A
Clara Obligado no le gustan los eufemismos ni las medias tintas. Afronta la
vida diciendo lo que piensa, aunque con eso moleste a la gente al desmontar los
discursos de clase y de género y, con especial ahínco, aquellos oficializados
por la historia. Esta actitud kamikaze entra en sus obras bajo la forma de una
literatura “excéntrica”, como la llama la académica Carmen Valcárcel. No solo
se trata de que sus libros estén fuera del núcleo del canon impuesto por la
concentración de editoriales en España, a pesar de que desde 1976 este sea el
país de residencia de la autora nacida en Buenos Aires. Se refiere a que Obligado
prefiere las fronteras móviles por reconocer en lo híbrido y lo inconstante el
mejor retrato de lo íntimo.
Clara Obligado Cortesía Páginas de Espuma |
En
su reciente La muere juega a los dados, un
libro de cuentos que construye una novela policial donde se cuenta la historia de
Argentina en el siglo XX a través de las anécdotas de una familia rica, esta manera
de entrelazar vida y literatura alcanza (o mejor: construye) nuevas fronteras. En
las historias de su propio linaje crea sobre su cuerpo, fuera del núcleo del
canon literario, desde su ombligo; el ombligo de sus cuentos, el meollo de sus
preocupaciones existenciales. Y lo hace no una, sino dieciocho veces: una por
cada cuento. Así realiza un sueño de escritores: fungir vida real con la
imaginaria.
Y
tan contenta está con la forma que resultó en esta obra que continúa
multiplicando estructuras geográficas, anécdotas familiares y ensayando novelas
en cuentos para la obra que escribe ahora sobre la calle del Barrio de las
Letras en Madrid en la que vive, como un emplazamiento desde donde mirar la transición
española, usando su perspectiva de inmigrante llegada a este país al año de la
muerte de Francisco Franco: “La España que yo veía no era glamorosa, pienso que
fue escasa la transición. Quiero contar la visión del latinoamericano”, explica
la autora de La hija de Marx (Premio
Lumen de Novela, 1996).
– ¿Qué género disfruta más,
la novela o el cuento?
–
La novela está comercializada y no pienso comulgar con las leyes del mercado.
No sé lo que escribiré en el futro, pero el cuento es un género más
sofisticado. Decir esto es peligroso porque también puede haber novelas
sofisticadas, pero el cuento está en proceso de evolución. A mi me interesa esa
plataforma de investigación: si me pusiera a escribir de los temas que me
interesan en una plataforma clásica no podría terminar el proyecto, me
aburriría.
– ¿Piensa, como algunos
escritores, que los cuentos tienen fórmulas?
–
La estructura para mi es el texto. El término “fórmula” me parece pobrísimo
para definir el proceso de la escritura que es el descubrimiento del eje. Contar
es fácil; sé hacerlo por oficio, pero cuado me meto yo misma en lo que escribo
descubro la semilla dentro de un tema y esa semilla es una estructura.
– Las anécdotas en La muerte juega a los dados son
historias de algunos miembros de su familia ¿encuentra algo catártico en la
autoficción?
–
Apenas tenía una historia que quería contar; la necesidad permanente de construir
un discurso desde otro lado. El discurso de la clase alta argentina todavía
permanece y hay que desmontarlo: la gente de este estrato se siente intocable
porque está fundamentada en los secretos. Ya me he liberado de todo lo que
podía liberarme así que ese no era mi objetivo.
– Son imágenes con las que
creció, construyen su historia personal.
–
En España no tengo mi pasado, estoy convertido en una extranjera y a nadie le
interesa mi historia. Si la cuento llamas la atención como algo exótico,
convirtiéndome en un tópico. Acá no digo lo que opino de Argentina porque sé que
me van a dar lecciones de Argentina. Y llega un momento en que siento que tengo
derecho a mi pasado y el mío es uno de clase alta y eso es urticante para
alguna gente; veremos cuando el libro llegue a Argentina.
– En esta obra se repite un
tema de El libro de los viajes
equivocados (2007) donde la Segunda
Guerra Mundial se usa como imagen del mal.
–
Sí, la tomo como metáfora de la violencia; debería hablar de Argentina, en
realidad, pero es muy duro, por eso le doy la vuelta. Al final, no me interesan
los malos sino qué hacen los buenos mientras los malos hacen lo que hacen.
Trabajo la vida de la gente normal. No estoy interesada en las grandes teorías,
sino en lo que hace la gente.
– Esa es la propuesta del
cuento “El efecto coliflor”, en el cual también hace algo interesante: desplaza
la atención del protagonista tradicional de la intriga detectivesca. Los
autores contemporáneos están obsesionados con el hermeneuta.
–
Eso es muy masculino. En mi literatura siempre está desplazado el Gran Hombre.
En La hija de Marx se cuenta toda la
historia de la gente alrededor de Marx, pero este apenas cruza en un capítulo. Eso
ha irritado a los críticos. La idea de la gran mente, del gran hombre o del
gran intelectual es una manera masculina de ver el mundo.
Más sobre Obligado
en Colofón Revista Literaria:
Reseña de La muerte juega a los dados
@michiroche
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