Se
ha editado Descubrimientos, crónicas
(1967-1973), libro que recopila los textos que Clarice Lispector escribió
para ratificar su condición de escritora. Claudia Solans en su prólogo escribe:
“Textos heterogéneos, muchas veces inclasificables e inesperados, que revelan
en cada línea la compleja escritura y personalidad de su autora”.
Descubrimientos |
En
el libro está una crónica, “La entrevista alegre”, sobre una entrevista que
concedió “para ser publicada en uno de los libros de la serie Libro de cabecera
de la mujer”. Con soterrada ironía realiza un texto con dos personajes: la
joven de nombre Cristina que la entrevista y ella. El tono de simpatía antipática
que destila entrelíneas es de una sutileza feroz: “Sus preguntas eran
inteligentes y complicadas, casi todas sobre literatura. Dije: pero pensé que
lo que le interesaría a la mujer de clase media sería si me gusta comer porotos
con arroz”. En otro aparte escribe: “La entrevista comenzó con buen humor. Reímos
varias veces. Una de las veces fue cuando preguntó qué pensaba yo de lo que había
escrito el crítico Fausto Cunha. Había escrito –yo no lo sabía— que Guimarães
Rosa y yo no pasábamos de ser dos embustes. Di una carcajada hasta feliz.
Respondí: no leí eso, pero una cosa es cierta: embustes no somos. Podían llamarnos
de cualquier forma, pero embustes no. Vamos, Fausto Cunha. Usted, al que conocí
en el casamiento de Marly de Oliveira, es incluso simpático, pero qué idea. Vea
si piensa un poco más en el asunto. Creo que Guimarães Rosa también reiría”.
Lispector dice vengarse al relatar los entretelones de la entrevista y hay un
fragmento que resulta clave: “Cristina me dijo: ‘El crimen no compensa. ¿La
literatura compensa?’. De ninguna manera. Escribir es uno de los modos de
fracasar. Cristina se sorprendió, me preguntó por qué escribía entonces. Y no
supe qué responder”.
La
publicación de su primer libro Cerca del
corazón salvaje fue toda una odisea. Los críticos, que leyeron los
originales, recomendaron a las editoriales no publicarlo. A Lispector no le
quedó otra opción que aceptar la propuesta de una editorial incipiente. En el ensayo
“Clarice Lispector o la travesía de la infelicidad”, Ledo Ivo escribe que “separada
de su marido diplomático, regresó a vivir a Río y, en un ejercicio de
supervivencia y afirmación literaria, regresó a la antigua profesión del
periodismo(…) A cambio de magras remuneraciones, distribuía sus escritos en
diversos periódicos y revistas. Durante un tiempo fue una cronista del Diario
de Brasil, al que renunció, sumaria e implacablemente, alegando que sus crónicas
no tenían lectores”.
Una
noche se quedó dormida y por accidente un cigarrillo entre sus dedos desató un
incendio que laceró parte de su cuerpo. Todo esto se fue sumando a su
naufragio. Ivo acota: “La otrora bella y deslumbrante Clarice Lispector atravesó
su infierno astral. Descendió de su pedestal de princesa de nuestras letras
para convertirse en una simple y necesitada pasante, en un mundo cruel e
implacable, viviendo escenas de ironía y humillación. Vestida con ropas
provenientes de su viaje por el mundo diplomático, que le conferían un aire
inusual y extranjero, como fuera de estación, Clarice Lispector vivió el
proceso de su destrucción e infelicidad”.
Uno
que anda de jorobado de Notre Dame por la vida percibe ese sitial preponderante
que ocupa la belleza en la existencia, pero una belleza cosmética, artificial y
que nada tiene que ver con la belleza en el sentido platónico. El diálogo “Fedro”
concluye con una plegaria de Sócrates al Dios Pan, pidiendo que le conceda
llegar a ser bello por dentro. Lo que pide Sócrates es esa belleza perdurable
en contraposición de esa otra fútil y efímera del exterior. Esa belleza
interior que permite no sólo obrar con rectitud y justicia, sino que
proporciona un perfil de nuestra interioridad, de esa sabiduría interior que
sitúa al individuo por encima de esas pasiones confusas (a veces triviales) que
a todos parecen acosarnos.
Clarice
Lispector no supo responder por qué escribía. Esto es debido, quizá, a que jamás
se planteó la escritura como un trabajo, como manera de alcanzar el éxito, sino
como una posibilidad de encontrar el espejo de esa belleza interior más
perdurable y de más largo aliento a través del tiempo.
Escribir
obviedades, con bisuterías orientalistas, como Paulo Coelho y ser éxito de
ventas es también una manera de fracasar. Sin duda que en un futuro cercano
nadie leerá a Coelho, pero Clarice Lispector seguirá siendo imprescindible.
Además ella lo escribió con acertado genio: “Todo lo que aquí escribo está
forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo poco, casi nada oigo. Me sumerjo
por fin en mí hasta la matriz del espíritu que me habita. Mi fuente es oscura.
Estoy escribiendo porque no sé qué hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con
mi espíritu. El cuerpo informa mucho”.
Carlos
Yusti
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