Simon Leys (Bruselas, 1935) podría encontrar una
aguja en un pajar. Las encuentra, las examina, las memoriza, las guarda y
exhibe su brillo cuando escribe. Digo agujas para remitirme a mínimos incidentes,
anécdotas de lo variopinto, frases y detalles que a otros pasarían
inadvertidos. Más que un lector, un rastreador. Leys escoge una de estas
agujas, y ello le basta para escribir estas cautivadoras piezas cortas que
publica en La Quinzaine Littéraire y
en New York Review of Books. Un
curioso de paleta incomparable, donde coinciden escritores y artistas chinos,
referencias a culturas de distintas regiones del planeta y autores de la
tradición literaria occidental. Un inspirado que toma de aquí y de allá, anuda
sus agujas en un pensamiento paradójico, que plasma en breves textos sin
desperdicio. Su secreta inquietud: desde dónde pensamos. Cómo pensamos.
La felicidad de los pececillos |
La felicidad de los
pececillos. Cartas desde las antípodas (Ediciones Acantilado, España, 2011) nos
recuerda que “la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto o la estupidez no
son fruto de simples carencias, sino de otras tantas fuerzas activas, que se afirman furiosamente a
la menor oportunidad, y no toleran ninguna excepción a su tiranía. El talento
inspirado es siempre un insulto a la mediocridad. Y si esto es cierto en el
orden estético, aún lo es más en el moral”. Leys se revuelve contra los
prejuicios, al tiempo que intenta limpiar el parabrisas con que vemos el mundo.
Pondré algunos ejemplos. En Conocer y desconocer
China, Leys desmonta la obra de Francois Jullien, con argumentos demoledores:
no le interesa China, sino que se sirve de ella para darle forma a sus propios
pensamientos. En El éxito es vulgar expone al crítico norteamericano Edmund
Wilson como un gigante hueco. En “Los escritores y el dinero”, serie de tres
entregas, defiende una idea contraria a la tesis de la obsesión productiva:
nadie debería sentirse obligado a llevar sus fuerzas al límite, de modo de
preservar una parte de su vida, de su tiempo, para su propio bienestar. Copio
esta anécdota que Leys, a su vez, tomó de las Memorias del compositor ruso, Dmitir Shostakovich: “Un general de
Nicolás I tenía una hija; éste se casó con un húsar en contra de la voluntad de
su padre. Éste pidió al zar que tomara cartas en el asunto, y Nicolás I promulgó
de inmediato dos decretos: el primero anulando el matrimonio y el segundo restableciendo la virginidad de la muchacha”
(Leys podría tener una lejana afinidad con Eliot Weinberger, también fascinado
por las antípodas; en su libro Algo
elemental, publicado por la Editorial Atalanta, el neoyorkino hace algo
similar a Leys: reproduce una anécdota paradójica, que André Malraux, a su vez,
cuenta de la gata de Sthépane Mallarmé).
Nelson Rivera
@nelsonriverap
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