Un manto de
humores tristes cayó este día 3 de septiembre de 2014 sobre los asistentes a la
Feria Internacional del Libro de Guadalajara al conocerse la noticia de la
muerte del periodista tapatío Vicente Leñero. Los escritores mexicanos, como
era de esperarse, se comportaron como los más conmocionados por la mala nueva y
los organizadores del encuentro literario, así como los del Grupo Planeta, casa
que editaba al autor, no tardaron en pronunciarse. Marisol Schulz, directora
general de la FIL, luego de decir el discurso de rigor colocó una banda negra
en la sala de periodistas y Nubia Macías, directora del sello, anunció que a
partir del año que viene la obra narrativa de Leñero se editará entera en una
biblioteca que llevará su nombre.
Vicente Leñero en 2009. Cortesía FIL Guadalajara |
El editor del
sello se negó a confirmar las razones por las que Piglia no compadeció hoy –apenas
dijo que tenía “problemas de salud”– y tampoco se refirieron directamente a eso
ninguno de los convocados a la mesa para presentar el libro que (la ironía) es
una compilación que recoge los textos de la obra de Piglia propuestos por el
mismo autor. Pero el ambiente era pesado y me pareció que el mexicano Juan
Villoro y los argentinos Martín Caparrós y Martín Kohan llegaron a referirse en
tiempo pretérito al autor de Respiración
artificial –título que en la década de los ochenta, mientras Caparrós
estuvo en el exilio, representó para él una esperanza de efervescencia cultural
en su país–.
Ricardo Piglia en 2010. Cortesía FIL /Gonzalo García Ramírez |
No puede
escapársenos la ironía de que cada uno de los países más profundamente
involucrados con la FIL, el anfitrión y el invitado de honor, se vieron hoy
confrontados con la idea de la muerte de un escritor. Uno con la certeza, otro
con la posibilidad. Y es que en ningún otro oficio como en la escritura la
relación con la muerte es tan paradójica como en el de las letras. Los
escritores no tienen una sola muerte: resucitan en sus libros o mueren con
ellos. Porque si son buenos, su
obra los inscribe en la inmortalidad, pero si no lo son, el languidecer lento
de sus libros en los estantes de las librerías o en los depósitos de las
editoriales representa una segunda y (quizá más) dolorosa muerte.
Ya entró al
lugar vaporoso e inaprensible Leñero, que se hizo acreedor de galardones como el
Premio Biblioteca Breve en 1963 y el Xavier Villaurrutia en 2001 y Piglia
parece encaminarse hacia ese mismo sitio. Leñero tendrá su propia colección en
Seix Barral y Piglia ya tiene una antología que sugiere la manera como quiere
ser leído. Consagrados ambos, inmortales los dos, incluso antes de la muerte.
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