El
fin de 2014, este año que tan difícil ha sido para Venezuela, ha traido buenas
noticias para su literatura. Una de ellas tiene forma de libro. Por fin llega
las librerías la segunda obra de Hensli Rahn Solórzano. La primera, Crónicamente Caracas resultó mención
publicación en la sexta edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación
para la Cultura Urbana en 2008 y demostró la calidad de la fibra narrativa de
su autor. Desde entonces, este caraqueño nacido en 1982 se ha dedicado a su
pasión central: la música, a pesar de que la escritura siempre ha estado allí,
como una deuda latente con su creatividad. Un rosario de galardones a sus
narraciones breves, ensartados uno tras otro, lo delatan. Así, son prueba de esta
afición el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores, en
2010; el primer lugar en la novena edición del certamen de narrativa breve
organizado por la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela y, el más
reciente, su clasificación este mismo año como finalista del Concurso de
Cuentos del diario El Nacional.
Dinero fácil |
Dinero fácil, su colección de narrativa breve que
edita Libros de Fuego, presenta once relatos de empresas vertiginosas que rayan
en la crónica. Allí los mismos personajes saltan de unos a otros cuentos como para
demostrarle al lector que el mundo, incluso el de la ficción, es mucho más
pequeño de lo que piensa. La historia del cantante de música llanera, Serafín
Silva –“si el destino te quiso para cantar joropo”, dice el coplero en el
texto: “dile adiós a la vida porque se te gastó en una prueba el sonido”–; un
par de hermanos que emprenden lo que creen un fraude perfecto y pierden las
ganancias por culpa de “una tomba de la PM”; el diario de un viaje a través de
Venezuela anotado en clave de gasolineras sobre una libreta Moleskine; la
historia de los últimos polvos de un holandés septuagenario – que “tenía
lustros resintiendo la experticia de las putas adolescentes”– y las aventuras
de dos hermanos que tenían a “la negrura” por hogar, son algunas de las historias
que se ensartan en este video en cámara lenta de aquella Venezuela de los años
noventa, antes de que las historias de barrio y pobreza, como la frase tautológica
“vivir viviendo”, se transformaran en la consigna política de una revolución
hueca.
Los
juegos de la adultez y los de la infancia se tejen entre estos relatos como si
fueran los planos y contraplanos de una película de acción hollywoodense, para
mostrar que lo placentero y lo siniestro son las dos caracas de una misma
cotidianidad. Esas acciones, además, ocurren en el ambiente urbano y
desordenado que marcó el fin de siglo –y que aún, por desgracia, Venezuela no ha
superado–.
Tales
acciones están subrayadas por el lenguaje cotidiano de las calles atestadas de
personas, cada cual con miles de problemas diferentes que van friéndose al
calor del sol tropical y habitando la violencia de las ciudades con la misma
naturalidad que las cruentas historias televisadas. “Mi mente se puso al rojo
vivo. Sangre bajó de las paredes. Oí un taladro de risas desquiciadas. Bemba
entonces hizo el viejo truco: habló de Cine Millonario. (…) Trabado de la
arrechera, me puso a maquinar el cerebelo y ahí fue que me calmé”, escribe Rahn
Solórzano en el cuento “El más allá” como el método infalible que un niño evita
que su amigo entre en una pelea: hablando de una película de la TV.
El
lenguaje y las alusiones a la cultura audiovisual construyen el aparato simbólico
de la comunicación de los personajes de este autor varias veces incluido en
antologías de narraciones breves. “Las aceras estaban subrayadas por charcos
verdes. El mismo mutágeno de donde salieron las Tortugas Ninja. Provocaba meter
una vara y licuar aquella locura de algas con burbujas para ver qué salía. Ni
se te ocurra tocar eso. Mi madre me había regañado por anticipado en uno de sus
odiosos chispazos de clarividencia. La mandé al diablo también. Revolví la nata
verde con un pitillo que encontré tirado por ahí. Le di bandera hasta que dije
epa jey”, escribe en el relato “Río Chico 1994”, sobre la pérdida de la
castidad de dos adolescentes, que para empezar nunca fueron inocentes.
Más
allá del colegio y la calle oscura, sus personajes tienen como referencia a la
televisión, una en la cual la programación de Venevisión o RCTV seguía siendo
la referencia obligada. Por esa razón uno de sus cuentos, “Pesadillas de Bill”
relata lo que perfectamente pudo haber sido una película transmitida por el segmento
Cine Millonario de Venevisión hace veinte años. Y es justo en ese cruce entre
lo coloquial y lo cotidiano, con el añadido de ribetes audiovisuales, lo que
distingue la prosa de Rahn Solórzano en la fértil generación de autores venezolanos
contemporáneos menores de 40 años.
@michiroche
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