El quinto poemario
de Adalber Salas imbrica los temas del exilio, la patria perdida y la
descomposición moral de una sociedad en la metáfora del cuerpo enfermo. Es el
primero que el autor nacido en Caracas en 1987 publica desde que comenzara en
2014 el Master of Fine Artes en Escritura Creativa de la New York University,
como becario Santander. Se titula Salvoconducto
y con esta obra se hizo merecedor de la más reciente edición del premio de
poesía “Arcipreste de Hita”.
Adalber Salas Cortesía Taller de Poesía UCAB |
El volumen
confirma la solvencia de un autor cuya obra ya comienza a darse a conocer fuera
de Venezuela, gracias a la edición de poemarios suyos primero en Colombia –Heredar la Tierra, por Común Presencia
en 2013– y ahora en España, puesto que este libro que se encuentra en el
catálogo de la Editorial Pre-Textos. Pero Salas no solo es poeta, además ha
publicado el ensayo Insomnios. Ensayo
sobre poesía venezolana (2013) y las traducciones de varios libros de
Margarite Duras, Artaudlogía, una
selección de textos de Antonin Artaud y Elogio
de la Creolidad de Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau, Raphaël Confiant. Dice
que lo que une a las tres actividades es la fascinación que siente por el hecho
de que la lengua exista: “Los poemas intentan atisbar algo de la variedad
siempre móvil, de las posibilidades y descubrimientos insólitos que ofrece el
español. El ensayista escribe sobre poesía casi invariablemente, pues allí
encuentra, o cree encontrar, a las palabras en su estado de mayor versatilidad.
El traductor hace su casa en el borde entre las lenguas, en esa tierra de nadie
que ofrece tantas libertades que, aunque siempre las hemos tenido, a menudo no
hemos sido conscientes de ellas”, concluye.
– ¿Es Salvoconducto un poemario que solo es posible
escribir fuera de Venezuela? ¿Qué aportó la cualidad de migrante a los textos?
– En efecto,
varios de los poemas solo fueron posibles gracias a que había emigrado poco
antes de escribirlos: la distancia me proporcionaba una manera distinta de
enfocar mi trabajo. Verme desligado del ámbito al que me había acostumbrado, mi
hábitat natural, me forzó a repensar la forma en que me relacionaba con mi
propia escritura. Sin embargo, la mayoría de los textos ya existía en forma
embrionaria desde mucho antes. Estar fuera de Venezuela fue, de alguna manera,
un catalizador.
Desde otro punto
de vista, podría afirmar que este poemario fue escrito íntegramente en
Venezuela: cada vez que me sentaba a trabajar en él, me hallaba en mi casa, en
Caracas. El libro fue una manera de no irme, de estar afuera y adentro, de
vivir en una frontera simultáneamente geográfica y temporal.
– ¿Qué fue lo más difícil de escribir este libro?
– Ejercer la
mirada. No solamente como un derecho, sino como un deber. Por las razones que
sea –comodidad, miedo, pudor, vergüenza, culpa– somos educados para apartar la
mirada. Pero no podemos darnos ese lujo. No podemos dejar de ver la violencia
que nos rodea y que es nuestra responsabilidad. Me refiero principalmente a la
que está devorando Venezuela –y que va más allá de cualquier credo político–,
pero también a la que hemos heredado de siglos pasados en Occidente: la
colección de horrores que hemos asumido como nuestra historia. Es arduo reconocer
la parte que uno tiene en todo ello. Estos poemas buscan hacer visible lo que
nos incomoda, nos duele y, de alguna manera, nos inculpa.
– En Salvoconducto vuelves
sobre los temas de otros poemarios tuyos –Suturas
(2011), por ejemplo– como la enfermedad y la dificultad de la literatura, pero
dentro de un libro donde el peso central está sobre la descomposición
venezolana, por eso, aquellos motivos quedan redimensionados. ¿Cómo se parece
la enfermedad del cuerpo a la de la patria?
– Ambas
enfermedades se reflejan mutuamente. La descomposición venezolana, este momento
de íntimo desmembramiento de nuestro imaginario, nos toma el cuerpo, aunque no
nos demos cuenta. La violencia nos atraviesa por completo, desde la
especificidad de la piel hasta las relaciones institucionales, en todo nivel. De
nuevo, esto nos afecta a todos, independientemente de dónde se encuentre uno en
el espectro político.
– He usado la palabra “patria” y me pregunto si existe ese lugar.
En el poemario has escrito: “No es una patria; es una apuesta que perdimos”.
¿Quiénes perdimos esa apuesta?
– La perdimos
todos. Pero apostar por la patria es perder, inevitablemente. La noción de patria es opresiva, sin importar quién
la utilice y con qué fines, como todas las palabras que nos sirven de excusa
para ejercitar nuestra sordidez.
En el libro,
pienso en cómo muchos de nosotros hemos visto fracasar diversos maneras de
implementar –o imponer– eso que, con distintos fines, se ha llamado patria.
Todo en un mismo espacio y en un tiempo muy breve. Creo que, más que una
apuesta, hemos perdido varias.
– ¿Para qué sirve la palabra?
– La palabra sirve
para todo: no podemos vivir sin ella. No sólo la palabra en su sentido neto;
también la palabra poética –entendida esta como nuestra capacidad para imaginar
a través de la lengua. Sirve para interpretar y reinterpretar el mundo, para
comer y beber, para vincularnos afectivamente, para organizarnos en comunidades,
para ejercer violencia y para defendernos de la violencia. Para construir una
identidad –singular o común– y, sobre todo, para olvidarla.
@michiroche
Excelente presentación del autor, limpia y discretaa entrevista que induce respuestas y esatas denotan profundidad y solidez del autor.. Me gusta
ResponderBorrar