Incluso si usted no lee en la pestaña del libro que Samanta
Schweblin nació en Buenos Aires hace 36 años, usted podrá ubicar su obra en la
misma tradición del particular coqueteo con lo fantástico que marcó la prosa
clásica de Argentina el siglo pasado y no tardará en construir su genealogía
literaria a partir de los libros de Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Jorge
Luis Borges. Más los escritos por los dos primeros que los publicados por el tercero,
por supuesto. Esto se debe a que la fibra de su narrativa breve toma el talante
lúdico de ciertos relatos del autor de Todos
los fuegos el fuego (1966), así como también la mirada socarrona que tornaba
los fundamentos de la vida en irrealidad propia del autor de La trama celeste (1948).
Pájaros en la boca |
La escritora que ha sido editada en Alemania e Italia
–además de en varios países de la comarca de la Ñ– construye universos donde lo
siniestro abre una brecha dentro de lo cotidiano por donde se cuela lo
fantástico. Pájaros en la boca es una
buena muestra de ello. Aunque esta es la colección de cuentos que la dio a
conocer en 2009 con el Premio Casa de las Américas que otorga Cuba, su primer
libro, El núcleo de disturbios (2002)
ya labia hecho acreedora del Premio Fondo Nacional de las Artes en su país.
La publicación que toma su nombre del cuento sobre una
adolescente con extraños gustos culinarios presenta 14 relatos en los que son
comunes los motivos del viaje en carro, así como los bares y comederos donde
descansan los viajantes. Tal es el caso de “Irman”, donde dos amigos se
encuentran con un enano cuya esposa acaba de morir en un restaurante de
carretera. El desplazamiento tiene un inesperado cambio hacia el comentario
social en el cuento “La furia de las pestes”, donde un empleado gubernamental llega
a un pueblo olvidado para hacer un censo y se encuentra con la violencia
contenida del hambre de sus habitantes. Similar en su retrato de reserva ante la
furia es “Cabezas contra el asfalto” en el cual un artista plástico pinta gente
con la cabeza rota como sublimación de sus impulsos más salvajes.
Pájaros en la boca presenta
también un particular regocijo en lo subterráneo, como indican la historia de
los niños que desaparecen trabajando en un hoyo de “Bajo tierra” o “El
cavador”, con el que se abre esta colección y donde un hombre se ha retirado al
campo a trabajar se encuentra inexplicablemente dueño de un pozo y de un
cavador que trabaja en este.
La maternidad, deseada o no, es otro tema que se repite. En
“Conservas” se trata de una pareja que se somete a un tratamiento a ver si puede dejar un embarazo para otro momento. “La sensación es todo lo
contrario a lo que se siente al emprender un viaje”, reflexiona la narradora
frete al espejo en que su reflejo se ríe con el de su esposo, ya cuando está
avanzado el tratamiento: “No es la alegría de partir, sino la de quedarse. Es
como si al mejor año de tu vida le agregas un año más, bajo las mismas
condiciones. Es la oportunidad de seguir en continuado”. Qué duda cabe que este
asunto, femenino por antonomasia, es tratado a partir de la ansiedad que
genera la perspectiva de traer un hijo al mundo. “En la estepa” se mira el tema
de la fertilidad desde el punto de vista contrario: una pareja que quiere tener
un hijo conoce a otra que ya lo tiene. En el juego de dobles, la primera
díada se refleja en la segunda, que actúa como un espejo y se encuentran con lo
terrorífico que podría ser conseguir lo que desean.
El universo familiar está retratado en “Papá Noel duerme en
casa”, “La medida de las cosas” y “Mi hermano Walter”. A través de la inocente
mirada de un niño, el primero de estos cuentos narra la historia del
resquebrajamiento de una familia. En el segundo, un hombre rico, que huye de la
casa en la que vive con su madre,
encuentra alegría con las diversiones más pueriles. En el tercero, el
éxito de una familia se observa y se mide a través del hermano fracasado y triste.
“La gente habla como si mi hermano se alimentara de estupideces. Si le pregunto
quién es [la persona que ha llamado por teléfono], o qué quieren, él es incapaz
de responder. No le interesan en lo más mínimo. Está tan deprimido que ni
siquiera le molesta que estemos ahí, porque es como si no hubiese nadie”. Por supuesto que en la
mirada displicente del hermano está la verdadera medida del triunfo: la idea de
que no importa cuánto tratemos, al final todos los seres humanos tenemos el
mismo trágico destino, la muerte.
En “Mariposas” y “Pediendo velocidad” Schweblin accede a una
prosa casi poética. El primero es apenas una escena en la que un grupo de padres
esperan la salida de sus hijas en la puerta del colegio y en cuanto llega el momento
estas parecen haber tenido una radical transformación. En el otro, la nostalgia
de la vida en el circo se convierte en la metáfora de la lentitud en el hombre
bala que comparte los últimos días de su vida con quien encendía la mecha de su
cañón: “Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla.
Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la
columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina
usando las sillas y la mesa para ayudarse, parando a cada rato para descansar,
o para pensar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta
el umbral de la cocina y se detuvo”.
La fuerza narrativa de Pájaros
en la boca se encuentra en tenue capa de credibilidad que envuelve a lo insólito.
Y esta constante de sus cuentos imprime en la obra de Schweblin la forma propia
de mirar al mundo que la convirtió en una de las voces más interesantes de la
narrativa contemporánea.
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