Si
usted comienza a leer el “Películas”, el relato que abre la más reciente
colección de cuentos de Soledad Puértolas, ya no podrá soltar más el libro de
165 páginas que ha editado el sello catalán Anagrama. La historia en la que
participa un hombre a quien le gustaría hacer películas con historias que
“parecen reales pero que al final son muy raras” es una buena síntesis de esta
publicación construida a partir de anécdotas cotidianas que encapsulan la
inseguridad y la falta de sosiego. Titulado El
fin por el cuento que lo cierra, en donde se confrontan las miradas sobre
la vida de una madre anciana y su hijo adulto, el volumen está marcado por la
incertidumbre que se queda con el lector tiempo después de que cada historia ha
terminado. La fortaleza principal del libro, sin embargo, está en su lectura
que resulta entretenida, a pesar de que se permite proponer asuntos
trascendentes como el apremio que tienen los recuerdos a ciertas edades, lo efímero
de cualquier éxito y lo complicado de las relaciones entre seres humanos. Esto
se debe a un estilo directo y claro, que hace gala de la economía de palabras y
prescinde de los falsos aspavientos de las expresiones engoladas.
El fin |
En
los trece relatos de la autora nacida en Zaragoza en el año 1947, los motivos
más comunes son las memorias de los años de maduración, los ciclos que parecen
cerrarse sin que los protagonistas lo perciban y la tosquedad de algunos
momentos de epifanía. “Creía que confiar era algo que hacía todo el mundo, que
todos estábamos unidos en eso, que todos esperábamos mucho más de lo que
teníamos, que todos estábamos dispuestos a alcanzar esa vaga meta que a veces
intuíamos o soñábamos”, escribe Puértolas en “Canciones mexicanas”, un cuento
donde una colección de memorias sonoras es la excusa para inquirir, desde la
recóndita mirada de la niñez, sobre los talentos innatos que se pierden: “Que
todos éramos iguales, que yo podía sabe cómo eran las personas, porque todas y
cada una de ellas eran como yo”.
Recuerdos y estética. Las personalidades artísticas, que la
autora conoce bien puesto que ha publicado mas de once novelas y otros tantos
libros de cuentos, parecen ser los protagonistas favoritos en estos cuentos y
dan pie para explorar varios motivos relacionados. Uno es el significado del
triunfo profesional, como la historia del poeta Jeremías, a quien las
autoridades de la ciudad donde creció lo invitaron a leer el pregón de las
fiestas de la feria del libro, pero terminó enfrentándose a la fatuidad de la
celebridad literaria. “Se repartieron vasos de vino y pasaron bandejas con pequeños,
diminutos canapés, que desaparecían enseguida. El poeta Jeremías no sabía con
quien hablar”, escribe Puértolas en “Laureles” luego de narrar cómo al escritor
le ha tocado leer su pregón luego de los interminables discursos de los
oficinistas del ayuntamiento que mermaron la audiencia y adormecieron a los que
no pudieron abandonar el evento: “Todas aquellas personas que tanto le habían
aplaudido eran ahora completamente indiferentes a su presencia, como si fuera
invisible”.
En
“Tres piezas breves” vuelve sobre la fama, pero esta vez desde el punto de
vista de una actriz a quien le negaron un papel estelar en una obra de teatro,
pero que en cambio se ha hecho famosa en papeles mediocres para la televisión y
quien ahora podría tener la oportunidad que perdió gracias a un viejo amante
que ella se afanó durante años en olvidar: “Había arrancado de su corazón o
solo el amor, sino la mera idea de la existencia del sujeto amado”.
La
muerte de un amor del pasado inicia la cadena de memorias que son el fundamento
de “El dandi”, de la misma manera que un misterioso hombre que visita el café
Gijón de Madrid para leer libros forrados y liar cigarrillos despierta al amor
de dos jovencitas en el relato titulado “El caballero oscuro”.
La
capacidad estética de codificar en emociones lo que resulta imposible articular
en palabras y el coqueteo con los límites entre la cordura y la demencia que es
un tema favorito en la literatura desde Don Quijote queda mejor en evidencia en
el bello relato “Las tres gracias” donde una mujer ha bloqueado un recuerdo de
su niñez: la explicación que le ofrece su tío, considerado por todos el loco de
la familia, sobre el célebre cuadro del pintor Peter Paul Rubens, en el cual
encuentra una alegoría a la propensión dentro del arte a anteponer lo humano a
lo útil: “el arte implica generosidad. Si no das, no recibes. En el arte, en
cualquier arte, hay que darlo todo sin esperar nada a cambio, ninguna clase de
recompensa o de reconocimiento”.
Lo
mismo podría decirse de la prosa que exhibe en este libro la escritora que
desde 2010 es miembro de la Academia de la Lengua: es un ejercicio de
generosidad que cada lector sabrá agradecer cuando cierre el volumen.
@michiroche
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