Salvoconducto |
La
dolorosa relación entre el cuerpo propio y el mundo que lo circunda que era la
metáfora fundamental en el libro Suturas (2011)
de Adalber Salas Hernández, en Salvoconducto
(2015) se convierte en el tormento por un país que se desmorona. “No es una
patria; es una apuesta que perdimos”, escribe en uno de los 33 poemas del libro
que ganó en el más reciente Premio de Poesía Arcipreste de Hita, que otorga la editorial española
Pretextos y el Ayuntamiento de Alcalá La Real.
Las
relaciones con los autores venezolanos de su generación quedan en evidencia con
este libro. No es solo que la oceánica oralidad de cada tipo venezolano habla
por estas páginas –los militares, los delincuentes, las madres, los jóvenes
poetas– sino que expone algunos motivos de las narrativas del deterioro[1]
que caracterizan las obras de los autores contemporáneos y, en especial, de los
nacidos después de 1975, como la melancolía del deterioro social y la imagen de
la patria ajena en el cuerpo enfermo.
El
poema XXX, subtitulado “Carta de Jamaica” –en alusión al documento escrito por
Simón Bolívar en 1815 donde expone los argumentos de los españoles americanos
para solicitar la independencia–, muestra la tristeza de un país donde las
utopías se han convertido en lemas propagandísticos para los aparatos del poder
y de las dificultades para sus naturales de separarse de la degradación que se
esconde detrás del vocablo patria. “Preciso hablarle de este montículo de arena
y ceniza que me vio nacer, / esa tierra de tanto sol, encandilada por su hambre
/ de historia”, escribe el autor nacido en el año 1987: “La conozco bien: mucho
he viajado en mis días, / pero nunca, realmente he atravesado las fronteras de
/ Venezuela. Cada palabra que pronuncio ata mis pies a ella, / atraviesa mi
boca con un sabor amniótico.” En el símbolo del deterioro en las cucarachas que
están por todas partes llega a otro nivel cuando lo matiza la imagen del brillo
avasallante del sol caribeño, borrando los límites y derritiendo los ideales:
“Su mayor sabiduría está / en cómo contemplan la luz. (…) Han podido leer / en
cada punto de fulgor, cada espina de / claridad, un enigma que apenas podemos /
vislumbrar nosotros, los infieles, los que no tenemos / ojos compuestos por dos
mil láminas sensibles a las caligrafías del resplandor.” Así, los insectos de
la suciedad se convierten en la imagen de la redención en este poema que
alcanza los límites del lirismo.
La
desaparición de las utopías puede observarse en la desconfianza con la que Salas
Hernández mira a la tradición literaria del país, en especial la vanguardia: “Nadie
como ellos para entender los estragos del calentamiento global en el hielo de
los whiskeys, los modestos glaciares de este trópico”, escribe. Más abajo en el
mismo poema se pregunta sobre la utilidad de la escritura en el poema XVII,
subtitulado “Ecopoesía”: “Uno puede botar cuantos poemas quiera / sin temor,
con buena consciencia: no es necesario / reciclarlos. La poesía se pudre sin
quejarse, /como una ballena triste y ebria, encallada / en alguna costa sin
turistas.” Pero, a pesar de su ironía, el autor caraqueño no se desmarca de
aquella tradición, que es también la suya no solo por ser venezolano, sino
porque la crítica social que hace tiene su origen en aquellos años sesenta, la
“década meteórica” como la llamaba Salvador Garmendia. Por eso, el poema X es un
homenaje a Caupolicán Ovalles, cuyo último verso es el célebre título de su
volumen más destacado, ¿Duerme usted,
señor Presidente?. En ese libro publicado en 1962 y dirigido al Rómulo
Betancourt arremete contra el sistema presidencialista hipócrita y corrupto
venezolano de la época y costó a su autor ser condenado a un breve período de
exilio. En su poema, con obvios paralelismos, Salas se pregunta por qué está
triste el presidente: “¿Algún ministro le habrá revelado por error / que una
bandera no sirve para contradecir la lluvia, para ahuyentar los perros del
frío?” inquiere: “¿Será que le desafina el pulso, que tiene arritmia / el himno
patrio?”; “¿Será que no duerme por culpa de los disparos, del gas /
lacrimógeno, de los gritos que hacen de paredes / en las cárceles?”.
Los
treinta y dos poemas que preceden al último, “Salvoconducto”, construyen el
efecto del título del libro. En esos versos narrativos las palabras son las
artífices de una venganza que solo puede ser calificada como “poética”
–“Tendrás que dejar sonar las palabras en la entraña intacta de esa sordera”– y
que dan sentido a todo el poemario: Solo el libro puede erigirse como el
“salvoconducto”, el documento que permite la libertad al poeta para hablar sin
consecuencias, a pesar de que le autor no sea más que un mortal: “Lo que quede
de mí se irá rápidamente, / se colará por algún desagüe, se escapará sin /
avisar, sin despedirse, será un gorgoteo / o un crujido en los huesos del día”
@michiroche
[1]
La denominación narrativas del deterioro es el tema de un extenso ensayo que
tengo años escribiendo y del seminario que impartí en 2014en la UCAB. Los
críticos Miguel Gomes y Gustavo Guerrero han hecho investigaciones, anteriores
a las mías, respecto a los temas propuestos por esta denominación. En un ensayo
publicado hace dos años por la revista Quimera
me refiero a esto: “[si bien no puede] hablarse de una narrativa identificada
con el protagonismo de Chávez en la vida venezolana que se caracteriza por
relatos neoexpresionistas que describen imágenes del deterioro, el
envilecimiento y la violencia social, según asegura Miguel Gomes en su ensayo
“Modernidad y abyección en la nueva narrativa venezolana” (2010)”.
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