De la misma
manera que los antiguos eremitas sintetizaban su amor a Cristo en la purificación
del espíritu desde la disciplina y la oración, Fabio Morábito construye su
vocación de escritor a partir de lo esencial en la literatura: escribir y editar.
El autor mexicano nacido de padres italianos en la ciudad egipcia de Alejandría
profesa la literatura con la mística sacrificada de quien acaba de iniciarse en
una religión.
Fabio Morábito Foto: Hebert Camacho (Blog Editorial Eterna Cadencia) |
Incluso antes de
cumplir 15 años y trasladarse a México, el autor nacido en 1956 supo que sería escritor,
porque disfrutaba armando rimas. Lo confirmó de adulto, cuando rechazó el
doctorado que pudo asegurarle un buen futuro en la academia mexicana. No
contaba entonces con muchos medios de subsistencia y lo lógico hubiera sido
optar por lo más fácil. Pero Morábito decidió imponerse un horario que le
afirmara que su vocación era el camino, la literatura. De allí a que viera
publicado su primer texto pasaron años. Pero desde aquella remota fecha en que
tomó la decisión de convertirse en un profesional de las letras, el autor ahora
traducido a casi una decena de lenguas se levanta a las 5:00 de la mañana para
trabajar en sus libros.
“Al principio no fue fácil,
mis primeros cuentos eran un fracaso tras otro, porque no encontraba la forma
de terminarlos. Y llegó un momento en que quise tirar la toalla y dedicarme
solo a la poesía, pero sentía que de hacer eso, la poesía lo resentiría”,
recuerda el autor de la novela Emilio,los chistes y la muerte (Anagrama, 2009), única incursión suya en este género.
Es sobre esta experiencia
como purista de la literatura, como autor “extranjero” al castellano, y, en
especial, como afanoso lector, que se sustentan los 84 ensayos breves de su más
reciente libro El idioma materno (Sexto
Piso, 2014). La idea surgió de una columna que le propusieron escribir los
editores del suplemento “Ñ” de El Clarín de
Buenos Aires. Se trataba de una columna de 2.000 ó 2.100 caracteres de tema
libre. Y Morábito –siempre propenso al sacrificio– decidió que no podrían ser más
que 2.080 caracteres. Desde la primera columna que escribió supo tenía ganas de
hacer un libro. “Sin saberlo, me proponía responder a la pregunta de por qué he
terminado escribiendo”, dice el poeta galardonado con los premios Carlos
Pellicer (1985) y Aguascalientes (1991) de poesía, y añade que aunque este
libro es desordenado, “tiene la unidad estilística que otorga la brevedad. En
textos tan breves tienes que recurrir, más que a argumentos racionales, que
llevan mucho espacio, a asociaciones intuitivas, metafóricas y poéticas,
esperando que el lector decida”.
– ¿Cómo ayudó esta forma breve al resto
de su escritura?
– Aprendí que
siempre puedes quitar algo. Esto no es solo una lección de estética, también lo
es de ética. Italo Calvino sentía que editar sus textos era un logro ético, un deber del escritor para ahorrarle al lector la paja.
– ¿Cuáles son sus palabras favoritas en
castellano?
– No tengo una ni tampoco
hay alguna que rechace. Las palabras son herramientas y el deber de un escritor
es no rechazarlas. Quizá porque es un idioma aprehendido, respeto al castellano
en su totalidad; o, más bien: me intimida en su totalidad. Otros escritores que
también escriben en un idioma aprendido se refieren al estilo como una de sus
preocupaciones principales. A lo mejor, en el estilo, cuya apuesta es comenzar
desde la distancia, está la costumbre de no vincularme a las palabras.
– ¿En qué género se siente más cómodo? ¿En
prosa, en verso?
– Evito esa
diatriba al dedicarme a cada uno por temporadas. Cuando estoy escribiendo poesía,
solo escribo eso, hasta que termine un libro o hasta que me canse. Y luego paso
a la prosa. Todo lo que se me ocurre en una temporada, que puede durar de dos a
tres años, pertenece a ese género. Ni siquiera tomo apuntes, aunque se me
ocurra una historia para un cuento fuera de su temporada. Nunca he podido
mezclar los dos géneros. Cuando estoy trabajando en uno me siento ajeno al
otro.
– El género del cuento y el de la poesía
confluyen en la necesidad de síntesis.
– Sí, pero hay
otra cosa que los une: es difícil prever el siguiente verso en un poema igual
ocurre con la siguiente línea en un cuento. Escribo desde lo imprevisible. Mientras
que en una novela se sabe qué vendrá, en el cuento no y eso lo acerca a la poesía. Si
supiera demasiado de una historia no podría escribirla y en la poesía no hay
forma de predecir ni dos versos más adelante: un verso te dicta el siguiente.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario