viernes, 28 de noviembre de 2014

El hombre que es el autor


No suelo escribir reseñas de libros de poesía, si acaso de alguna novela, últimamente (pero muy de vez en cuando, siempre de autores que no conozco personalmente). No tengo un sitio fijo donde publicarlas y, en el caso de la poesía, no es un género sobre el que me apetezca escribir especialmente, o, mejor dicho, hay otros asuntos y géneros sobre los que me apetece escribir primero. Además, desde que llevo la edición de una colección de libros de poesía, esa me parece suficiente responsabilidad prescriptora.
Trasmallos
Pero en el caso de este libro de poemas –Trasmallos, de Santiago Gil— hay algo, un cierto hermanamiento literario que he sentido, por sorpresa, al leerlo, que me ha hecho pensar que sería una pena no poder saludar su publicación; escribir algo (tal vez no una reseña, exactamente) sobre alguna de sus características.
Alguna vez he dicho que Santiago Gil es, me parece, de la nueva generación de escritores canarios (ahora en los 40), uno de los de corte más “literario y humanista” (junto con Anelio Rodríguez Concepción y Bruno Mesa, por ejemplo); aunque no sea, posiblemente, más que una delimitación gruesa que, esperemos, sirva al menos para situar a Santiago Gil respecto de aquellos autores de esta generación que están trabajando la novela negra y, también, de aquellos otros que han apostado por la continuación de la tradición insular.
En Trasmallos, en efecto, el hombre que es el autor se pone de manifiesto, lo trasciende todo, resulta medular, es narrador y protagonista, es poeta y objeto del poema. José Luis Junco Ezquerra lo señala ya desde el título de su prólogo: “Trasmallos. La reivindicación poética de lo humano”. Con ello está relacionado lo que me ha “impresionado” de la experiencia de leerlo: Santiago Gil ha recurrido al melodrama para estructurar su poemario, ha tirado de su experiencia como narrador y ha dispuesto, muy al principio del libro, el relato de un hecho dramático que ha marcado su biografía: la separación de su pareja. De tal modo que, a partir de ese instante, el dispositivo melodramático extiende una pátina de dolor sobre cada poema del libro, que transmite sus emociones más íntimas respecto de ese duelo órfico –sin recurrir al conocimiento clásico, decantándose por la verdad propia, personal, transferible—. A la emoción del lirismo de la escritura poética, se suma la emoción épica –aunque intimista, cotidiana— obtenida por medio de un recurso que hoy es considerado poco poético: más bien dramatúrgico; narrativo, en cualquier caso.
En cierto modo, es como si la “poesía culta” –en este tiempo de pos cultura y pos posmodernidad— se volviese “cantar de gesta”, pero de una gesta que consiste en la entrega total, impúdica, de la persona que escribe: la persona y el poeta indisociados de un modo pornográfico; la “pena en observación” en el centro de todo.
(No es un proceder habitual en la poesía española, me parece. Merece señalarse).
Nada nos impide disfrutar de la calidad poética de los poemas de este libro si los leemos por separado o en desorden, pero si los leemos en la estructura que el autor ha querido, los poemas son “más”. Y siempre hubo pérdidas amorosas y poetas que las contaran o las cantaran, pero este libro nos habla de las nuestras: del duelo que padecen los hombres abandonados hoy.


MAR DE OTOÑO EN PRIMAVERA
Santiago Gil

Este mar triste de otoño en primavera,
una avenida que atardece mojada por la lluvia,
bufandas que ya estaban olvidadas en los cajones,
paraguas que rompe el viento de la costa,
y tú tratando de explicar por qué me dejas.
Aún recuerdo cada una de tus palabras
confundidas con el olor de la tierra mojada
y la brisa de mar adentro que traía el viento.
No es que no me quisieras,
ni que hubieras dejado de adorarme.
Según tú fue el tedio, el hastío,
los domingos aburridos e interminables.
Dices que no hay otro, ni otra,
que es parte de la vida esta derrota.
En fin, que el futuro te regale divertimentos,
que nunca más te venzan la desgana y la monotonía,
ni el desamor, ni el desencanto,
ni te quedes jamás, Dios no lo quiera,
ante uno de estos mares tristes de otoño en primavera.

Trasmallos, Santiago Gil (Ediciones de la discreta, 2014)

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