“Madre,
si me matan,
que no venga el coche para los entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno”.
Andrés
Eloy Blanco
He
aquí el poeta que escribe para resistir al olvido, para vivir, escuchar y
descifrar, en lugar de permanecer en silencio e indiferente. La voz de Ricardo Ramírez Requena nace para
calar en las vidas de otros que también están dispuestos a escuchar; porque sí,
la poesía es sagrada, pero también permite, superando el decir común, que el
ser reflexione sobre el peso de su cotidianidad.
Maneras de irse |
Ramírez
Requena es profesor de la Universidad Central de Venezuela, poeta y también
librero. Nació en 1976 en Ciudad
Bolívar. Creyente de W.H. Auden, seguidor de Robert Frost, lector de
Alejandro Oliveros y conocedor de la leyenda de Tristán e Isolda, “un hombre
ahora más parecido al que compulso Vivaldi” , vive y escribe en Venezuela y su primer
libro Maneras de irse de la editorial Ígneo, enuncia el sufrimiento, la
nostalgia y la angustia del “insilio”.
El
insilio según Fernando Reati, es un exilio interior que experimentan aquellos
que aunque no han sufrido la cárcel o el destierro, padecen el terror de regímenes
represivos viviendo en una especie de aislamiento e incomunicación. Esta
definición hasta los momentos no había cruzado nuestras fronteras, ya que es una
realidad que vivió el cono sureño (Chile, Argentina) en la década de los
setenta bajo las dictaduras militares. Este estilo literario igualmente se
observa en Cuba. Para el investigador berlinés Dieter Ingenscha se debe a la
larga duración del proceso revolucionario en la isla y a la salida tardía de
ciertos autores y críticos del país o del armario ideológico o personal. “Por
el insilio optaron muchos intelectuales del franquismo, del Tercer Reich, de
todas las dictaduras del mundo”.
En
Maneras de irse, el poeta revela ese
exilio interior, el cansancio de un hombre en un país que lee en su rutina “una
gran calcomanía que anuncia este local no cancela seguro social”, donde su
gente no se mira, se detesta y un individuo “duerme sus soledades de cada noche”,
evocando así una época y una naturaleza de venezolanidad en el poema Taguaralia: “Hay un televisor pasando Sábado
Sensacional, mudo, / con Amador
Bendayán entero; una radio en donde / suena Toña La Negra”.
Donde
dice sentirse como un extraño y concluye
que todos están muertos y que en alguna parte de su vida los vio, los conoció,
pero ahora no pertenecen a su mundo: “Terminas la cerveza y te levantas, dejas
el dinero / y haces que vas al baño. «No hay agua», dice / el letrero. Bajas la
cabeza y al salir, sabes que nadie te mira. / Como si no pertenecieras ahí, y
no hubieras / bebido y pagado tu cerveza”. Esa es una de las características
del insilio, sentirse enajenado, estar en su propio país en calidad de
desterrado.
El
autor manifiesta la incertidumbre y el desaliento en su poema "Velares", detallando un capítulo de la historia política contemporánea, el
Golpe de Estado del 11 de abril de 2002: “Plaza Venezuela es una/ zona de
humores en donde privilegia el rostro del / derrotado”, sin asumir en ningún momento un rol de
panfletario sino de testigo del
miedo, de “la obstinación y tristeza” de una parte de los ciudadanos: “Completas: se sabe de protestas esta
noche. / Hay órdenes dadas por quien gobierna. / Se anuncian horas complejas.
Una amiga en Barcelona me llama / preguntándome que sucede ( Ha tenido
taquicardias). / Correos desde Brisbane, San Francisco, Aberdeen, / París. El
dolor de una polis se trasmite a las demás”. De igual manera subraya la
desesperación y la frustración de su gente: “Quieren apelar a las armas
aquellos que nunca han / tomado alguna. / Se siente el miedo en esta noche /
callada (no hay fiesta en los edificios continuos)”.
Un
elemento central de esta poesía es el sentido de pérdida, un ejemplo se lee en Postal
desde Rajatabla donde enseña una realidad
desmantelada: “Entenderás que esto no es lo mismo que 1999. Es la / más leve de sus sombras. En ese año, aquí
en el café / Rajatabla, en el Ateneo de Caracas, hoy también de / despedidas”.
Establece
su crítica sobre la sumisión de quienes se acostumbran al dolor de las
despedidas, al odio y a la desesperanza: “Felices borregos, ya vestimos
nuestras formas finales, / y escuchamos el silencio de los gallos y el silencio
/ de la dicha, las rabias, pulidas a destiempo, / los ecos olvidados. / La lucidez es negra y negra ha sido en
este tiempo / que acatamos”.
Quien
lea el libro conocerá que está expuesto un hombre con sus miedos, con su rutina
y pasos alertas mirando a todas partes, pero también se acercará a la valentía
de quien pone el rostro contra el
viento, cuando observa y se hace parte de las protestas y el ruido de la decepción
de una juventud que marcha con pasos consecuentes en un “tiempo inconsecuente”:
“Por momentos las angustias, la quincena corta, / el giro del carro quedan atrás:
solo tenemos una calle sin final”.
Ramírez
Requena, piensa en el exilio, lo roza, lo encara, nombra aeropuertos del mundo. Habla con su
esposa Blanca sobre Chile, Praga,
Barcelona, Turín. Pero lo hace desde Venezuela, desde el insilio, desde
la tristeza de quien cree que
mejor es irse y visitar a la
familia tal vez en diciembre o para tomar una consulta con algún médico y guardar
mientras tanto un cuadro de El Ávila “en Berlín, en ciudad de México, en
Liverpool”.
Diosce
Martínez
@Dioscemartinez
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