El lugar del que
nace la inspiración, qué anécdota pude comprimirse en lo que Julio Cortázar
llamaba el “efecto knockout” del cuento o se extiende de forma indefinida en
los meandros argumentales de la novela es un misterio incluso para los
escritores. Para la argentina Ana María Shua saber qué es exactamente lo que le
importó de una anécdota como para obligarla a sentarse frente a la computadora
días, semanas o meses enteros hasta terminar un libro es un misterio, a pesar
de que tiene 30 años dedicados a ello.
Ana María Shua Cortesía FIL Guadalajara/Marte Merlos |
Pero, en el caso
de su libro galardonado con el Premio Nacional del Libro en su país, la
metáfora del circo como el microcosmos de los vicios humanos y de los monstruos
de la imaginación fue, más que la fuente de inspiración, el motivo de una obsesión.
El resultado fueron centena y media de microcuentos que se pasean por los
oficios del circo, sus freaks, los
animales y hasta la crónica del pasado de uno de los géneros más importantes
del espectáculo. Algo hay allí, entre las carpas, que la llama. En los primeros
cuentos brevísimos de Fenómenos de circo,
Shua compara la escritura con la creación de ficciones. “Hago malabarismos
con los verbos, camino por la cuerda floja de una sintaxis riesgosa. En medio
de contorsiones extremas, azoto con mi látigo las palabras hasta obligarlas a
saltar por los aros de fuego de un sentido inesperado”, escribe en el relato enano
“Introducción al circo”, obra que es un micro seminario sobre la escritura breve.
El lector sentirá
que el circo, más bien se ha instalado fuera de las carpas, en la vida
cotidiana, como parece notarlo la también autora de libros para niños en “Otra
fantasía circense”, en donde escribe: “Acosados por los ojos ciegos de las
cámaras que en todas partes nos acechan y nos registran, somos los artistas y
también el público, actuamos y nos aplaudimos simultáneamente”.
La trayectoria
de Shua es mucho más extensa y va más allá de la microficción. Esta autora,
nacida en 1951 y traducida a nueve idiomas, no solo ha escrito cinco libros de microcuentos
y otros tantos de relatos más extensos, entre ellos Miedo en el sur, que obtuvo el Premio Ciudad de Buenos Aires, sino
que también es autora de novelas galardonadas. En 1980 ganó con su novela Soy Paciente el premio de la editorial
Losada. Otras novelas suyas son Los
amores de Laurita (1984), El
libro de los recuerdos (Beca Guggenheim, 1994) y La muerte como efecto secundario (Premio Club de los XIII 1997)
y El peso de la tentación 2007).
– ¿Cómo ha evolucionado su concepción del
trabajo narrativo en estos años?
– Cada vez es
más difícil escribir, porque a uno le pesan los libros que llevas ya escritos,
que los cargas sobre el lomo. Siento que hasta este momento ya escribí lo que
tenía que decir y cada vez me resulta más difícil reencontrarme con una voz
original dentro de mi misma.
– ¿Qué prefiere escribir: cuento o
novela?
– En los cuentos
me siento más cómoda, pero me parece que nadie se siente cómodo en la novela ni
los novelistas más natos y más prolíficos. Lo que pasa es que en la escritura
de una novela hay dos partes. La primera etapa, la de la invención, me parece
que es verdaderamente dolorosa. Es la primera versión que uno sufre porque se
tarda mucho tiempo y es un proceso lento en el que uno va acumulando borradores
desagradables de los que no está orgulloso. Pero la segunda etapa lo justifica
todo y este momento es cuando uno ya tiene todo ese material en bruto y se
dedica a convertir eso en literatura y eso es lo hermoso de la novela.
– Con la proliferación de los concursos
de cuentos, las revistas y, más importante aún, la entrega en 2013 del Premio
Nobel a la cuentista Alice Munro, ¿piensa que el cuento vive ahora un buen
momento en estos años?
– No creo que
tenga gran influencia en el mercado. El cuento no es un género rechazado en el
mercado pero sí uno en el que hay menos publicaciones. Creo que es importante
señalar que si alguna innovación trajo Alice Munro al cuento es hacerle un
tratamiento a este como si fuera el de una novela, ocupándose de la psicología
de los personajes. Sus cuentos, de hecho son largos, como no los hay en idioma
español.
– Se discute la idea de una narrativa
femenina, ahora que están publicando más que hace 50 años las mujeres, pero hay
muchas que la rechazan ¿Qué cree de esto?
– Sí existe una
literatura femenina pero no necesariamente la escriben las mujeres. Un escritor
tiene que poder escribir desde el punto de vista de una mujer, un hombre, una
tortuga o una piedra. Y, de hecho, a un dramaturgo o a una dramaturga nunca le
preguntan cómo hace para ponerse en el lugar de uno de los personajes que no
coincida con su género porque en el caso de un dramaturgo es obvio, pero
asimismo debería ser un obvio cuando nos referimos a un cuentista o a un
novelista. Un escritor debe poder mirar el mundo desde cualquier ángulo. Yo
tengo novelas que son fuertemente femeninas como Los amores de Laurita y otras dos: Soy paciente y La muerte como
efecto secundario, que están contadas en primera persona, desde la
perspectiva de un hombre. Una de ellas participó en un concurso donde ninguno de
los cinco jurados pensó que eso había sido escrito por una mujer.
@michiroche
Michelle Roche Rodríguez
Michelle Roche Rodríguez
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