En la novela titulada En el café de la juventud perdida de Patrick
Modiano, varios personajes intentan entender
la vida de Louki, una enigmática joven que frecuenta el café Condé, donde se
reunía la fauna intelectual más diversa de la capital de Francia en la década
de los años sesenta. La polifonía del libro de 131 páginas incluye la voz de
Roland, el amante con quien la chica entabló una relación casual y con quien se
quedó a vivir desde una noche cuando decidió no volver más a su casa, ni
siquiera para buscar su ropa o documentos. También la del detective que su
marido contrató cuando vio que su mujer no regresaba, quien parece identificarse
con ella y eso lo hace incapaz de cumplir su cometido. Incluso habla la misma
Louki, cuyo verdadero nombre es Jacqueline y es hija de una bailarina del célebre
Moulin Rogue, para contribuir en el proceso de tejer el perfil de una mujer,
que aparece ante el lector como si de una sombra se tratara.
En el café de la juventud perdida |
No es la primera
vez que el Premio Nobel de Literatura 2014 usa el personaje de la mujer-enigma.
La protagonista de Dora Brunder es
también un misterio. En este libro, publicado en Francia en el año 1997, justo una
década antes que En el café de la juventud
perdida, la biografía, la literatura negra y el documental se combinan para
resultar en una novela híbrida que intenta retratar los años del gobierno de
Vichy a través de una joven desaparecida a quien sus padres intentan recuperar.
Modiano concibió el argumento cuando en un periódico de 1941 leyó este anuncio:
“Se busca a una joven, Dora Bruder, de 15 años, 1,55 m, rostro ovalado, ojos
gris marrón, abrigo sport gris, pulóver Burdeos, falda y sombrero azul marino,
zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder,
bulevar Ornano, 41, París”. Aquello encendió su curiosidad y 40 años después de
que se perdiera aquella niña, el autor nacido en 1945, también emprende su
búsqueda, ayudado solo por el recorte de periódico y una lista de deportados de
París a Auschwitz fechada en septiembre de 1942. A la historia de la vida de la
joven, Modiano añade testimonios de los familiares de Bruder y un recuento de
la investigación que lo devuelve a la época del paranoico gobierno de Philippe Pétain.
Es en la
posguerra francesa y su relación con los traumas heredados por esa sociedad
durante los años de administración nazi donde Modiano sitúa no solo sus
intereses literarios, sino las grandes preguntas que se hace sobre su época –el
misterio que se materializa en sus
obras: en los personajes femeninos que construye, en los giros mínimos e
inexplicables de sus tramas–; esto lo ha dicho antes a la prensa francesa, que
“su motor novelístico” fueron los años que vivió después de finalizado el bachillerato,
los mismos del epílogo de la Segunda Guerra Mundial y, además, los de la guerra
franco-argelina (1951-1962).
Aunque el motivo
de la incógnita conecta a ambos libros, en la novela breve editada por Anagrama,
Modiano no escribe sobre la generación que condenó a la joven judía Bruder,
sino sobre la que siguió a esta. Sus hijos. Los comensales del café de “la
juventud perdida”, a quienes pone bajo una luz cenital desde el principio de la
publicación; desde el epígrafe de Guy Debord con el que abre la novela: “A
mitad de camino de la verdadera vida, nos rodeaba una adusta melancolía, que
expresaron tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud
perdida”. Modiano habla aquí de una generación marcada por el derrumbe del mito
que sus padres construyeron en la posguerra para protegerlos: el de una nación
que resistió a la ocupación nazi. El también ganador del premio Goncourt en
1978 proyecta un mundo ruin y colaboracionista en el cual las víctimas parecen
tan culpables de su destino como lo son los victimarios.
Si Dora Bruder habla de los vacíos de la
memoria, En el café de la juventud perdida
se refiere a otra forma de vacío: aquella del espíritu. Si el pasado se olvida,
el presente se vuelve hueco. En este sentido parece revelador que el título del
libro que Louki lleva siempre consigo “como accesorio” para posar de intelectual
se titule Horizontes perdidos. Esta
denominación no parece casual, en especial si se le compara con el que su
amante Roland quería escribir, Las zonas
neutras. “Tenía ya pensada la primera frase”, dice Roland en la novela: “las
zonas neutras tienen, al menos, esta ventaja: no son sino un punto de partida
y, antes o después, nos vamos de ellas”. Louki es la “zona neutra” que se
percibe como alegoría de una generación cuyo horizonte está perdido. Y es en
esa carga simbólica donde se articula la fuerza de la obra de Modiano, porque
la suya es una literatura que con algunas pinceladas pinta la Comédie Humaine del siglo pasado: un
retrato social que se inició en la zona neutra del gobierno de Vichy y del que
los franceses perdieron la referencia. Así, En el
café de la juventud representa una interesante síntesis de los temas
propios de la obra del autor francés, como son la desintegración de las
fronteras morales y la memoria personal como único vínculo con el pasado. Un
microcosmos, pues de Patrick Modiano.
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