Distinta
a otros autores, Mariana Torres no escribe para soñar sino que sueña para
escribir. No más se levanta, esta autora nacida en la ciudad brasileña Angra
dos Reis en 1981 anota, en primera persona del presente, qué quimeras poblaron
los recorridos nocturnos de su mente. Redactar aquellas fantasías le permite
articularlas, ponerles orden y reconocer la fuerza de sus imágenes. “Hay
períodos en los que dejo de hacerlo y se me olvidan los sueños; entonces soy
menos creativa”, apunta la también profesora de la sede madrileña de la Escuela
de Escritores. Fue la costumbre de llevar un libro de sueños y el oficio de los
talleres los que dieron a Torres las herramientas indispensables para terminar
su primer libro de cuentos, El cuerpo
secreto (2015).
Once
relatos de ese libro son sueños. El lector los reconocerá con facilidad porque
tiene el ímpetu de las imágenes fantásticas.
Mariana Torres Foto: Alain André |
Pero
si aquellas imágenes, por muy poderosas que fueran, llegaron a estructurarse en
relatos es porque, además, Torres tiene oficio. Y es uno nacido del gusto por
el proceso de pergeñar ideas sobre papel. Escribir, así como el verbo, más que
el sustantivo, es una acción que la cautiva desde joven y si terminó estudiando
guión en la Escuela de Cine de Madrid fue justamente porque sintió que la
carrera en Filologías Hispánicas era una carrera muy teórica y ella quería algo
más práctico. “Lo hice un poco sin querer: fui haciendo las pruebas y me
admitieron y me dieron la beca, así que la verdad por eso fue que entré”,
explica la autora que de aquella experiencia sacó el cortometraje Rascacielos (2009).
Pero
pronto Torres aprendió que la cinematografía y la literatura son dos idiomas
radicalmente diferentes. Aquella etapa le pareció dura porque la obligó a desearse
de lo que ella lama “la retórica”: “Aprendes a escribir de otra manera: la
estructura de la historia, la caracterización de los personajes, las acciones.
Pero la retórica de la prosa, incluso su musicalidad, no te sirven para nada.
Hasta que recuperé la narrativa para escribir ficción me costó dos o tres años
y eso fue a partir de los talleres de escritura, en especial las clases de
Ángel Zapata”.
–
¿Cómo la experiencia de dar clases te
ayuda a escribir?
Los
temas de los cursos que doy en la Escuela de Escritores se refieren a mi manera
de hacer los cuentos: la niñez, las emociones y los sueños. Creo que esas son
mis tres especialidades y por eso están todas en el libro. Es como la historia
del huevo y la gallina: no sé si diseñé los cursos porque escribía de esta
manera o si escribo así por los talleres.
– También está el trabajo
con los escritos de otros…
–
Eso me ayuda a distanciarme de los míos. Cuando estás acostumbrado a leer
textos diferentes de alumnos distintos adquieres práctica en comentarlos, con
lo cual también aprendes a separarte de los tuyos. Ahora mismo yo no me acuerdo
de ningún texto de algún alumno y es porque hago una separación. Creo que esto
le pasa a todos los profesores de taller. Eso te ayuda a corregir. Si no
estuviéramos acostumbrados a leer o solo leyéramos buena literatura sería muy
deprimente. Estar acostumbrado a trabajar con literatura te acostumbra a
hacerlo con tus propios escritos también. De hecho, yo aún tengo algunos que si
paso tiempo sin leerlos ni me acuerdo que los he escrito yo.
– ¿Qué aprendiste
escribiendo El cuerpo secreto?
–
En primer lugar, este proceso me enseñó a elaborar un libro de cuentos
unitarios que es una cosa que nos sabía hacer. Aprendí a poner punto final a
los cuentos porque también soy de corregir mucho. Con mi libro también aprendí
a superar la imperfección, porque nunca sientes que el cuento está perfecto y
tienes que lidiar con esa sensación de que aunque está imperfecto, está más
vivo que si estuviera perfecto y es como soy yo ahora. Y es lo que hay. Se
trata de renunciar a la perfección porque es algo imposible. Si el cuento
perfecto estuviera escrito todos dejaríamos de escribir. Es absurdo buscar la
perfección.
@michiroche
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