viernes, 14 de noviembre de 2014

La ironía y la revolución silente

El absurdo cínico que navega entre las corrientes de la ironía y del pesimismo es el estilo que marca La fiesta de la insignificancia (2014), la novela con la cual Milan Kundera sale de 14 años de mutismo. “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia”, declara Ramón, uno de sus cuatro protagonistas: “Está presente incuso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias”. El tino descarado con el que Ramón interpreta lo que ocurre a su alrededor –e, incluso, la historia– contrasta con la pasividad de Alain, obsesionado con el ombligo femenino y con el coito que lo hizo nacer en el seno de un matrimonio fracasado.
La fiesta de la insignificancia
El tercer amigo cuyas anécdotas banales construyen el argumento del libro es Calibán, un actor fracasado que para no aburrirse se hace pasar por un camarero Pakistaní en las fiestas a las que lo invita Charles. Además de ocuparse de ciertos servicios de catering, este cuarto personaje es un dramaturgo que quiere hacer un teatro de marionetas con una historia sobre Iósif Stalin que ha leído en las memorias de Nikita Jrushchov. Fiel al juego de chanzas cruzadas que ha construido el cuarteto, Charles se resiste a recrear la anécdota en una pieza teatral con actores. “Sería un engaño si esa historia de Stalin y Jrushchov la representaran seres humanos”, explica el comediante: “Nadie tiene el derecho de simular la restitución de una existencia humana que ha dejado de ser. Nadie tiene el derecho de crear un hombre a partir una marioneta”.
Según narra el sucesor de Stalin en las memorias que tanto entusiasman a Charles, el líder ruso cuenta a los miembros de su séquito un chiste sobre 24 perdices del que nadie se ríe. Parece que el logro de 30 años de dictadura en la Unión Soviética fue que sus ciudadanos perdieran el humor. Y sobre esto reflexiona el propio Stalin, cuando reprende a sus camaradas porque no entendieron el significado de su broma. Se lamenta de que “en aquella ensoñación que el mundo entero tomó en serio” lo haya sacrificado todo, incluso a sí mismo. El lector entiende que la “ensoñación” es el comunismo.
El sistema político que la Unión Soviética quiso elevar a organización transcontinental se articuló puertas adentro de sus fronteras como un régimen donde el partido gobernante concentraba a todos los poderes estatales e intervenía en todos los ámbitos de la vida pública y privada de los rusos. ¿Y qué permitía que se sustentara este totalitarismo? La voluntad del líder. El caos de las “tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta”, según propone el Stalin de Kundera, solo puede ordenarse imponiendo “a todo el mundo una única representación”. Y añade que esta forma solo se puede imponer gracias a “una única voluntad, una única, inmensa voluntad, una voluntad por encima de todas las demás voluntades”… La suya.
Conocedor de las injusticias del régimen totalitario de izquierda que empobreció a Checoslovaquia durante  más de cuarenta años, el autor nacido allí en 1929 ha construido en sus obras una arquitectura de la ironía cuyo objeto es desmontar el discurso totalizador y la grandilocuencia del autoritarismo. El poder subversivo de la risa es el hilo argumental de sus obras desde las primeras hasta la más reciente. Así como en La fiesta de la insignificancia los cuatro amigos ancianos se burlan de la muerte o Stalin entiende que su suprema voluntad ha borrado la de sus acólitos, en su primera novela, La broma (1967), la vida de un joven en la Checoslovaquia comunista queda arruinada cuando le escribe a una novia un chiste que comienza con la frase “El optimismo es el opio del pueblo” y que intercepta la policía política.
Pero no solo en el argumento de sus obras el chiste y la ironía son la regla, también lo son en su estilo. Lo que Kundera alcanza con la estética de la ironía es más contundente que lo que otros logran con el realismo exacerbado o la denuncia descarnada. Eso hace revolucionaria a su escritura. La risa en sus obras nunca es ligera, promueve una posición política compleja, polisémica e indefinible que subvierte los discursos totalitarios. El estilo de sus textos contradice las convenciones del mundo igual que las anécdotas que narra van contra la realidad; así, Kundera acaba con los absolutos cómodos y tranquilizadores que proponen las visiones unívocas de la realidad.
Si a la ironía como figura retórica que dice una cosa pero significa otra, además se le añade la voz que el autor proyecta desde su senectud, subrayando problemas sin proponer soluciones, el tono de la novela es pesimista, a pesar de su estilo ligero y de sus anécdotas banales. Esta posición viene de la convicción que tiene Kundera de que nada puede ya cambiar el curso de la historia. A esta triste conclusión llega el personaje de Ramón: “Comprendimos desde hace mucho ya que no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia delante. Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en serio. Pero me doy cuenta de que nuestras gracias ya perdieron todo su poder”. Si es imposible cambiar nada, entonces lo mejor es reírse de las desgracias.

@michiroche

(La versión original de esta reseña apareció en el blog del Banco Banesco y puede leerse en este link: http://blog.banesco.com/rse/ )

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