“Seguramente
haya un gran dios
que ordene que
la tierra se cubra de vapores y túneles,
y mujeres que
hagan nacer afilados cuchillos de sus vientres
para defender a
ángeles del tamaño de un pez o de un olivo.
Yo sólo sé que cada madrugada me asombra
esa distancia que del cielo nos llega.”
Día 13
Cuaderno del orate (cuatro
meses y un día), el más
reciente poemario de Cecilia Domínguez Luis, se construye a partir de la
perspectiva de un marginado que mira a su alrededor desde la otredad equiparada
con la locura, la misma cuyo punto de partida parece haber sido la soledad que
causa la ausencia de un ser amado. El motivo es habitual en la poesía, pues el enajenado
es el sujeto por antonomasia del amor y de la lírica, género al cual la
ganadora del Premio Canario de Literatura de este año rinde tributo recorriendo
la intensidad emotiva del amor romántico, pero añadiéndoles un rasgo nuevo: las
imágenes del misticismo medieval. Todo el cuaderno parece el diario de un
abate.
Cuaderno del orate |
En
sus poemas abundan lo religioso y lo amoroso, incluso a veces las dos cosas. Como
prueba de esto, la entrada del día 17 del primer mes, comienza con una cita del
Evangelio de Mateo, “El espíritu está pronto para iluminar las cavernas”, y,
dos verso más abajo, continúa con una cita un bolero del Trío Los Panchos, en itálicas,
“Como un rayito de luna desciende la
novicia hasta el jardín / y, entre la
selva dormida sabe que es débil la voluntad de la carne.” De lo sublime al
o humano en tres versos. Como la espada que Teresa de Ávila decía que Jesús
hundía en su corazón, las heridas de amor las causan objetos punzantes como los
arpones, los cuchillos y las espadas, así como otros de origen animal como las
garras, los dientes y los picos, que perforan al hablante de forma metafórica.
“Yo no quiero amarte / porque damas y donceles vendrán con sus agujas / a coser
las cortinas en las que te encuentro como a una diosa renacida del agua”, se
lee como testimonio del día 12 del primer mes mezclando el motivo amoroso con
el pagano: “Cantan los gallos y tú no los escuchas, como tampoco escuchas mi
voz que te llama.”
Por
esa razón, además de alguna alusión a una torre –¿la bíblica Torre de Babel, quizá?–
se suceden, por asociación, en la mente de quien lee esta centena y media de
páginas otras imágenes del encierro como el monasterio, el sanatorio y la
cárcel. Así que al orate se le ha desterrado a una torre (o se le ha encerrado
en una celda) desde donde mira el tiempo pasar: los ciento y pico de días que
separan la primavera del otoño, en los cuales abundan las imágenes tomadas de
la naturaleza, en especial las marinas. Aunque no quedan claras las razones de
aquella marginación, más que la evidencia que da el título de que el hablante
es, en efecto, un loco, lo que si parece más evidente es que fue la pérdida de
un amor lo que desencadenó la nostalgia que sacó fiera de sí a quien ostenta la
voz poética. Y parece que ha sido encerrado, sacado del mundo, con el propósito
de que emprenda, en soledad, el trayecto de vuelta a la cordura. Por eso, al ir
avanzando en la lectura del poemario, da la sensación que el orate va
conquistando imagen por imagen la sanidad por medio de la palabra poética a la
cual Domínguez Luis reviste con un fervoroso tono casi religioso. Vuelve la
sensación de misticismo que ahora prende una duda como una luz en medio de la
sombra. Y uno se imagina que el loco se parece demasiado a nosotros, huérfanos
abandonados a nuestra suerte. Al cerrar Cuaderno del orate, el lector tendrá la sensación de que el libro no solo
es un recorrido hacia la cordura, sino la metáfora de la transformación del
sujeto creador. Y he allí el gran logro de esta poeta: construir con artes
minuciosas la duda sobre quién es el verdadero orate, ese que en el principio
de los tiempos dijo Fiat lux y se fue
dejando la creación entera a su bola, o quienes le adoran por haberlo hecho. Y
esto, visto en retrospectiva, se erige como la espina dorsal del libro entero. Y
allí, en esa epifanía, por fin descansa la escritura. Y uno piensa en el
domingo. En el día siete, cuando la tradición dice que el gran arquitecto se
fue a descansar, la poeta por la voz del orate escribe: “A pesar de todo, de
esa imposibilidad mía para amar, / a los terrestres dioses que en tus hombros
reposan, / tú eres el prodigio que necesito.”
Y,
solo entonces, los orates hallamos la esperanza.
@michiroche
No hay comentarios. :
Publicar un comentario