La
antigua diatriba entre el valor de la literatura en contraste con el de su
estudio no ha terminado puesto que el desafío de la crítica de este siglo es pensar
en una forma de análisis literario que vaya más allá de la celebración o el
descrédito de las novedades editoriales o de la repetición sobre los mismos
clásicos manidos, pues si ya el estructuralismo se preguntaba quién es ese ser esquivo
al que llamamos autor, depositando el poder de la interpretación en manos de
los lectores, ¿para qué vamos los reseñistas (de la academia o del periódico) a
indicarles lecturas de nada a nadie? Si acaso, apenas podemos formular alguna
idea tomando como punto de partida lo que hemos leído. Y he allí la importancia
que ha tomado en las últimas décadas ciertos usos de la literatura, digamos,
académica.
El demonio de la teoría |
Menos
análisis teórico y más entretenimiento a partir de la lectura parece ser el
lema sobre el cual se sustenta este divertido,
además de culto, ensayo analítico. No
se trata de restarle profundidad a las letras, sino de establecer una distancia
entre la lectura del estudioso y el goce estético de las obras, donde el último
debe ser lo primero. “La nueva crítica, como la historia literaria de Gustave
Lanson algunas generaciones atrás, pronto quedó reducida a unas cuantas
recetas, trucos y artimañas para tener éxito en las oposiciones. El entusiasmo teórico
se estabilizó a partir del momento en que proporcionó algo de ciencia
complementaria a la sacrosanta explicación de los textos”, escribe en la
introducción al libro quien es titular de la cátedra de Literatura Francesa
Moderna del Collège de France. A partir de esa afirmación, Compagnon lleva al
lector a evaluar no solo el estado de la literatura como rama del saber y las
posiciones tanto del autor como del lector en este mundo de vertiginosos
intercambios de datos, sino también la evaluación de nociones fundamentales
para la crítica como la historia, la identificación y el valor social de la
producción literaria.
El
curriculum de Compagnon es un aval de las opiniones que construyen las 312
páginas del ensayo editado hace unos meses por Acantilado. Formado como
ingeniero de caminos, el también autor de ¿Para
qué sirve la literatura? (2008), obra donde no solo defiende los usos de
los libros sino que coloca el arte de escribirlos en el fundamento del
desarrollo humano, es académico de la Sorbona de París y en la Columbia
University de Nueva York, además de ser miembro destacado de la Academia
Americana de Ciencias y Arte, sí como también del a Academia Europea y
correspondiente a la Británica.
El demonio de la teoría es un ensayo recomendado para cualquiera
que quiera entender el estado contemporáneo de la crítica, así como la
literatura misma. Sin embargo, a mi me hubiera gustado que la mente analítica
que Compagnon aplica para desprestigiar a las escuelas de Estudios Culturales la
hubiera invertido también en desenmascarar el reseñismo acomodaticio de ciertos
críticos de medios masivos, quienes usan su propia celebridad maquillada con teorías
transformadas en poses de selfie para
consagrar a escritores y afirmarse a sí mismos.
Por
supuesto que siempre existirán reseñistas que solo cuenten con su fama para
elaborar los discursos por medio de los cuales condenan o celebran las obras de
tal o cual autor, a veces, incluso, cuando estos son sus amigos o enemigos. Y
también sobrevivirán los
académicos cuya urgencia por trascender profesionalmente les impida salir de
los dictámenes del canon. Lo que cada vez son más escasos son los analistas de
la realidad con la entereza de ánimo como para poner en su sitio a los
individuos de cada uno de estos grupos. Por cada centena de reseñistas
ególatras y por cada docena de críticos académicos hay solo un Compagnon. Que
existan libros como El demonio de la
teoría es un enorme paso para restarle importancia a ambos grupos. Y,
aunque sea solo por eso, bien que vale la pena tomar en cuenta el trabajo de Compagnon.
@michiroche
No hay comentarios. :
Publicar un comentario