jueves, 1 de octubre de 2015

Esa crítica del demonio

La antigua diatriba entre el valor de la literatura en contraste con el de su estudio no ha terminado puesto que el desafío de la crítica de este siglo es pensar en una forma de análisis literario que vaya más allá de la celebración o el descrédito de las novedades editoriales o de la repetición sobre los mismos clásicos manidos, pues si ya el estructuralismo se preguntaba quién es ese ser esquivo al que llamamos autor, depositando el poder de la interpretación en manos de los lectores, ¿para qué vamos los reseñistas (de la academia o del periódico) a indicarles lecturas de nada a nadie? Si acaso, apenas podemos formular alguna idea tomando como punto de partida lo que hemos leído. Y he allí la importancia que ha tomado en las últimas décadas ciertos usos de la literatura, digamos, académica.
El demonio de la teoría
La universidad nunca ha sido tan prolija como ahora en la producción de lecturas “informadas” sobre la narrativa, la poesía, el teatro y la ensayística, por solo referirme a algunos géneros de las letras. Desde el advenimiento de los llamados Cultural Studies, que pretenden entender el funcionamiento de las representaciones estéticas en el mundo mientras se estructura ante nuestros ojos atónitos la omnipresente Era de la Información, entendemos que el estudio del sentido de la producción artística no se limita solo a la literatura o a las artes plásticas, sino a cualquier manifestación intelectual o sentimental, desde una sinfonía hasta el diseño de los carteles para una protesta callejera. Nuestras universidades, en Europa tanto como en el Nuevo Mundo, se han afanado en multiplicar un inabarcable corpus crítico que en algunos casos sobrepasan la calidad y el volumen de la producción artística. Del hecho de que nuestros estudiantes prefieran leer las obras de los analistas y no los clásicos de la literatura se queja Antoine Compagnon en su más reciente libro, El demonio de la teoría: Literatura y sentido común.
Menos análisis teórico y más entretenimiento a partir de la lectura parece ser el lema sobre el cual se sustenta este divertido, además de culto, ensayo analítico. No se trata de restarle profundidad a las letras, sino de establecer una distancia entre la lectura del estudioso y el goce estético de las obras, donde el último debe ser lo primero. “La nueva crítica, como la historia literaria de Gustave Lanson algunas generaciones atrás, pronto quedó reducida a unas cuantas recetas, trucos y artimañas para tener éxito en las oposiciones. El entusiasmo teórico se estabilizó a partir del momento en que proporcionó algo de ciencia complementaria a la sacrosanta explicación de los textos”, escribe en la introducción al libro quien es titular de la cátedra de Literatura Francesa Moderna del Collège de France. A partir de esa afirmación, Compagnon lleva al lector a evaluar no solo el estado de la literatura como rama del saber y las posiciones tanto del autor como del lector en este mundo de vertiginosos intercambios de datos, sino también la evaluación de nociones fundamentales para la crítica como la historia, la identificación y el valor social de la producción literaria.
El curriculum de Compagnon es un aval de las opiniones que construyen las 312 páginas del ensayo editado hace unos meses por Acantilado. Formado como ingeniero de caminos, el también autor de ¿Para qué sirve la literatura? (2008), obra donde no solo defiende los usos de los libros sino que coloca el arte de escribirlos en el fundamento del desarrollo humano, es académico de la Sorbona de París y en la Columbia University de Nueva York, además de ser miembro destacado de la Academia Americana de Ciencias y Arte, sí como también del a Academia Europea y correspondiente a la Británica.
El demonio de la teoría es un ensayo recomendado para cualquiera que quiera entender el estado contemporáneo de la crítica, así como la literatura misma. Sin embargo, a mi me hubiera gustado que la mente analítica que Compagnon aplica para desprestigiar a las escuelas de Estudios Culturales la hubiera invertido también en desenmascarar el reseñismo acomodaticio de ciertos críticos de medios masivos, quienes usan su propia celebridad maquillada con teorías transformadas en poses de selfie para consagrar a escritores y afirmarse a sí mismos.
Por supuesto que siempre existirán reseñistas que solo cuenten con su fama para elaborar los discursos por medio de los cuales condenan o celebran las obras de tal o cual autor, a veces, incluso, cuando estos son sus amigos o enemigos. Y también sobrevivirán los académicos cuya urgencia por trascender profesionalmente les impida salir de los dictámenes del canon. Lo que cada vez son más escasos son los analistas de la realidad con la entereza de ánimo como para poner en su sitio a los individuos de cada uno de estos grupos. Por cada centena de reseñistas ególatras y por cada docena de críticos académicos hay solo un Compagnon. Que existan libros como El demonio de la teoría es un enorme paso para restarle importancia a ambos grupos. Y, aunque sea solo por eso, bien que vale la pena tomar en cuenta el trabajo de Compagnon.

@michiroche 

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