miércoles, 25 de noviembre de 2015

Un retablo para chuparse los dedos

Como un conjunto de figurillas en serie que representan un suceso o como el pequeño escenario en que se personifica una acción con títeres son dos maneras de definir  la palabra “retablo” que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
El retablo
Y eso es justamente lo que hace José Rafael Lovera con Retablo gastronómico de Venezuela: poner ante los ojos de su lector una sucesión de alegorías, personajes y hechos que configuran la historia de la gastronomía de su país. 
José Rafael Lovera
En una decena de capítulos que recorren los nombres científicos y populares de los condimentos, el historiador nacido en 1939 cuenta los orígenes primigenios de las hortalizas y las frutas o anota las recetas de la repostería y los platos de antaño, así como también las fórmulas para los cocteles con ron que gustaban a los personajes prominentes de Venezuela. Así, esta publicación combina el saber enciclopédico sobre el yantar de ese país con el menudo detalle del pasado o la anécdota curiosa para contar el desarrollo de una sociedad que hoy, por fin, está orgullosa de su comida y de su cultura como antes lo estuvo de la belleza de sus mujeres o de la calidad de su petróleo.
El libro está concebido como una receta de cocina donde los ingredientes tienen vida propia. “Si el escritor concibe la obra y la plasma en un texto, el cocinero hace lo mismo mediante un recetario”, escribe el individuo de número de las academias de la historia de Venezuela, España y  Guatemala, así como de las instituciones similares en Estados Unidos, Italia y Francia: “Nuestra cocina se basa en la asociación de elementos autóctonos americanos y otros foráneos (europeos, africanos y asiáticos). 
Diez capítulos cuentan la historia gastronómica de un país
Esta diversidad de ingredientes, reflejo de una historia accidentada, se fundieron unos con otros al calor del relacionamiento de los distintos pueblos que formaron nuestra nacionalidad” escribe en el liminar que introduce los diez capítulos del Retablo. Alude allí también a la tontería tantas veces repetida en la conversación coloquial que describe como “mestiza” a la gastronomía venezolana. No solo es híbrida la mesa de ese país, así son las tradiciones culinarias de todas las naciones: ninguna cultura es “pura”, aunque haya grupos interesados en promocionar lo contrario. De hecho, Lovera señala que la misma cocina española que representó la fuente de la mesa criolla puede ubicar raíces en la cultura celta, gótica, íbera y arábiga.
Entre los datos interesantes que aporta esta investigación se encuentra la noción de que el régimen culinario tradicional de Venezuela se consolidó en el siglo XVIII, es decir: incluso antes de su proclamación como república. O la localización en el año 1861 del primer recetario escrito en ese país. Se trata de la obra de un agrónomo llamado José Antonio Díaz que nació de su preocupación por mejorar la alimentación de sus compatriotas campesinos y constituye una lección de filantropía para los políticos contemporáneos. Una sección valiosa del libro es el capítulo “Los oficiantes de cocina en tiempos históricos” que se refiere a un tema pasado por alto en la historiografía culinaria de Venezuela: los que tiene las manos en la masa, desde aquellos que fueron pioneros en el arte de los fogones durante la colonia, hasta los arquitectos del edificio que es la gastronomía moderna y variopinta de ese país.
Otro de los recursos atinados del cocinero de este libro es la invocación del poema de Andrés Bello, “La agricultura de la zona tórrida”. El primer verso de esa composición poética en silva, “¡Salve fecunda zona que al sol enamorado circunscribes…!”, resuena profundamente en las raíces cavernosas de la identidad venezolana marcada por la celebración de la herencia natural del país, a veces en detrimento del contenido humano de esa información genética que es la historia. 
Pero he allí lo verdaderamente interesante del libro escrito por el fundador de la Academia Venezolana de Gastronomía y del Centro de Estudios Gastronómicos (CEGA): que trasciende toda simpleza y reivindica la manos que se han metido en la masa de la nutrición de los venezolanos: los esclavos bilingües que echaban mano de cualquier ingrediente nacional o foráneo, los cocineros que inventaban platos para alivianar las faenas de las campañas militares o las recetas del pan nuestro de cada día que desde tiempos inmemoriales ponen sobre la mesa de nuestras infancias las amas de casa. “Siempre hubo una abuela, una madre, una tía, una empleada que con su labor cotidiana, quemándose en los fogones, preparó lo que luego sobre la mesa constituyó delicia inolvidable”, escribe Lovera en el epílogo del libro: “Esas mujeres, dotadas de hábiles manos y de una memoria gustativa que fue formándose por la experiencia, se hicieron dueñas de nuestros paladares. Muchas de ellas lograron definir lo que llamamos sazón criolla, producto de un sutil arte combinatorio”.
Como un mesa bien servida, al dato preciso y a la narración entretenida se unen la profusión iconográfica de la publicación y la diagramación refrescante de los profesionales de Artesano Group, ingredientes todos que invitan a devorar cada capítulo de este Retablo, con la seguridad de que dejará el sabroso regusto de la historia civil venezolana.

@michiroche


martes, 24 de noviembre de 2015

Alfonso Armada, el periodismo como forma de estar en el mundo

Alfonso Armada
El periodismo es un género de la literatura y quienes dudan de esto es porque consumen lo peor del oficio. Incluso, el siempre críptico jurado del Premio Nobel de Literatura asentó esta afirmación cuando proclamó hace unos meses ganadora a la autora bielorrusa Svetlana Alexiyévich, cuya obra retrata la realidad de quienes habitaban la antigua Unión Soviética.
Alfonso Armada piensa lo mismo. El periodismo que disfruta es ese que sirve de herramienta para describir el mundo e inculcar el amor por las palabras. Claro que esto es poco si se pretende que esta profesión cambie el mundo, como asegura el imperativo cósmico de ciertas películas hollywoodenses, pero es suficiente si se circunscribe a un pedazo de la enorme sociedad interconectada de individuos que en la última década ha cambiado el cielo de sus religiones por una red de nubes, que –como si fuera gran cosa– tiene una capacidad de almacenamiento que trasciende servidores locales y computadoras personales para que la gente deposite más que sus datos, sus ideas y sus pasiones. Lo de Armada es volver a la época cuando los periódicos podían considerarse las universidades de los pobres y cuando en cualquier fin de semana era fácil encontrar en estos una pieza bien escrita, precisa y descriptiva.
Diarios de la Guerra de Bosnia

Nacido en Vigo hace cincuenta y siete años, el autor fue enviado especial del diario El País a zonas en guerra como los Balcanes y África y fue corresponsal en Nueva York del diario ABC. De estas experiencias surgieron sus libros Diccionario de Nueva York (2010), Mar Atlántico. Diario de una travesía (2012) y Fracaso en Tánger (2013), así como el reciente Sarajevo: diarios de la Guerra de Bosnia (Malpaso, 2015). Aprendió su profesión al calor de los conflictos y encaminado por la obligación de se cuenten las cosas. Pero veinte años después de la guerra de Bosnia entiende que la principal misión del periodismo se limita a “dar cuenta del mundo” sin presumir de que puede cambiarlo. La gran lección fue aprender a estar, saber de mirar.
Igual que a Alexiyévich no le gusta que la llamen periodista, Armada no se siente cómodo con la etiqueta de “corresponsal de guerra”, pues asegura que lo suyo fue casual. Lamento disentir: estaba preparándose para la responsabilidad desde la adolescencia, cuando leía los libros de aventuras y de viajes escritos por Julio Verne, Emilio Salgari y hasta las historietas de Tin-Tin creadas por Hergué que tomaba de la biblioteca de sus primos. Desde esa época tiene una colección de estampitas que le hacen pensar en fragmentos de países que conoce o que le gustaría conocer. Puede que, como dice, le tocara por casualidad viajar a otros lugares y relatar sus tragedias, pero lo suyo era una afición harto macerada.

Un lugar espantoso y fascinante. Ahora que por acción del desarrollo de las redes sociales su profesión se encuentra en plena mutación, el también director del suplemento cultural del diario ABC hace un esfuerzo por ver con prudencia, pero sin evitar el reproche, la situación. Si la prensa escrita ha perdido la influencia de otrora es tan culpa de los lectores como de los dueños de medios. Los primeros se han vuelto perezosos para encontrar todos los medios y los testimonios que les hagan entender las situaciones y los segundos inculcan un fatalismo que proclama que el mundo es abrumador. “Uno piensa que debe refugiarse en lo suyo, sin querer saber nada de los demás porque todo son malas noticias. Esa manera de pensar es fruto de la pereza y de la falta de delicadeza y de hondura de los medios para contar”, explica el periodista para quien también es un asunto de finanzas la decisión de los medios tradicionales de dimitir su responsabilidad para tratar de explicar lo que pasa en el mundo.
Fracaso de Tánger
El problema es que entre los medios y sus públicos están los periodistas tratando de sacarle un sentido a todo, con la responsabilidad de ser fieles a la realidad contando los hechos en la extensión de su compleja profundidad. “Los medios difunden la idea de que vivimos en mundo incomprensible y nuestra labor es tratar de superar eso. El mundo es espantoso y fascinante. Pero en la medida en que los periodistas dimitimos de nuestra obligación de contarlo con su riqueza, ayudamos a que eche raíces la idea de que es incomprensible”, señala antes de añadir que por eso prefiere la crónica y el reportaje que permiten entender algunos fragmentos del mundo: “porque los fogonazos [en Twitter  y Facebook, así como en] los telediarios, al final, añaden confusión y le dan la sensación a la gente de que la historia es incomprensible y de que no puedes hacer nada para entenderla”.
Además de sus compromisos con el ABC, Armada es uno de los directores de un proyecto editorial digital que se promociona con el revelador lema “una revista digital para las inmensas mayorías”. Se trata de Frontera D, en donde encuentran alojamiento el periodismo narrativo, la crónica y el ensayo con el objeto de “trasladar la lucha con la propia banalidad de los medios” a esa nube que ahora está sobre la gente como una enorme espada de Damocles.


@michiroche

viernes, 6 de noviembre de 2015

La luz habita en el Litoral central

Armando Reverón se dejaba dibujar por el sol; pasaba horas batallando con la luz en Macuto hasta que su piel se tostaba. Llegó a decir que esta lo cegaba, enloquecía y atormentaba, pero algunas veces lograba domarla y convertirla en su alidada para así crear sus pinturas. Juan Luis Landaeta busca seguir a través de los 39 poemas que conforman su obra Litoral central, esa misma luz que encandiló a Reverón.
El autor nacido en Caracas en 1988 es abogado, músico y poeta. Actualmente vive en New York y trabaja como editor asociado de la revista digital ViceVersa. En el 2009 obtuvo una mención especial en el III Premio Nacional Universitario de Literatura “Alfredo Armas Alfonso” por el libro Destino del Viento y una mención especial en el I Premio Nacional de Poesía Eugenio Montejo por su obra La conocida herencia de las formas, en el 2011. Litoral central es su primer libro publicado, que lleva Sudaquia Editores, sello de literatura en castellano radicado en Nueva York.


Litoral central
Al inicio de la obra, Landaeta nos posa frente al sol y nos recuerda que somos los mismos seres de tierra que heredamos de los humanos primigenios la alabanza al poder del astro para dar vida, luz y calor, como si se tratase del propio Ra, Inti o Tonatiuh: Un sol alza lo que revela, ante nosotros crece / su figura. De todo lo que ha amanecido, hay / un día que es nuestro. Imposible evadirlo”. Eso mismo nos enseña a un pintor y su lienzo: “Somos en la luz su paisaje blanco”, esto recuerda un fragmento de “La Luz de los espacios cálidos” donde Eugenio Montejo señalaba en ese genial ensayo que esta era la enceguecida angustia que lo que lo llevaba a pintar con blanco.

Y, de pronto, el poeta se atreve a dibujar un retrato de Reverón con palabras que guardan sonido de trueno: “El pintor / llama sol / al instante que él perfila // sordo / al horizonte / se entrega // recibe el meridiano /y la sombra de las hojas / se parece / a su pecho tendido”.
Al continuar la lectura sigue la claridad, a veces proyectándose en forma de pájaro o en orden y verde como los versos que construyen “El día”: “planta su luz / y es silvestre color / al aire muestra / suelta / sus hojas el jardín”, advirtiendo la cercanía de la oscuridad que oculta todo rostro, árbol y ser.
El autor anuncia que el pintor tiene “Su mirada fugaz”, todo por el encantamiento que disfruta, pero que a su vez es su mal, demonio y enfermedad: “invita al cuadro / que el dibujo alcanza / y nunca termina // el aire en la abierta / expansión / de las luces”.
Para luego fijar con esmero todos sus sentidos en el mar desafiante que golpea ola tras ola frente a un Castillete apartado de todo ruido y olor a ciudad, y al hombre que desafía con extraños rituales al calor y a los rayos que le mienten: “ese horizonte nítido en tus ojos / es un litoral / en la costa renueva su contraste / fijo en las retinas / explosión de su silencio / retoma el dibujo”.
En Litoral central además del sol como protagonista, también predomina el pájaro como imagen que concentra  la libertad, el aire, la luz, la locura y la angustia. El primer motivo aparece en poemas como, “La tarde”: “El sol / inflama / el horizonte / alza / su voz / en el valle / ave de la suspensión / alto cae / sobre su sombra / y en picada vuelve a trepar / desde su sed / al día”. El segundo tema se se aprecia en las líneas de “Ave que ofrece”: “al pájaro como a ti / los alumbra / deja / solos / la estrella que fuera”. O en los versos de “Sácate los pájaros del cuerpo” que muestran los animales que escuchaba Reverón o que sentía caminar muchas veces en su estómago: “dime acaso cómo una gaviota / te llevará / a donde el árbol cruje / y es así en tus ojos // olvida el nombre del cielo”.
Landaeta ha logrado componer un libro con poemas de luz, no solo porque nombre los rayos, el sol o la calidez sino porque hasta faltando estas palabras el lector puede sentir por medio de los versos al Litoral, con su  bochorno, Caribe y sed.

Diosce Martínez
@dioscemartinez

@poesiavene

jueves, 5 de noviembre de 2015

Mujeres que encaran golpes



Nadie es un candidato tan popular para un agravio como una víctima. Y si las mujeres continúan sufriréndolos es porque la violencia que las esclaviza en la intimidad no encuentra herramientas para enunciarse públicamente. El silencio pronuncia la palabra “sacrificio”. En Venezuela, por desgracia, a tan terrible problema debe añadírsele la espiral de violencia que en las útimas dos décaas y media ha convertido a las urbes del país en los lugares más peligrosos del mundo.

Foto: Gabriela Mesones Rojo
Por estas razones y otras que usted abe muy bien ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género no solo es un libro deseable sino necesario. Compilado por Violeta Rojo, Virginia Riquelme y Kira Kariakin, la publicación de Fundavag Ediciones reúne voces de mujeres en torno a la violencia de género: recopila una centena de textos breves escritos por poetas, periodistas, narradoras y ensayistas, así como también de mujeres de todas las profesiones. La idea era contar las historias que, aunque están a la vista de todos, apenas cubiertas por la dictadura de lo apropiado, no encuentran eco en la superficie de la sociedad. “No deja de ser un tema embrazoso, vergonzoso. Muchas veces nos cuesta admitir que sabemos de una amiga golpeada por su pareja, o de un niño acosado or sus compañeros de estudio por alguna obvia tendencia de género”, se lee en el prólogo que firman las compiladoras.

Al pie de la letra 
Quiero vivir atrapada en tus besos.
Él sonrió.
Acercó su boca.
Abrió los labios.
Foto: Gabriela Mesones Rojo

Y accionó el cepo.

Lena Yau 

Pero Kariakin, Riquelme y Rojo no se limitan solo a proponer la alquimia de la palabra escrita para visibilizar el problema de la violencia contra las mujeres, el libro es una excusa para discutirlo. Es decir, ¡Basta! comprende también una estrategia para visibilizar lo que está mal y también para aportar soluciones. Por ello, las presentaciones de esta publicación editada por Funsavag han servido como auténticos foros para entender las múltiples vertientes de este problema. Uno fue en la Librería El Buscón de Caracas se organizaron charlas con el profesor y psicólogo social Leoncio Barrios. Otro, contó con la participación del poeta Alberto Hernández y fue en Valencia, con motivo de la décimo sexta edición de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (Filuc). En la librería Lugar Común se presentó el libro de formato pequeño con las poetas Eleonora Requena y Carmen Verde.
Foto: Gabriela Mesones Rojo
La publicación se originó a partir de un precedente en 2011: Pía Barros y Gabriela Aguilera, Patricia Hidalgo, Susana Sánchez, Silvia Guajardo y Ana Crivelli, escritoras chilenas y miembros del comité editorial de Asterión Ediciones, publicaron ese año el primero de los libros: Basta. Cien mujeres contra la violencia de género, a los que se agregaron posteriormente 150 mujeres contra la violencia de género, Cien hombres contra la violencia de género y Cien cuentos contra el abuso infantil.
A partir de ese momento, y siempre incentivadas por el grupo de las Asterionas, se publicaron las ediciones de Argentina, Bolivia, Colombia, México, Perú y Venezuela y se preparan en otros países de América Latina.
Las compiladoras venezonalas son escritoras que trabajan diversos ámbitos de la literatura. Son experimntadas editoras Kira Kariakin y Viriginia Riquelme; la primera es también poeta y, la segunda, periodista y gestora cultural. Rojo es académica y especialista en microcuentos.

@michiroche

viernes, 30 de octubre de 2015

PoeMad: Bienvenidos a un lustro de plegarias sin Dios



Óscar Hahn está convencido de que la poesía calma. “Supongo que los poemas hacen el efecto que han dejado de hacer las oraciones: consolar. Tal vez un poema sea una oración sin dios”, dijo hace unos meses a El País. Con casi setenta años y más de cuatro décadas pergeñando sobre el papel sus cuitas más íntimas, Hahn sabe de qué habla: se refiere al poder salvador de la palabra, claro, a su capacidad para generar sosiego, también, pero principalmente hace alusión a la última experiencia mística a la que puede aferrarse el hombre moderno: el verso declamado.

Francisco Beltrán y  Pep Carrió
Foto: Lisbeth Salas
La alquimia de la primera noche del Festival PoeMad convirtió al auditorio del Centro Cultural Conde Duque en una catedral para los profanos y todos los letraheridos de la más diversa calaña. 
Esta cita anual, que en esta edición llega a su primer lustro de vida, me hizo recordar las palabras del poeta chileno que será uno de los invitados de la jornada de cierre que comenzará mañana sábado 31 de octubre a las 6:30 de la noche. En este festival, el centro de las actividades de la revista homónima que edita el sello digital Musa a las 9, hasta mañana se reunirían autores jóvenes con los consagrados, españoles con latinoamericanos e, incluso géneros de la literatura que no acostumbrar ir juntos como la narrativa y la poesía.
Franco Buffoni lee en italiano
Foto: Lisbeth Salas
Y el ambiente contemplativo pudo formarse con la articulación de tres liturgias sucesivas que hablaron en imágenes, en música y hasta en italiano. Francisco Beltrán declamó versos que eran extractos de su vida, cuya columna vertebral era la ausencia del padre –“no hay frutos si árbol”, dijo–, un poco como aquél hombre hecho de ramas casi sin hojas, carentes de retoños que el ilustrador Pep Carrió pintó en la sombra de una puerta.
Si el recorrido de Beltrán por la vida dio la sensación de cotidianidad que no cabe esperar dentro de una catedral, la intimidad con la cual el italiano Franco Buffoni se refirió a sus posiciones estéticas y políticas, así como a la homosexualidad terminaron por darle un aire carnal al encuentro, que reafirmaron las voces de Marta Sanz, Lara Moreno y Mercedes Castro, acompañadas por los acordes del piano de un gato impenitente llamado Mariano Díaz.
Marta Sanz, Lara Moreno y Mercedes Castro
Foto: Lisbeth Salas
Esta noche el evento seguirá a partir de las 6:30 pm en el mismo lugar, con un recital del autor colombiano Darío Jaramillo Agudelo a quien le acompañarán las voces de Susana Villalba, Esther Ramón, Juan Malpartida, Jordi Doce Elsa Cross y Pura López-Colomé. El cierre de la jornada será un regalo para los espectadores porque contará con la presencia de la cantaora Carmen Linares en un evento que los organizadores ha llamado “Canción que vuelve a las alas. Poesía y flamenco”.
Mañana, la clausura será de lujo. A la presencia de los autores veteranos Hahn y del mexicano Homero Aridjis se le unirá una pléyade de poetas más jóvenes como Luna Miguel, Jesús Carmona –Robles, Óscar García de la Sierra y Rocío Torres. El evento terminará con el recital “Para que yo me llame Ángel González” con Eliana Sánchez y Miguel Munárriz.
PoeMad es un festival de poesía organizado por la editorial digital Musa a las 9, con el patrocinio de la Fundación Aquae y Fundación Mapfre, entre otros organismos. Las fotografías reproducidas con estas nota son de Lisbeth Salas. Los videos fueron tomados de las redes sociales de los organizadores del evento.

@michiroche




miércoles, 28 de octubre de 2015

Un refugio para pensar

La cabaña de Heidegger
Cabaña de madera, planta de seis por siete metros, clavada en una ladera. Zona montañosa en la Selva Negra alemana: el lugar que Heidegger buscó y construyó en 1922: allí, por casi cincuenta años, en cortas o largas temporadas, se encerró a escribir: una pequeña casa rural, tosca, concentrada. La cabaña de Heidegger. Un espacio para pensar (Editorial Gustavo Gili, España, 2015) comenta el lugar, ingresa en la pequeña edificación, cuenta su historia, levanta un cuidadoso registro del interior, y se aproxima a la relación del filósofo con el sitio que tuvo a visitantes como Jaspers, Husserl, Hans- Gadamer, Lowith y Celan (la edición incluye fotografías de Digne Meller-Marcovitz y una que Karl Lowith hizo en 1921, donde Husserl y Heidegger conversan al aire libre).
“Todtnauberg” es el nombre de la aldea, ubicada en Baden. A más de mil cien metros por encima del nivel del mar, las estaciones se hacen sentir. Sharr habla de “dramatismo meteorológico”: un punto de Alemania adecuado para un pensador que, a su vez, era un caminante, un competente esquiador y un hombre que no temía a las exigencias del invierno.
La Cabaña en Todtnauberg 
Hasta donde se sabe, a Elfride Heidegger se debe el empuje y el que la cabaña se haya construido. La pareja o la familia iban allí de vacaciones, pero también en cortos períodos: Heidegger, por ejemplo, escribió parte de Ser y tiempo en aquella austera estancia. Allí cortó leña, encendió y velo por el fuego, salió a buscar el agua que acumulaban en un tronco ahuecado. La mesa en la que Heidegger escribía a mano estaba ubicada bajo una ventana, desde donde se puede mirar hacia Los Alpes. Si el filósofo se levantaba de su silla de trabajo, podía mirar hacia el horizonte.
Para Heidegger ese paisaje tenía algo providencial, superior. Adam Sharr, profesor de arquitectura, vuelve a los numerosos textos en los que el filósofo escribió sobre el lugar. “Me voy a la cabaña, y me alegro mucho del aire fuerte de las montañas; a la larga uno se arruina con esta cosa suave y ligera de aquí abajo. Dedicaré ocho días a trabajos con la leña, y luego escribiré de nuevo”. Heidegger era tajante para decir que él no miraba al paisaje, porque él pertenecía al mismo, provenía de allí. No era un esteta ajeno. Más todavía: Su trabajo como pensador estaba inscrito en aquella realidad natural. “Y este trabajo filosófico no discurre como los lejanos estudios sobre algo excéntrico. Permanece justo en medio del trabajo de los campesinos. Cuando el mozo de la granja arrastra su pesado trineo y lo guía, cargado a tope con troncos de haya, hacia abajo en la peligrosa bajada hacia su casa; cuando el pastor, con el pensamiento absorto y el paso lento, lleva su rebaño, ladera arriba; cuando el granjero en su establo prepara las incontables placas de madera para su tejado, mi trabajo es de la misma clase. Está íntimamente enraizado en la vida de los campesinos y relacionado con ella”.


Nelson Rivera
@nelsonriverap


Título Original: Libros: Libros: Adam Sharr
La primera versión de este artículo se publicó en http://www.el-nacional.com/autores/nelson_rivera/



viernes, 23 de octubre de 2015

(Aquel)las veces terminadas

¿Qué es la vida sino un deambular hacia la muerte? ¿No son las etapas, las edades, “las veces” pequeños ensayos para morir? ¿Cuánto dura lo eterno, si lo efímero es menos que una chispa? Como si quisiera asir cada instante del pasado con solo la fuerza del lenguaje, el poemario Las veces de la madrileña Esperanza López Parada se construye sobre la imagen de un pedazo de carbón que arde como alegoría de la transitoriedad de la vida humana, pero que conforme avanza los símbolos de lo femenino en la gruta (o la mina), en el fuego (o el carbón que arde) y en el tejido de la vida (o la sintaxis de la lectura) descubren el recuerdo palpitante de la madre muerta.
Las veces
Por eso las imágenes naturales informan cada estrofa convirtiendo su lectura en una experiencia orgánica. “Igual a una larva escondida en su mortaja / es esto de segregar tu propio encierro / engendra noche desde tu parte más íntima /acumulando sueño comienzas a dormir”, escribe en un poema de la sección marcada como “El último turno”, antes de preguntarse: “¿no hace cada uno su muerte / no la dibuja con la mano vendada? / de repente eres el fantasma de tus hijos”. Esto es la experiencia final de la maternidad: luego del entierro, cuando el vivo se inscribe en el recuerdo, a la madre le corresponde aún velar por los suyos, aunque sea solo para recordarles su brevedad.
Dividido en seis partes, el libro editado por Pre-textos presenta una estructura interesante por identificarse con frases cuyo significado gira alrededor de la idea de momento. Así, “El Primer Tiempo” construye la metáfora del carbón que ha terminado de arder y del que solo quedan cenizas –“¿no es la ceniza la savia conclusa del tiempo?”, se pregunta López Prada–. Con el título “La Malavez” se identifica la segunda parte donde abundan las viñetas de la infancia y aparecen las relaciones más fuertes entre la voz del poema y la mujer que va tomando forma dentro del poemario. Es, por supuesto, la relación entre la madre y la hija. Pero la hija es escritora. La madre, entonces, es el comienzo: la que enseña a leer, la que teje los significados de palabras que queman como el fuego, la lumbre que da combustión a la iluminación: “Ella me enseñaba a leer / en un libro vencido”, es el verso con el que comienza la sección; en el que dice “las palabras se extraen como carbones / costosos, se juntan las letras como / carros, piezas de horizonte que porten una riqueza sentida” se vincula la educación de la madre y el oficio de la hija. Y, finalmente, con la frase donde describe “el dedo que muere”, con el cual “la madre señalaba / la frontera del páramo” queda en evidencia cómo la imagen materna es un tiempo personaje que vive en la muerte de este poemario e imagen de la vida eterna.
En las secciones “Un Golpe Solo” y “El Último Turno” se profundizan las metáforas de la vita brevis: ora porque el final acecha, “para la muerte una leve constancia”, ora porque es irreversible: “nos compra eternidad este cadáver”. En “Todas las Noches”, López Parada varía el motivo de lo efímero de la existencia y se ocupa de cómo la muerte otorga profundidad a quienes la sobreviven. “Los muertos son los que dan sitio, / los que con su corazón a tierra / tiran un eje y clavan una estaca, / los que permiten una ocupación, / tan férrea es su forja, no son ellos / lo que se mira, sino desde donde / miramos, tan rotunda es su fijeza”. Parece que la poeta nacida en 1962 solo concibiera el duelo como estrategia para poner las cosas de la vida en perspectiva.
No solo porque cierra el poemario o porque parece resumir el título de la publicación en la frase “Una y otra vez y otra vez de nuevo”, la última sección es una verdadera conclusión al libro que se pregunta sobre el enigma de la eternidad: “Pero mientras estás callada, eres inviolable. / Eres perfecta, estás entera y custodias / Lo único que posee valor si lo secreto / Se preserva cuando nada divulga ni siquiera / Su cerrada condición de enigma.”
En su obsesión con la manera como el tiempo se quema, este es un poemario sobre la perspectiva que ofrece la muerte de una madre (yo agregaría que también la de un padre) sobre las etapas, las repeticiones y los ciclos de la vida. (este es le comienzo del párrafo final. Por eso, el entierro, el duelo y la aspiración a la eternidad son formas de la urgencia que tejen la sintaxis y las imágenes de cada verso en Las veces… Un lenguaje de la pérdida que subraya la brevedad del tiempo, por más cíclico que se interprete.


@michiroche


jueves, 22 de octubre de 2015

Los golpes y el paisaje

La desaparición del paisajeNovela radical a su manera –la del boliviano Maximiliano Barrientos (1979)— realista y de eficaz tremendismo, cuenta sin ambages las durísimas heridas emocionales de los personajes, especialmente las de su protagonista y narrador, Vitor, por medio de un estilo muy directo, en primera persona, no exento de una sutilísima capacidad poética, que no embellece ni edulcora la narración, sino que produce mayor sensación de crudeza si cabe, calidez de lo emocionalmente demoledor. La voz del narrador resulta honesta y se diría que se trata de una de las virtudes del libro: nos respeta.
La desaparición del paisaje
Vitor regresa a su casa (en Santa Cruz, Bolivia) después de muchos años de ausencia y sin que ni su hermana menor Fabia ni la mujer viuda de su padre, María, sepan nada de él, sólo que desapareció en Estados Unidos y que hace mucho tiempo que no quiere saber de ellos; ni siquiera regresó cuando le avisaron de que su padre había muerto, diez años atrás. El relato comienza justo a la hora de su regreso. Vitor se enfrenta a su pasado: a los recuerdos de una familia que fue feliz hasta que su madre murió de cáncer y su padre se dio a la bebida; a la novia, Laura, a la que amaba y perdió al marcharse y espaciar cada vez más las llamadas para terminar desapareciendo como si se lo hubiese tragado la tierra; a los amigos del colegio, ahora derrotados, se diría que por el mero paso del tiempo sobre sus vidas simples, sin horizonte. Realmente sentimos la angustia de un personaje que parece no saber si será capaz de sobrevivir al peso de un pasado que lo aplasta. Vitor trata de curarse de su propia historia, lo que supone, básicamente, curarse de la familia. Tras un primer instante en el que ni él sabe lo que quiere (huiría), poco a poco parece entender lo que necesita, todo lo contrario: dejar de huir, afrontarlo como buenamente pueda. Recomponer los pedazos de lo que quede para poder seguir adelante.
El resto de personajes quedan bien definidos, emocionalmente, en su trato con Vitor –en lo que este recuerda de estos y en lo que finalmente le dicen en los encuentros que mantiene con ellos—: María, Alejandro, Juan el ex futbolista, Laura, Fabia, su sobrino Colum. También los personajes que ya no están (el padre, la madre), pero estos del modo en que el tiempo los ha acomodado en el recuerdo. No hay un orden cronológico en la sucesión de flashbacks. La estructura no sólo no oculta, sino que enfrenta (aquí la valentía narrativa del narrador parece expresar también la valentía del personaje) tanto lo sucedido en el pasado como lo que ha de suceder en el presente. Las grandes elipsis, a menudo, son especialmente expresivas: a veces el autor interrumpe un capítulo allí donde parece que podría producirse –si siguiéramos una lógica dramatúrgica— lo de especial relevancia. Con todo, el relato avanza de manera episódica, dando tiempo, confiriendo espacio a la vida de los personajes.
Pero lo que nos cuenta, aquello que se encuentra más allá del mero argumento, de los personajes, del tiempo verbal, etc., es de una emoción extraña, literariamente inusual, y de una tristeza que nos vacía. Esto es: cómo después de tal esfuerzo de superación emocional de los viejos conflictos íntimos de infancia y juventud, sin embargo, se trata de una curación para nada, en cierto modo; para vivir unos últimos años de vida como un convaleciente, curado de aquello, arreglado consigo mismo, perdonado después de su perdón a los otros, sereno, viendo pasar el tiempo y, finalmente, viendo pasar los cadáveres de quienes un día constituyeron una culpa que a punto estuvo de arruinarle la vida.
En la última novela de Luis Mateo Díez, La soledad de los perdidos, uno de sus personajes afirma que “Un golpe en la vida es a veces suficiente para que jamás se deje de temblar”. En esta estupenda novela de Maximiliano Barrientos, La desaparición del paisaje, Vitor recibe, no uno, sino varios de esos golpes, y temblamos.


@ NicolasMelini