miércoles, 10 de diciembre de 2014

La parte real de Fresán


Si bien el motivo del escritor que se observa a sí mismo y al oficio que realiza se cuela con frecuencia en los libros de Rodrigo Fresán, en el caso de su más reciente novela, La parte inventada, el tema ofrece una excusa inmejorable para un titánico proyecto de 566 páginas de longitud que aspira hacia la obra total, sin extremas grandilocuencias, pero con el ímpetu de pocos trabajos desde el siglo XIX.
La parte inventada
Alternando la infancia de El Escritor con su presente de nostalgias por glorias pasadas, La parte inventada deslava múltiples digresiones en un argumento mínimo donde el protagonista intenta terminar sus memorias, mientras El Chico –que no lo admira realmente pero que también quiere convertirse en escritor para enamorar a La Chica– realiza un documental sobre su vida y obra. A través de la reflexión propuesta por una bella frase en la novela que describe al pasado como “un juguete roto que cada quien arregla a su manera”, Fresán establece un vínculo entre el título de la novela y un símbolo que repite varias veces, el mismo que la editorial Random House ha colocado en la portada. Se trata de un pequeño hombrecito de hojalata con una maleta al que hay que darle cuerda. No me cabe duda que este juguete representa al personaje de la ficción y que la acción de darle cuerda es una metáfora del oficio de escribir, en el cual el autor echa a andar una serie de situaciones e imágenes que permiten descubrir desde la fantasía asuntos de la realidad. Incluso, si puede asumirse que el hombrecito/personaje es una alegoría de los seres humanos, también debería hacerse lo propio con el mecanismo que acciona su movimiento, al que podríamos identificarlo con la misma literatura, una herramienta cuyo objetivo es complejizar las experiencias de la vida para que esta deje de percibirse como una truculenta carrera hacia la muerte. Es esta alegoría que Fresán esconde en el centro de la frase con que titula su libro, la parte inventada, “que no es, nunca, la parte mentirosa, sino lo que realmente convierte algo que apenas sucedió en algo como debió haber sucedido”.
Relacionado con la imagen del juguete de cuerda, como la gran magia que opera dentro la mente del autor/demiurgo está el símbolo de las libretas de apuntes de El Escritor –“libretas que (…) le producen el frustrante desasosiego de quien intenta recordar sueños y encontrarles algún sentido”–. En estos cuadernillos, tanto El Escritor como El Chico –cada cual a su manera– reproducen series de falsos comienzos y argumentos inacabados que no solo muestran las obsesiones pertinaces del oficio de las letras sino que sirven como comentario también de la esterilidad de la vida real del personaje y evidencian que este tampoco sirve para desarrollar la vida inventada.
Obra de pretensión totalizante, La parte inventada se fundamenta sobre la misma idea de la escritura como monomanía que inauguró Edgar Allan Poe hace dos siglos gracias a un estilo fragmentado y de constantes divagaciones.
La fragmentación experimental de la novela permite a su argumento saltar entre situaciones, así como también entre el pasado y el presente y de la reflexión íntima a la pública. Un ejemplo de esta se halla en las páginas donde se reproducen en la letra tipo Serif párrafos enteros de los capítulos tomados de las memorias que está pergeñando El Escritor y se mezclan con las ideas y recuerdos –anotados en Times New Roman, como el resto del volúmen– que no figuran en el manuscrito. Esta estrategia permite al lector jugar con la idea de que unos personajes se mueven a placer entre la parte inventada y la vida real.
En cuanto a la materia de las divagaciones, que permiten a Fresán resumir sus propias opiniones sobre la literatura y quienes la ejercen se encuentran de dos tipos: las que se desdoblan sobre el argumento y las preocupaciones artísticas. En las primeras, los recuerdos infantiles se mezclan con la cotidianidad del trabajo de pergeñar ideas sobre papel (o en la pantalla del computador) y, en las segundas, el asunto literario se estudia por medio de reflexiones sobre la banalización del mercado editorial, las ventajas de resemantizar el papel que juegan los autores en sus comunidades y la necesidad de profundizar el espíritu crítico de la sociedad.
Es en estos tres últimos puntos que Fresán se vuelve más prolijo en reflexiones y, con la intención de criticar a la literatura ready-made, el autor nacido en 1963 anota en un pasaje que los editores jóvenes “llevan una vida muy parecida a la de los escritores de los años veinte, de fiesta en fiesta; mientras que los escritores maduros de ahora somos más como los editores de los años veinte, como Maxwell Perkins: de casa al trabajo y del trabajo a casa haciendo el menor ruido posible”. Apenas unas páginas después arremete también contra la sociedad, quejándose de que “la gente lee cada vez menos y, por lo tanto, lee cada vez peor”, antes de clasificar al contemporáneo como lector “silvestre” y colocarlo en contraposición con el (deseable) “lector sofisticado”.
He aquí el detalle: Si el lector, digamos, no quisiera reconocer ningún acierto a la titánica y compleja obra que presenta Fresán, al cerrar el volumen tendría, por lo menos, que aceptar que La parte inventada es un muy buen intento de encajar el ensayo sobre los usos de la literatura con una narración. Por eso es exitosa donde muchos ensayos apocalípticos sobre la lectura se caen, en la forma. Cierto que esta narración se trata de la historia de un escritor que quiere ser todos los escritores pero que termina siendo una versión –mejorada, diría él– de Fresán mismo, pero es que tanto en su concepción como novela como en su vertiente ensayística el libro llama a la reflexión sobre el estamento cultural en el que se mueven los contenidos simbólicos de nuestra época. Si el lector se limitara solo a aceptar esta idea , sospecho que el autor argentino vería cumplido su más crasa intención.

@michiroche

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