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La cabaña de Heidegger |
Cabaña de madera, planta de seis por siete metros,
clavada en una ladera. Zona montañosa en la Selva Negra alemana: el lugar que
Heidegger buscó y construyó en 1922: allí, por casi cincuenta años, en cortas o
largas temporadas, se encerró a escribir: una pequeña casa rural, tosca, concentrada.
La cabaña de Heidegger. Un espacio para
pensar (Editorial Gustavo Gili, España, 2015) comenta el lugar, ingresa en
la pequeña edificación, cuenta su historia, levanta un cuidadoso registro del
interior, y se aproxima a la relación del filósofo con el sitio que tuvo a
visitantes como Jaspers, Husserl, Hans- Gadamer, Lowith y Celan (la edición
incluye fotografías de Digne Meller-Marcovitz y una que Karl Lowith hizo en
1921, donde Husserl y Heidegger conversan al aire libre).
“Todtnauberg” es el nombre de la aldea, ubicada en
Baden. A más de mil cien metros por encima del nivel del mar, las estaciones se
hacen sentir. Sharr habla de “dramatismo meteorológico”: un punto de Alemania
adecuado para un pensador que, a su vez, era un caminante, un competente
esquiador y un hombre que no temía a las exigencias del invierno.
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La Cabaña en Todtnauberg |
Hasta donde se sabe, a Elfride Heidegger se debe el
empuje y el que la cabaña se haya construido. La pareja o la familia iban allí
de vacaciones, pero también en cortos períodos: Heidegger, por ejemplo, escribió
parte de Ser y tiempo en aquella
austera estancia. Allí cortó leña, encendió y velo por el fuego, salió a buscar
el agua que acumulaban en un tronco ahuecado. La mesa en la que Heidegger
escribía a mano estaba ubicada bajo una ventana, desde donde se puede mirar
hacia Los Alpes. Si el filósofo se levantaba de su silla de trabajo, podía
mirar hacia el horizonte.
Para Heidegger ese paisaje tenía algo providencial,
superior. Adam Sharr, profesor de arquitectura, vuelve a los numerosos textos
en los que el filósofo escribió sobre el lugar. “Me voy a la cabaña, y me
alegro mucho del aire fuerte de las montañas; a la larga uno se arruina con
esta cosa suave y ligera de aquí abajo. Dedicaré ocho días a trabajos con la leña,
y luego escribiré de nuevo”. Heidegger era tajante para decir que él no miraba
al paisaje, porque él pertenecía al mismo, provenía de allí. No era un esteta
ajeno. Más todavía: Su trabajo como pensador estaba inscrito en aquella
realidad natural. “Y este trabajo filosófico no discurre como los lejanos
estudios sobre algo excéntrico. Permanece justo en medio del trabajo de los
campesinos. Cuando el mozo de la granja arrastra su pesado trineo y lo guía,
cargado a tope con troncos de haya, hacia abajo en la peligrosa bajada hacia su
casa; cuando el pastor, con el pensamiento absorto y el paso lento, lleva su
rebaño, ladera arriba; cuando el granjero en su establo prepara las incontables
placas de madera para su tejado, mi trabajo es de la misma clase. Está íntimamente
enraizado en la vida de los campesinos y relacionado con ella”.
Nelson Rivera
@nelsonriverap
Título
Original: Libros: Libros: Adam Sharr
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