La
lírica tomó la palabra en México por el país. Igor Barreto preparó una sopa de letras,
Arturo Gutiérrez Plaza reseñó la infame relación entre las dictaduras y los
escritores y Alejandro Castro propuso una poética de su cuerpo como desafío al
silencio y a la noche impuesta, desde haca mucho más que quince años, por la
tradición militarista en Venezuela.
Pabellón de Argentina en la FIL Guadlajara ©FIL/Pedro Andrés |
A
partir de una crónica sobre la sopa que toma con regularidad en el Mercado de
Coche, Barreto comparó los cruzados de carnes blancas y rojas que se tomaba en los primeros
años de la República Bolivariana con los potajes insípidos que consume ahora “en
estado bruto”. Así habla en términos culinarios de la falta de diálogo del
país: “cuando me la tomo [la sopa] lo hago en silencio, aislamiento y exclusión;
el comandante de la cocina me ha aplicado la vieja receta de los manuales
estatistas de la editorial Progreso, la que sufrieron muchas provincias de la
extinta Unión Soviética reducidas a la miseria como la gran herramienta
totalitaria para cumplir un proceso de conquista y sometimiento a un orden
monocorde: de un solo color y sabor”.
Gutiérrez
Plaza se refirió a la larga y tirante relación entre la poesía y el poder en
los muchos regímenes autoritarios que ha padecido Venezuela, señalando al
militarismo de caudillos como una patología que define la relación que los
habitantes del país tienen con el poder. Se refirió a la imagen del país
asoleado como una que de forma recurrente en la tradición poética venezolana identifica
a lo absurdo de esta nación que Andrés Eloy Blanco llamara “una tierra enferma
de heroísmo”.
El
más joven de los autores convocados para la mesa propuso una lectura del poder
en Venezuela desde su homofobia. Dice el autor de 28 años de edad que debajo
del imperativo de que siempre el país tiene problemas más importantes que discutir
que los derechos de las poblaciones sexodiversas y de las minorías, se esconde la
repugnancia a la homosexualidad que es claro en la cultura venezolana y que Castro
ejemplifica a partir de una proclama proferida por el general Soublette en plena
guerra de independencia, donde identificó a los escritores con “poetastros afeminados”.
Aunque
la presentación de los autores puede resumirse en la frase que soltara Barreto
no más iniciar su intervención, “lo que le ocurre al poeta en su intimidad, en
su cuerpo, también le ocurre a la nación”, cada una de las intervenciones fue única
a su manera y evidenció la persistencia atávica de la crisis militarista en
Venezuela, así como también la relación entre el poder y la otredad poética.
@michiroche
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