viernes, 24 de julio de 2015

“Este ardor es la vida”

La Universidad Blanca representa una bella exploración sobre el significado intelectual del dolor. O por lo menos, eso me parce a mi y luego de varias lecturas –cada una más reveladora que la anterior– pienso que puede resumirse el sentido de las secciones que la componen en los pensamientos del poeta que narra durante el brevísimo beso entre una anciana y un hombre que buscan la utopía de un lugar llamado Vesperal:
La Universidad Blanca
“En un solo segundo,
pensé en las oleadas de tristeza del mundo;
pensé en la soledad inmensa, inconcebible;
que nos arrasa como un diluvio indecible;
pensé en todo el dolor sin redención posible;
pensé en nosotros, seres frágiles, ilegible
escritura en la noche; pensé en algunas rocas,
pensé en algunos cables de teléfono, en bocas
entrevistas, ya muertas, pensé en el infinito
azote de la lluvia, en el tormento inscrito
en cada diminuta cosa, pensé en la vida
imbécil: esta danza atroz, desconocida.”
El primer libro publicado por Ismael Belda está dividido en tres secciones; las dos primeras son largos poemas narrativos y la última, “Canciones de Vesperal” está a su vez compuesta de seis poemas líricos con los cuales se complementa el mundo simbólico construido en las dos primeras partes, entre estos textos destaca la belleza contenida de “A la nube que atraviesa”:
“Estás en mí en íntima clausura
y te respiro a cada bocanada.
Tan sólo ver de lejos tu hermosura,

dentro y fuera, tu fina miniatura
inmensa que a los bosques nos traslada.
Dame no hundirme más en tu espesura,
tan sólo ver de lejos tu hermosura.”
En la sección que abre el poemario, titulada los “Fragmentos del autómata”, un ser atraviesa los tiempos tratando de asirse al dolor, un sentimiento que parece incapaz de padecer, por lo cual se ve obligado a revisar su contenido emotivo a través de personajes que varían de lo despiadado a lo místico, como Vlad Tepes, el Marqués de Sade o San Juan de la Cruz. Estos sujetos le permiten trastocar las convenciones entre lo humano y lo no tanto; entre lo ilusorio y la realidad –a la cual define como aquel “humo estroboscópico que asciende de todas las cosas”–, se trata de una confusión de tal magnitud que el lector terminará preguntándose si el autómata no es más humano que muchos nacidos de mujer: “¿vivirás eternamente autómata? ¿O te apagarás un día y estarás solo?”.
En la segunda parte del libro, titulada “Narración” y que consta de un solo poema, “La Universidad Blanca”, un hombre y una anciana buscan Vesperal, una utopía que han visto en un mapa. Pero el desplazamiento encierra otra búsqueda, una mucho más íntima, la herramienta del dolor: el joven no puede olvidarse de Guadalupe; la vieja busca a Rainiero. Sus dramas, sin embargo, se convierten en verso junto con la descripción de una enorme facultad donde nueve etapas preparan a los jóvenes para lo que resulta imposible estar preparado: para el sufrimiento. Varias señales parecen dejar en evidencia que el primer poema es una forma alegórica del segundo. Por un lado se encuentra la díada que forma Ismael con su hija, Muriel, que se parece a la pareja del primer poema que forman al final el autómata y una niña-muñeca a la que le falta un brazo; sobre aquellos cae la tarde, sobre estos, el final de los tiempos. Por el otro lado, una serie de motivos conectan el primero y el segundo poema: doce autómatas enterrados en enormes fosas, las cabezas decapitadas y los egresados de la Hermandad del Dolor que apresaron al autómata.
El libro supone un anticipo a una extensa novela que se llama Vesperal que Ismael Belda ha escrito y reescrito tres veces en la última década y que los críticos esperan ávidos, luego de recibir con elogios a este poemario. Cierto que La Universidad Blanca es una proeza en términos formales por querer vincularse a una la tradición anglosajona de largos poemas narrativos como los escritos por Kenneth Koch, James Merrill y John Ashbery, pero yo tengo dificultades formales para discutir la teoría lírica en esos términos y prefiero dejar al lector de esta reseña con los versos que sobrevolaron mi imaginación durante horas después de la lectura del poemario, donde se quedó flotando el imperativo que urgía a la pequeña Muriel:
“Mu me decía: ‘olvida, olvida, olvida.
“Olvídalo todo. Este ardor es la vida,
este amor que se rompe y este mar que no calla.”

@michiroche

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