Claudio Magris
dio el mejor discurso que en el último lustro escucharan los asistentes a la
inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Con motivo de
la recepción del Premio FIL de Lenguas Romances, el autor italiano dio una
clase magistral de literatura: de cómo se mira al oficio de las letras a través
de los ojos de un autor.
Claudio Magris Foto de archivo. © Paolo Magris |
Tomando como
ejemplo el procedimiento que el teórico austríaco Heimito von Droeder usaba
para escribir a mano los primeros borradores de sus novelas, en los cuales
usaba diferentes colores para marcar los distintos planos de la narración
–anotando en un tono el recuento de los hechos, en otro el flujo de la
consciencia y en otro diferente las descripciones–, señaló que un texto
literario es “un tejido de planos diferentes, rico en diferencias; sostenido
por una tensión entre la totalidad y el fragmento, lo dicho y lo no dicho”.
El también
ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2004 se refirió a los dos tipos de
escritura cuya combinación, a pesar de que sean de sintaxis completamente
diferentes, le da orden al mundo: la escritura ético-política y la de
invención. La primera informa sobre el mundo y se sustenta en el conocimiento
intelectual, mientras que para la segunda usó la imagen de la mano para
referirse a la creatividad, a la “escritura que se ejerce con absoluta e
irresistible libertad”. Y tomando una metáfora del argentino Ernesto Sábato,
Magris habló de la dialéctica entre una escritura “diurna” y otra “nocturna”.
En la primera se reconoce su escritor y, en la segunda, el escritor “ajusta
cuentas con algo que sale de él”.
Qué duda cabe
que el propio Magris se coloca en el centro de todas estas formas de escritura,
con una enorme cantidad de su vida tratando de crear desde la cabeza, para
luego encontrarse, una y otra vez, avanzando entre los borradores de sus textos
sin saber cuál es el objetivo de su búsqueda. Y así, habiendo comenzado por un
ensayo donde su escritura se produce a tientas, pronto se ve arrojado por
acción de su propia creatividad a la vorágine heterogénea e impura de los
textos que termina por denominar novelas. Para dejar las cosas en claro, se definió a sí mismo como un autor de lo
nocturno, uno que asume su profesión como el eterno proceso de intentar
explicar lo que surge dentro de él o lo inexplicable que se multiplica sobre la
tierra.
El mejor ejemplo
de esto es Danubio, la obra que lo
hizo célebre en 1986 –por lo menos en el mundo hispanohablante– la misma que
surgió de un viaje por la “otra Europa” –¡hay, cómo odia Magris esta frase!– donde
lo que comenzó como un ejercicio turístico pronto se convirtió en un ambicioso
proyecto literario que cabalga entre el ensayo y la novela con la pericia de un
maestro en ambos géneros. “Una especie de novela sumergida”, como la definiera
el propio Magris, en este libro escribe no solo sobre la civilización
danubiana, sino con más propiedad “del ojo que la contempla”. Así, mientras el
escritor de invención que hay en Magris recorre el viejo río desde sus fuentes
hasta el Mar Negro atravesando Alemania, Austria, Hungría, Checoslovaquia,
Yugoslavia, Rumania y Bulgaria, el ético-político persigue la historia de estos
lugares y va construyendo un mosaico de realidades culturales, donde destacan
más que las afirmaciones de una civilización, sus inquietudes. Hace una croquis
del ambiente intelectual donde, en el centro del nihilismo, se gestó la génesis
de la posmodernidad. Y de esa manera Magris termina por explicarse y
explicarnos, sin darse aún por satisfecho de tamaño hallazgo, la profunda
influencia que esta Europa, a la cual el status
quo había relegado a la otredad, tiene sobre el caótico orden del mundo
contemporáneo. Y ahora que se cumple una centena de la Primera Guerra Mundial,
reconocida por la generación de nuestros abuelos como la Gran Guerra, la Guerra
de las Guerras, pero que no pudo terminar con nada y más bien nos precipitó a
otra, una segunda, mucho peor Guerra de las Guerras ¿qué mejor homenaje puede
hacérsele a la cultura que despareció dentro de aquellas trincheras?
Pero el mismo
Magris no aspiraría a tanto. Advierte que lo suyo no es andar por los meandros
de la escritura proponiendo lecturas ni definiciones. Si su escritura es ético
política, para usar los términos que él mimo propuso hace unas horas delante de
una audiencia de unas 200 personas, me parece menester señalar que ello se debe
a que el italiano es de los escritores nocturnos a los que Sábato se refería: uno
que necesita entender lo inexplicable que encuentra por allí, dentro de sí
mismo o alrededor suyo.
Y he allí,
justamente, la característica definitoria de la larga obra de Magris que ha
premiado la FIL en esta edición: la humildad del escritor nacido en Trieste en el
año de 1939 de nunca creerse, ni como intelectual ni como persona, más que el
texto que produce, así como también su inacabable necesidad ética de comprender
el mundo y la humanidad que lo habita.
Por eso, al
final de sus palabras de hoy, Magris describía la obra, la suya o la de
cualquiera, apenas como un “maltrecho barquito de papel que podemos construir
con nuestras palabras”. En ese momento me hubiera gustado verle la cara a tanto
escritorzuelo de poca monta, sean o no fenómenos de ventas, que abundan en los
encuentros literarios de la envergadura de la FIL Guadalajara, obsesionados
como están por su obra –su obra, su gran
obra, la obra de las obras… ustedes me entienden–. Pero no pude ver a ninguno.
Estarían afinando la voz y juntando lugares comunes para afrontar las
interminables entrevistas que van a sucederse en los próximos diez días con el
objeto de hablar de tal o cual novedad editorial. Más hubieran aprendido si hubieran
se hubieran sentado entre las dos centenas de asistentes a ese discurso porque
se hubieran dado cuenta de la banalidad de sus posturas y hubieran tenido que
reconocer que el gran fenómeno literario de esta vigésimo octava edición de la
FIL ya había ocurrido: un magno escritor había dado una clase magistral de
literatura en la cual demostró que lo más importante no es lo escrito,
sino –y con suerte– la pregunta que llevó a escribirlo.
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