Un
conejo nos habla: hasta ahí, todo normal.
Porque
este libro nos explica el mundo alejándose de este (o, mejor, todo lo
contrario). “Soy un conejo libre en el amplio sentido librepensador de la
palabra”, se presenta, con ese humor, para concluir al final del capítulo: “Vosotros
vivís en este patio. / Y el patio soy yo”.
Conejo ciego en Surinam |
Miguel
Antonio Chávez dispone un artefacto narrativo tan abierto y libre que el mundo
y la literatura se deshacen y semejan la impronta que a menudo percibimos ante
una obra de arte moderno, esa combinación de estética cool, espectáculo, “función
humorística”, auto boicot de cualquier posibilidad de sentido –o frivolidad o
tomadura de pelo duchampiana—, y vacío o, también, al fin y al cabo, nada;
aunque, esta sí, una “nada” cargada de sentido, porque refleja
extraordinariamente bien el mundo en que vivimos. En muy poco expresa la
esencia de nuestro tiempo como no podría hacerlo, de ninguna de las maneras,
una obra literaria realista o genérica.
“El
conejo” de este autor ecuatoriano, joven nacido en 1979, es la avanzadilla de
las emociones, muestra uno de los posibles caminos literarios que tomar, está
en vanguardia, tomando ventaja sobre otras literaturas. Cierto que, de algún
modo, combina surrealismo, publicidad, dibujo animado, absurdo, distintas poéticas
y géneros, pero lo hace para convertir esta novela en “arte”; y se trata de un “arte”
que es de una manera que las novelas no suelen serlo.
El resultado del
artificio es un cuadro que resulta bello para la imaginación –aunque
renunciando a la belleza en sí, como toda obra de arte moderno— y también es
bello para el pensamiento. Vendría a ser como una alegoría de Monterroso pasada
por Disney y convertida en una instalación de Cildo Meireles; o como Alicia en
el País de las Maravillas pintada por Roy Lichtenstein para “decorar” los
interiores de un parque tecnológico-astrofísico o la catedral de Notre Dame. Un
disparate maravilloso.
Resulta
fascinante la libertad creativa con la que opera Miguel Antonio Chávez. Y cómo
hace uso de esa libertad (con qué libertad, valga la redundancia). En Conejo ciego en Surinam vamos observando
cómo el relato atraviesa pequeñas fases por distintos géneros, del tinte romántico
al de espías a la intriga política a la fantasía…, justamente como si, lo suyo,
fuese un espectáculo y, también, como si ese espectáculo lo fuera de magia: de
ilusionismo y escapismo.
@NicolasMelini
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