“La acrópolis oficial sobrepasa
las concepciones más colosales de la barbarie moderna”.
Rimbaud
Como hace Charles Baudelaire con París en su poema “A una
transeúnte”, como los escritos sobre
New York de E.B. White, como Ricardo de Carvalho Duarte Chacal y su São
Paulo, Alejandro Castro construye una relación entre poesía y ciudad. El autor
venezolano con un lenguaje osado y crudo, no solo versifica a Caracas sino que
desnuda su violencia y su soledad.
A sus veintiocho años, Castro se desempeña como docente en
la Universidad Central de Venezuela y es conocido en el mundo literario
nacional, no solo por ganar el Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila
(2010) o porque su más reciente poemario Lejano
oeste (2013) fue escogido como Libro del Año 2014, sino por proclamar un
Ars poético que defiende a la
homosexualidad. Pero, aunque sus textos reivindiquen la deuda que tiene la
poesía nacional con la literatura gay, sus textos no se centran exclusivamente en lo homoerótico, ya que
su obra abarca por igual temáticas como la política, el poder, el barrio y la
ciudad.
El lejano oeste |
Un claro ejemplo es El lejano oeste, publicado por Bid &
co. en 2013 donde Castro, desde sus experiencias íntimas, escribe un libro constituido por
cuatro cuerpos, que dejan ver su madurez como poeta: “Casalta”, “Textículos
insurrectos”, “Monstruación” y “Vísceras de soledades”. El lugar al que alude
el título del libro no queda en Estados Unidos, con los duelos entre indios y
vaqueros que muestran los western sino que, según el autor, se encuentra
en la urbanización popular Casalta de Caracas: “Tengo que sobrevivirte / entre
los perros que de madrugada / profieren la música del odio. / Debajo de las
balas encima de la ciudad / día tras día Casalta tengo que sobrevivirte / Pero
te llevaré conmigo Casalta irremediablemente / con pañales en el balcón y las
aceras”.
Las representaciones del entorno urbano han sido una
constante en la poesía. En esto no se equivoca el poeta catalán Pere Pena, cuando afirma que “existe una
forma de pensar la poesía desde la ciudad, pero también existe una forma de
pensar la ciudad desde la poesía”. En los poemas de Castro se hacen explícitos
mediante un lenguaje crudo, los
excesos de la capital que habita, los enfrentamientos entre delincuentes cada
noche, el bullicio y la música que sirve como medio para desatar “en los
cerros” el desenfreno y el caos. Ello se observa en los versos de una “zona
tórrida” que nada tiene que ver con la que recitaba Andrés Bello –“que otros canten la
grandeza indómita / de ser pobre y bueno / yo sé la violencia que cabe en dos días
/ perrea mami perrea”– y asimismo se escucha un franco rechazo a la ciudad, un repudio
que revindica las Villes del siempre joven Arthur Rimbaud cuando decía que las
urbes sobrepasaban las concepciones de la barbarie moderna.
Los caraqueños silenciosos y recatados que detallaba
Arístides Rojas en sus crónicas, quedaron en el olvido, ahora “se respira odio”
en medio de multitudes que gritan
y se empujan, es así como Castro revela en el poema “Pérez Bonalde”, el estigma
de la ciudad que marca al individuo: “Caracas toda penuria la maldita /
circunstancia de estar rodeada de / montañas sin nombre y la pobreza / te mira
no te abandona no te deja / mirar la pobreza en todas partes un estruendo / un asesino un rancho / un
montón de basura”.
En “Textículos insurrectos”, el segundo cuerpo del libro, declara con un lenguaje
osado la libertad de poder amar a otro hombre sin tener que esconderse,
disimular o inscribirse en la marina: “ahora que las manos nos pertenecen / que
otros osaron decir el nombre del amor que / que amamos / y hay ciudades enteras
que nuestros abrazos / no perturbarían / y buenas costumbres también para
nosotros”. Y también la homofobia, escondida en eufemismos como “pato”: “Papá, cuando sea grande
/ quiero ser pato. / Caminan raro, pero cómo nadan” o en las malignas comparaciones
cotidianas: “No recuerdo si quería un juguete / un helado o regresar a casa,
insistí. / la respuesta, en cambio, no la olvido: «más fastidioso que marico
pidiendo un beso»”.
Mientras que en “Monstruación”, a través del habla poética
muestra un híbrido, un él/ella, un
hombre con alma femenina pero “con pelo en el pecho”: “uno en realidad es más
que uno / lo sabe bien pero qué angustia”, “me hago la loca pero soy un hombre
/ qué vergüenza / tan bruto desesperado”. Además de concluir que todos tenemos en común el ser
diferentes: “Estoy absolutamente dispuesto a recordarle / a cada gordo negro
judío feo / enano bruto viejo indio bizco / calvo zurdo pobre etcétera / y
etcétera que compartimos bando”.
Con el fulgor de quien desnuda sus sentimientos, Castro desea,
sufre, siente miedo y debilidad por estar enamorado. Finaliza su libro con
“Vísceras de soledades”, donde enuncia sin disimulos: “No escribiré un soneto
sobre tus doradas hebras / ni contaré en secreto los lunares de tu espalda //
para que el tiempo haga su trabajo”, exhibiendo del mismo modo el desamor y el
despecho: “Mírame ya no puedo equivocarme / soy invencible // a ti voy a
quererte como Gorgona”.
Siendo el motivo urbano el principal hilo conductor de El
lejano oeste y el ambiente que articula las relaciones entre sujeto, lenguaje y
violencia Caracas se convierte en el escenario regido por el crimen y el sinsentido. Castro
mediante la poesía parece también crear la necesidad de reconocerse en el otro:
en el habitante de las barriadas, en el niño que crece rodeado de pobreza y en
las multitudes que esperan al metro para ir a casa.
@DiosceMartinez
Diosce Martínez
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