jueves, 20 de noviembre de 2014

Dinero para sobrevivir

El fin de 2014, este año que tan difícil ha sido para Venezuela, ha traido buenas noticias para su literatura. Una de ellas tiene forma de libro. Por fin llega las librerías la segunda obra de Hensli Rahn Solórzano. La primera, Crónicamente Caracas resultó mención publicación en la sexta edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana en 2008 y demostró la calidad de la fibra narrativa de su autor. Desde entonces, este caraqueño nacido en 1982 se ha dedicado a su pasión central: la música, a pesar de que la escritura siempre ha estado allí, como una deuda latente con su creatividad. Un rosario de galardones a sus narraciones breves, ensartados uno tras otro, lo delatan. Así, son prueba de esta afición el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores, en 2010; el primer lugar en la novena edición del certamen de narrativa breve organizado por la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela y, el más reciente, su clasificación este mismo año como finalista del Concurso de Cuentos del diario El Nacional.
Dinero fácil
Dinero fácil, su colección de narrativa breve que edita Libros de Fuego, presenta once relatos de empresas vertiginosas que rayan en la crónica. Allí los mismos personajes saltan de unos a otros cuentos como para demostrarle al lector que el mundo, incluso el de la ficción, es mucho más pequeño de lo que piensa. La historia del cantante de música llanera, Serafín Silva –“si el destino te quiso para cantar joropo”, dice el coplero en el texto: “dile adiós a la vida porque se te gastó en una prueba el sonido”–; un par de hermanos que emprenden lo que creen un fraude perfecto y pierden las ganancias por culpa de “una tomba de la PM”; el diario de un viaje a través de Venezuela anotado en clave de gasolineras sobre una libreta Moleskine; la historia de los últimos polvos de un holandés septuagenario – que “tenía lustros resintiendo la experticia de las putas adolescentes”– y las aventuras de dos hermanos que tenían a “la negrura” por hogar, son algunas de las historias que se ensartan en este video en cámara lenta de aquella Venezuela de los años noventa, antes de que las historias de barrio y pobreza, como la frase tautológica “vivir viviendo”, se transformaran en la consigna política de una revolución hueca.
Los juegos de la adultez y los de la infancia se tejen entre estos relatos como si fueran los planos y contraplanos de una película de acción hollywoodense, para mostrar que lo placentero y lo siniestro son las dos caracas de una misma cotidianidad. Esas acciones, además, ocurren en el ambiente urbano y desordenado que marcó el fin de siglo –y que aún, por desgracia, Venezuela no ha superado–.
Tales acciones están subrayadas por el lenguaje cotidiano de las calles atestadas de personas, cada cual con miles de problemas diferentes que van friéndose al calor del sol tropical y habitando la violencia de las ciudades con la misma naturalidad que las cruentas historias televisadas. “Mi mente se puso al rojo vivo. Sangre bajó de las paredes. Oí un taladro de risas desquiciadas. Bemba entonces hizo el viejo truco: habló de Cine Millonario. (…) Trabado de la arrechera, me puso a maquinar el cerebelo y ahí fue que me calmé”, escribe Rahn Solórzano en el cuento “El más allá” como el método infalible que un niño evita que su amigo entre en una pelea: hablando de una película de la TV.
El lenguaje y las alusiones a la cultura audiovisual construyen el aparato simbólico de la comunicación de los personajes de este autor varias veces incluido en antologías de narraciones breves. “Las aceras estaban subrayadas por charcos verdes. El mismo mutágeno de donde salieron las Tortugas Ninja. Provocaba meter una vara y licuar aquella locura de algas con burbujas para ver qué salía. Ni se te ocurra tocar eso. Mi madre me había regañado por anticipado en uno de sus odiosos chispazos de clarividencia. La mandé al diablo también. Revolví la nata verde con un pitillo que encontré tirado por ahí. Le di bandera hasta que dije epa jey”, escribe en el relato “Río Chico 1994”, sobre la pérdida de la castidad de dos adolescentes, que para empezar nunca fueron inocentes.
Más allá del colegio y la calle oscura, sus personajes tienen como referencia a la televisión, una en la cual la programación de Venevisión o RCTV seguía siendo la referencia obligada. Por esa razón uno de sus cuentos, “Pesadillas de Bill” relata lo que perfectamente pudo haber sido una película transmitida por el segmento Cine Millonario de Venevisión hace veinte años. Y es justo en ese cruce entre lo coloquial y lo cotidiano, con el añadido de ribetes audiovisuales, lo que distingue la prosa de Rahn Solórzano en la fértil generación de autores venezolanos contemporáneos menores de 40 años.

@michiroche

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