miércoles, 23 de septiembre de 2015

Voces de la locura corriente

Francisco Arévalo es poeta y con algunos premios que han reconocido su dominio de la lírica, prueba suerte con la novela. Su primer amago, La esquizofrenia de las golondrinas, obtuvo el premio Fundarte de novela. Las suspicacias y las hablillas del mundo literario no se hicieron esperar.
Háblame, háblame Iolanda
Con otra novela Háblame, háblame Iolanda (Ediciones Estival 2014) reincide con su peculiar universo narrativo. La oralidad le sirve como pivote para presentar un buen número de microhistorias, caracterizadas por una crudeza que raya en lo grotesco. En la novela dos mujeres dialogan o para ser especifico: una habla y la otra es sólo oídos. Una es paciente y la otra siquiatra. La que habla es cineasta, pero la hace de fotógrafa y es un caso clínico con posibilidades de salir de sus naufragios nerviosos. A esta voz se incorpora otra voz (Lucho) que es algo así como un escultor con mucho vicio (alcohol y droga). Cada capítulo va precedido de un epígrafe. Frases de una gama variada y de personajes del mundo de las letras, el cine, el arte o la música. Algunos son enigmáticos como este de Pessoa: “Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta”. También los hay de un humor raro como este de Frank Sinatra: “Uno tiene que vivir, porque morir es muy molesto”.
De la mujer que habla (Iolanda Teresa Bruno Freites) conocemos mucho. Mientras de la que escucha (Rosa María) no sabemos nada, pero de algún modo una es espejo y la otra en un mero reflejo. A la que habla/narra se podría definir con esta frase: “Los loqueros comprendieron que mi grito más fuerte era el silencio,…”
El autor aparte de ese artilugio de médico/paciente para echar a andar la novela emplea otros recursos como el diario, las cartas/notas tradicionales y con dichos elementos estructura una narración de gran fluidez, sin mencionar que los capítulos son breves y le permiten un respiro al lector de una logorrea florida y que trata de unir las piezas desarticuladas de una vida.

La novela concluye con una frase de un autor que ya nadie lee como Anatole France. “Una persona nunca es feliz si no es pagando el precio de ser un poco ignorante”. Aunque no hay que ser un pesimista aguafiestas ya que la felicidad, como lo expresa Fernando Savater, podría consistir en una receta minimalista: “Gustos sencillos y mente compleja”.

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