silda Cordoliani y José
Balza, así como tabacos para Igor Barreto.
El escritor fantasma. A Rodríguez le gusta decir que es un
escritor fantasma. Esto se debe a que vive en la isla más chiquita del
archipiélago de Las Canarias, a que sus libros se han agotado sin perspectiva
de reposición –bien porque las editoriales que los publicaron ya no existen o
porque no tienen interés en hacerlo– y, principalmente, porque tiene cinco
libros inéditos.
Narrador
de las distancias cortas, como el microcuento, el relato y la novela breve y
autor de ensayos de género filológico e historiográfico, así como también de
artículos de opinión, el trabajo de Rodríguez puede leerse en diversas
antologías de narradores, como L’oceano,
la chitarra e i vulcani (1995), Los
mejores relatos canarios del siglo XX (2005), Cuentos de la Atlántida (2005) y Generación 21: nuevos novelistas canarios (2011). “Reconozco que
tengo facilidad para los textos breves, pero creo que con los años me he ido
especializando en el relato corto”, señala el autor traducido al italiano, al
alemán, al francés y al portugués: “Es muy difícil dominar este género. A veces
escribo relatos que parten de una imagen muy nítida, pero hay otras las que mis
obras parten de una idea o un concepto. Hay veces en que tengo los cuentos en
la cabeza completamente estructurados. Soy una especie de tejedor. Cuando me
siento a escribir lo hago como el que está trabajando en un tapiz: intento que
una frase lleve indefectiblemente a otra, para que al final no sobre ni falte
nada. Este es un trabajo agotador e ingrato. Por eso, con los años, me he ido
volviendo muy autoexigente”.
A
pesar de que comenzó a asomarse a las letras a través de la poesía, género al
cual en un principio se arrojó con el ímpetu de la juventud que lo inspiraba,
una amiga suya, Elsa López, escritora y fundadora de Ediciones La Palma, le
aconsejó incursionar en la narrativa. Y fue así como escribió “de un tirón”, en
unos meses, las dos decenas de relatos que integran su primer libro en este
género, La Habana y otros relatos,
estructurado como una serie de monólogos basados en la oralidad canaria.
Durante
una década, entre 1995 y 2005, Rodríguez de dirigió la revista La fábrica (Miscelánea de arte y
literatura), que dio a conocer en toda España a autores y artistas canarios. Hoy
en día se dedica únicamente a dar clases y a escribir; por la mañana una
actividad, por la tarde, la otra. “El profesor educa al escritor para que sea humilde,
para que escuche las voces que suenan alrededor, para que sea flexible ante el
prodigio que es la realidad de la vida y, lo más importante, para que no pierda
nunca la capacidad de asombro. Por el otro lado, el escritor al profesor le
enseña a ser constante, a ser fiel a sus ideas, a tener paciencia”, señala
Rodríguez que versa en la paciencia y en la humildad su oficio de escritor, sin
estridencias ni falsos laureles. Así vive feliz, dice, como un espectro que
solo se materializa en los momentos necesarios: en los momentos que sean pura
literatura.
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