En la biblioteca de
Silda Cordoliani, los hombres y las mujeres van por separado. “Como las
antiguas escuelitas”, bromea. La narradora y editora, para quien la escritura es
algo natural, “algo inherente pero no urgente”, no es una persona de tomarse
los asuntos de las letras a la ligera. Por eso, la separación entre los libros
escritos por uno y por otro género va más allá de un capricho anacrónico. Se
trata del trabajo de toda una vida. En la academia, en su trabajo como editora
y en su propia obra impresa el interés que guía su trabajo es el de descubrir a
la mujer como es realmente, fuera de los estereotipos y los modelos impuestos
por la sociedad.
Silda Cordoliani Foto: Omar Mesones |
En esa misma línea se
ubica el libro que acaba de publicar con la editorial estadounidense en
castellano Artepoética Press, una antología de sus cuentos más representativos
seleccionados por ella misma. La ha titulado Tiempo de ratas frías y otras historias y toma relatos de los otros
tres obras en este género que suma hasta la fecha: Babilonia
(1993), La mujer por la ventana (1999)
y En lugar del corazón (2008).
Porque
aunque se afane en señalar que a estas obras las separa el tiempo y en la
madurez, los une lo mismo que al resto de su trabajo: la mirada minuciosa de la
mujer. “Mis primeros cuentos son de hace mucho tiempo, cuando el mundo era
otro, cuando la comunicación entre hombres y mujeres, e incluso la
sensibilidad, creo que eran distintas. Tenía la esperanza de saber cómo eran
percibidos en la actualidad. Aunque tampoco estoy muy segura de que esta sea la
respuesta”, explica la escritora nacida en Ciudad Bolívar en el año 1953, refiriéndose
a la necesidad de publicar esta antología personal de su narrativa breve,
género que le interesa como lectora y autora debido a su concreción y la limitada
posibilidad de dispersión que ofrece.
– En otras entrevistas ha dicho que su interés se ubica en transmitir
emociones, ¿de qué manera piensas que Tiempo
de ratas frías… es un catálogo
emocional personal?
– Un catálogo de
emociones esencialmente femeninas, no sé si para los demás. La intención es
escarbar, desentrañar, llegar al punto ciego donde se inicia lo emocional. Por
eso me gustó tanto un calificativo que dio a mis cuentos José Balza:
“inmorales”. Inmorales no porque se enfrenten o contrapongan a la moral, sino
porque, en eso que llamo punto ciego, lo esencialmente humano, la moral no
tiene lugar, no existe.
– La presencia de lo femenino es fuerte en este libro
¿pueden las mujeres servir de metáfora literaria?
– No, las mujeres no
son metáforas literarias en mis cuentos ni sirven para eso, simplemente son
ellas, tal como en la vida real. Algo en lo que en verdad me he esforzado:
saber qué es la mujer y también qué es lo femenino, dos cosas distintas por
cierto. Creo que me he aproximado bastante, pero una parte no existe sin su
opuesto, y en los opuestos sí que me siento perdida, tanteando a ciegas.
– ¿En qué se parece el trabajo de editora al de escritora?
– En lo riguroso, en
lo meticuloso, en lo exigente. Podría decir que ser editora me ha ayudado en el
oficio de escritora en la misma medida que te ayudan las lecturas en general,
pero no estaría siendo completamente sincera. Si llegas a un libro que no te
interesa siempre existe la posibilidad de abandonarlo, cosa que el editor no
puede hacer ante un manuscrito que debe trabajar. Si este no te gusta, la tarea
se convierte en algo muy arduo, pero a la vez en una enseñanza: he aquí lo que
jamás se debería hacer, te vas diciendo a cada paso. Aunque otras veces, las
menos, las mucho menos, empiezan a aparecer virtudes completamente ocultas en
el primer vistazo o en las primeras páginas; entonces el manuscrito se te
convierte en una revelación. Son momentos extraordinarios.
@michroche
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