Narrada en tres
tiempos y a través de las perspectivas de dos personajes, Arena negra (2013) de Juan Carlos Méndez Guédez es un experimento
narrativo de tan alta factura que llega a ser poético. La estructura que
propone este libro es la de entradas, como las de un diario, marcadas por
letras y no por números como los capítulos tradicionales en las novelas. Esto
se debe al objetivo del autor de resaltar el motivo del abecedario, metáfora
que se repite en el transcurso de la narración, como evidencia de que la
escritura es siempre una necesidad de dar sentido. “La novela es esa necesidad
de que entre el murmullo de palabras que no comprendemos del todo, existan
algunas especialmente dirigidas hacia nosotros”, escribe Méndez Guédez.
Arena negra, 2013 |
La anécdota que subyace debajo de las
tres historias que se leen en las 107 páginas editadas en Venezuela por la
Cooperativa Lugar Común es la de un español que abandona su tierra para venir a
hacer dinero en Venezuela dejando atrás una familia, cuyos integrantes se ven
obligados a darle sentido a su falta. El personaje principal es la hija que
justamente busca explicarse esta ausencia y el abandono reiterado: el padre se
fue primero en 1948, luego volvió y nació la narradora antes de que el se fuera
de nuevo en 1968, porque según dice, su “padre gusta de las repeticiones, solo
en ellas se llega hasta el fondo de un gesto”. La mujer construye dos
perspectivas: una es la del recuerdo y la nostalgia del padre y otra es la del
presente, en la cual a lo cotidiano –también el abandono de la pareja,
Guillermo– se le superpone la enfermedad y la vejez de la madre. Incluso, se me
ocurre que las letras sueltas son la metáfora de la descomposición del cuerpo
de anciana, que también arrastra la transmutación del recuerdo del padre – y de
Guillermo, ¿por qué no?– en el vacío.
Es en este
abismo donde Méndez Guédez construye la novela y la metáfora central que le da
el título: la arena negra es el recuerdo oscuro del abandono que la madre de la
narradora vivió como una sucesión de noches en vela a la orilla de la playa
esperando a quien no volvería jamás. Por eso, en su momento de senectud, la
hija observa al fondo de sus pupilas y descubre “una luna que escribe sobre la
arena negra”.
El otro asunto,
y además otra perspectiva escrita desde el presente, es el que propone el
escritor que va anotando los fragmentos de un dietario con el que Méndez Guédez
descubre ante sus lectores el bello fundamento de su poética: la idea de que
una novela y cualquier pieza narrativa pretenden “crear la calidez de lo inútil,
de lo íntimo”, es decir: que buscan darle sentido al vacío.
Y he allí donde
se unen las dos perspectivas que trenzan las diversas visiones de una misma
historia: en la necesidad de llenar un hueco, para lo que se multiplican las
frases, que son palabras, que son letras. Por eso se suceden las letras en la
novela, por eso el padre, cuando se marcha al trópico va tras una ciudad que
tiene todas las vocales. ¿Barquisimeto?
Barquisimeto, claro, el mismo lugar donde Mendez Guédez nació, en 1967.
Barquisimeto, claro, el mismo lugar donde Mendez Guédez nació, en 1967.
Y es en esta
relación entre las palabras y las letras con los lugares y los vacíos donde se
articula la fortaleza semántica de Arena negra: la idea de que aquél que
escribe es también quien ha sido abandonado, como si la literatura, como
creadora de mundos ficticios pudiera rellenar los vacíos dejados por el hombre.
@michiroche
(Primera edición:
11 julio de 2013: http://www.el-nacional.com/blogs/colofon/Mendez-Guedez-oscura-isla-letras_7_225047494.html)
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