Estoy a punto de
terminarme la novela El país de la
maravillas (2006) –Wonderland,
pues aún no se ha traducido al castellano– de Joyce Carol Oates.
Wonderland, 2006 |
Se trata
de un cuarteto de obras breves donde se desentraña el mito del Sueño Americano
a partir de la historia de Jesse Vogel, un joven que vio a su padre matar a su
familia –su madre y sus dos hermanos– y se hizo adulto para dedicarse a la
medicina. Y más allá de la prosa correcta y proteica de esta autora, así como
también de lo bien construidos que están sus personajes, existe algo en este
libro que me llama la atención: la capacidad que tiene la escritora
estadounidense nacida en 1938 para mostrar qué pasa en un mundo creado
enteramente por ella que se parece demasiado a nuestra realidad.
La también
autora de Blonde (2000) vuelve
a la premisa más básica de la narrativa: “muestre, no cuente”. Claro que si lo
miro desde el periodismo debe sorprenderme algo así, corriendo como estamos los
reporteros todo el tiempo para recolectar las informaciones y siempre
sacrificando el goce estético de la palabra escrita por la claridad y, peor
aún, por el espacio. Uno dice que pasó tal o cual cosa. Por ejemplo: “Fulanita” no quería tener un hijo porque no se sentía preparada, porque si ya su esposo
la descuidaba en los escasos meses que habían pasado desde su boda hasta la
fecha, temía que con un niño no pudiera obtener un ápice de su atención.
En cambio, Carol
Oates pone al lector frente a cada personaje. Y si hay la necesidad de que
alguno explique su comportamiento ella invierte párrafos y párrafos en mostrar
sus dudas o las maneras en que se propondría resolver ciertos dilemas. Por eso
reconstruye palmo a palmo los pensamientos de Helene cuando va a visitar a su
ginecólogo. La hace esperar en una sala llena de mujeres cómodas con la
maternidad. Hace que el lector lea línea a línea lo perverso que le resultan
las preguntas del médico –cuestionamientos que, reconocemos, son los mismos que
hacen los doctores en esas circunstancias– y luego narra cómo el examen vaginal
de rutina la hace dar patadas y manotazos por los aires hasta causarse una
hemorragia. Luego, para contrastarla con su esposo, que quiere una familia
grande, Carol Oates narra cómo a Jesse, que trabaja como Interno en un
hospital, le toca recibir mujeres que están al borde de la muerte por intentar
practicarse abortos caseros. Y mientras intenta salvarles, el hombre sólo
piensa en la incapacidad que tiene para comunicarse con su esposa.
Si bien el
ejemplo es extremo, porque la verdad que todo el libro está construido a partir
de la narración de hechos y la descripción minuciosa de sentimientos y
ambientes a tal punto de que al separarse de sus párrafos uno siente que algo
lo arranca violentamente de una realidad, es muy revelador de las maneras que
utilizan los escritores para poner en palabras sus historias.
Esto permite que
cada lector saque sus conclusiones y sus propios juicios de valor. He allí una
herramienta apreciable para el público inteligente: la capacidad que pueda
tener un escritor para mostrar, como esta autora de más de 75 años de edad,
cómo se comportan los seres humanos. Y es capital esto porque sólo a partir de
ver otros seres humanos actuando lo que a nosotros no se nos había ocurrido
verbalizar –por ignorancia, por pudor o por desidia– es que podemos entender
nuestros propios sentimientos.
Si Carol Oates
es una gran escritora es porque en su obsesión de mostrarlo todo y de poner al
lector ante la realidad literaria mezcla las grandes ideas con los pequeños
detalles y signa el avance de su argumento con la pregunta que guía toda
narrativa trascendente: ¿Y qué va a pasar ahora?
Por eso es que
sus escritos son recomendaciones imprescindibles para los escritores
principiantes. Y para los que tienen años sentados frente al a computadora. Bravo
por Joyce, porque de escritoras como ellas está hecha la Literatura, así, en
mayúsculas.
(Primera
edición: Agosto, 1 de 2013: http://www.el-nacional.com/blogs/colofon/Joyce-Carol-Oates-mostrar-versus_7_237046296.html)
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