jueves, 11 de junio de 2015

El futuro es un animal sin ojos

Salvoconducto
La dolorosa relación entre el cuerpo propio y el mundo que lo circunda que era la metáfora fundamental en el libro Suturas (2011) de Adalber Salas Hernández, en Salvoconducto (2015) se convierte en el tormento por un país que se desmorona. “No es una patria; es una apuesta que perdimos”, escribe en uno de los 33 poemas del libro que ganó en el más reciente Premio de Poesía Arcipreste de Hita, que otorga la editorial española Pretextos y el Ayuntamiento de Alcalá La Real.
Las relaciones con los autores venezolanos de su generación quedan en evidencia con este libro. No es solo que la oceánica oralidad de cada tipo venezolano habla por estas páginas –los militares, los delincuentes, las madres, los jóvenes poetas– sino que expone algunos motivos de las narrativas del deterioro[1] que caracterizan las obras de los autores contemporáneos y, en especial, de los nacidos después de 1975, como la melancolía del deterioro social y la imagen de la patria ajena en el cuerpo enfermo.
El poema XXX, subtitulado “Carta de Jamaica” –en alusión al documento escrito por Simón Bolívar en 1815 donde expone los argumentos de los españoles americanos para solicitar la independencia–, muestra la tristeza de un país donde las utopías se han convertido en lemas propagandísticos para los aparatos del poder y de las dificultades para sus naturales de separarse de la degradación que se esconde detrás del vocablo patria. “Preciso hablarle de este montículo de arena y ceniza que me vio nacer, / esa tierra de tanto sol, encandilada por su hambre / de historia”, escribe el autor nacido en el año 1987: “La conozco bien: mucho he viajado en mis días, / pero nunca, realmente he atravesado las fronteras de / Venezuela. Cada palabra que pronuncio ata mis pies a ella, / atraviesa mi boca con un sabor amniótico.” En el símbolo del deterioro en las cucarachas que están por todas partes llega a otro nivel cuando lo matiza la imagen del brillo avasallante del sol caribeño, borrando los límites y derritiendo los ideales: “Su mayor sabiduría está / en cómo contemplan la luz. (…) Han podido leer / en cada punto de fulgor, cada espina de / claridad, un enigma que apenas podemos / vislumbrar nosotros, los infieles, los que no tenemos / ojos compuestos por dos mil láminas sensibles a las caligrafías del resplandor.” Así, los insectos de la suciedad se convierten en la imagen de la redención en este poema que alcanza los límites del lirismo.
La desaparición de las utopías puede observarse en la desconfianza con la que Salas Hernández mira a la tradición literaria del país, en especial la vanguardia: “Nadie como ellos para entender los estragos del calentamiento global en el hielo de los whiskeys, los modestos glaciares de este trópico”, escribe. Más abajo en el mismo poema se pregunta sobre la utilidad de la escritura en el poema XVII, subtitulado “Ecopoesía”: “Uno puede botar cuantos poemas quiera / sin temor, con buena consciencia: no es necesario / reciclarlos. La poesía se pudre sin quejarse, /como una ballena triste y ebria, encallada / en alguna costa sin turistas.” Pero, a pesar de su ironía, el autor caraqueño no se desmarca de aquella tradición, que es también la suya no solo por ser venezolano, sino porque la crítica social que hace tiene su origen en aquellos años sesenta, la “década meteórica” como la llamaba Salvador Garmendia. Por eso, el poema X es un homenaje a Caupolicán Ovalles, cuyo último verso es el célebre título de su volumen más destacado, ¿Duerme usted, señor Presidente?. En ese libro publicado en 1962 y dirigido al Rómulo Betancourt arremete contra el sistema presidencialista hipócrita y corrupto venezolano de la época y costó a su autor ser condenado a un breve período de exilio. En su poema, con obvios paralelismos, Salas se pregunta por qué está triste el presidente: “¿Algún ministro le habrá revelado por error / que una bandera no sirve para contradecir la lluvia, para ahuyentar los perros del frío?” inquiere: “¿Será que le desafina el pulso, que tiene arritmia / el himno patrio?”; “¿Será que no duerme por culpa de los disparos, del gas / lacrimógeno, de los gritos que hacen de paredes / en las cárceles?”.
Los treinta y dos poemas que preceden al último, “Salvoconducto”, construyen el efecto del título del libro. En esos versos narrativos las palabras son las artífices de una venganza que solo puede ser calificada como “poética” –“Tendrás que dejar sonar las palabras en la entraña intacta de esa sordera”– y que dan sentido a todo el poemario: Solo el libro puede erigirse como el “salvoconducto”, el documento que permite la libertad al poeta para hablar sin consecuencias, a pesar de que le autor no sea más que un mortal: “Lo que quede de mí se irá rápidamente, / se colará por algún desagüe, se escapará sin / avisar, sin despedirse, será un gorgoteo / o un crujido en los huesos del día”

@michiroche





[1] La denominación narrativas del deterioro es el tema de un extenso ensayo que tengo años escribiendo y del seminario que impartí en 2014en la UCAB. Los críticos Miguel Gomes y Gustavo Guerrero han hecho investigaciones, anteriores a las mías, respecto a los temas propuestos por esta denominación. En un ensayo publicado hace dos años por la revista Quimera me refiero a esto: “[si bien no puede] hablarse de una narrativa identificada con el protagonismo de Chávez en la vida venezolana que se caracteriza por relatos neoexpresionistas que describen imágenes del deterioro, el envilecimiento y la violencia social, según asegura Miguel Gomes en su ensayo “Modernidad y abyección en la nueva narrativa venezolana” (2010)”.

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