martes, 19 de mayo de 2015

Clara Obligado: “No estoy interesada en las grandes teorías, sino en lo que hace la gente”

A Clara Obligado no le gustan los eufemismos ni las medias tintas. Afronta la vida diciendo lo que piensa, aunque con eso moleste a la gente al desmontar los discursos de clase y de género y, con especial ahínco, aquellos oficializados por la historia. Esta actitud kamikaze entra en sus obras bajo la forma de una literatura “excéntrica”, como la llama la académica Carmen Valcárcel. No solo se trata de que sus libros estén fuera del núcleo del canon impuesto por la concentración de editoriales en España, a pesar de que desde 1976 este sea el país de residencia de la autora nacida en Buenos Aires. Se refiere a que Obligado prefiere las fronteras móviles por reconocer en lo híbrido y lo inconstante el mejor retrato de lo íntimo.
Clara Obligado
Cortesía Páginas de Espuma
En su reciente La muere juega a los dados, un libro de cuentos que construye una novela policial donde se cuenta la historia de Argentina en el siglo XX a través de las anécdotas de una familia rica, esta manera de entrelazar vida y literatura alcanza (o mejor: construye) nuevas fronteras. En las historias de su propio linaje crea sobre su cuerpo, fuera del núcleo del canon literario, desde su ombligo; el ombligo de sus cuentos, el meollo de sus preocupaciones existenciales. Y lo hace no una, sino dieciocho veces: una por cada cuento. Así realiza un sueño de escritores: fungir vida real con la imaginaria.
Y tan contenta está con la forma que resultó en esta obra que continúa multiplicando estructuras geográficas, anécdotas familiares y ensayando novelas en cuentos para la obra que escribe ahora sobre la calle del Barrio de las Letras en Madrid en la que vive, como un emplazamiento desde donde mirar la transición española, usando su perspectiva de inmigrante llegada a este país al año de la muerte de Francisco Franco: “La España que yo veía no era glamorosa, pienso que fue escasa la transición. Quiero contar la visión del latinoamericano”, explica la autora de La hija de Marx (Premio Lumen de Novela, 1996).

– ¿Qué género disfruta más, la novela o el cuento?
– La novela está comercializada y no pienso comulgar con las leyes del mercado. No sé lo que escribiré en el futro, pero el cuento es un género más sofisticado. Decir esto es peligroso porque también puede haber novelas sofisticadas, pero el cuento está en proceso de evolución. A mi me interesa esa plataforma de investigación: si me pusiera a escribir de los temas que me interesan en una plataforma clásica no podría terminar el proyecto, me aburriría.

– ¿Piensa, como algunos escritores, que los cuentos tienen fórmulas?
– La estructura para mi es el texto. El término “fórmula” me parece pobrísimo para definir el proceso de la escritura que es el descubrimiento del eje. Contar es fácil; sé hacerlo por oficio, pero cuado me meto yo misma en lo que escribo descubro la semilla dentro de un tema y esa semilla es una estructura.

– Las anécdotas en La muerte juega a los dados son historias de algunos miembros de su familia ¿encuentra algo catártico en la autoficción?
– Apenas tenía una historia que quería contar; la necesidad permanente de construir un discurso desde otro lado. El discurso de la clase alta argentina todavía permanece y hay que desmontarlo: la gente de este estrato se siente intocable porque está fundamentada en los secretos. Ya me he liberado de todo lo que podía liberarme así que ese no era mi objetivo.

– Son imágenes con las que creció, construyen su historia personal.
– En España no tengo mi pasado, estoy convertido en una extranjera y a nadie le interesa mi historia. Si la cuento llamas la atención como algo exótico, convirtiéndome en un tópico. Acá no digo lo que opino de Argentina porque sé que me van a dar lecciones de Argentina. Y llega un momento en que siento que tengo derecho a mi pasado y el mío es uno de clase alta y eso es urticante para alguna gente; veremos cuando el libro llegue a Argentina.

– En esta obra se repite un tema de El libro de los viajes equivocados (2007) donde la Segunda Guerra Mundial se usa como imagen del mal.
– Sí, la tomo como metáfora de la violencia; debería hablar de Argentina, en realidad, pero es muy duro, por eso le doy la vuelta. Al final, no me interesan los malos sino qué hacen los buenos mientras los malos hacen lo que hacen. Trabajo la vida de la gente normal. No estoy interesada en las grandes teorías, sino en lo que hace la gente.

– Esa es la propuesta del cuento “El efecto coliflor”, en el cual también hace algo interesante: desplaza la atención del protagonista tradicional de la intriga detectivesca. Los autores contemporáneos están obsesionados con el hermeneuta.
– Eso es muy masculino. En mi literatura siempre está desplazado el Gran Hombre. En La hija de Marx se cuenta toda la historia de la gente alrededor de Marx, pero este apenas cruza en un capítulo. Eso ha irritado a los críticos. La idea de la gran mente, del gran hombre o del gran intelectual es una manera masculina de ver el mundo.

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@michiroche


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