“Mi
vida puede resumirse en dos frases. Ya he gastado ambas”, escribe Manuel Moyano
en su microcuento “Laconismo”, publicado, junto otros 99 de ese género, en el
libro Teatro de ceniza, del año 2011.
Lo
bueno de esas frases es que no son autobiográficas. La vida de este autor
nacido en Córdoba en 1963 son muchas vidas a la vez, puesto que –a pesar de que
se graduó en la universidad como ingeniero agrónomo– ejerce con igual
desparpajo el oficio del narrador en distancias largas, breves y brevísimas, el
sesudo autor de ensayos de corte antropológico y ese, que parece menos
divertido, de funcionario del ayuntamiento de Molina de Segura en la sección de
cultura.
Manuel Moyano Cortesía Festival de la Lectura de Chacao |
A
sus 51 años de edad ha publicado 11 libros –2 novelas, 3 colecciones de relatos,
otra de microrelatos y 5 de ensayos–, pero para Moyano no es suficiente: se
asume como un escritor parcial. Y eso que quedó como finalista en el más
reciente Premio Herralde con su segunda novela, El imperio de Yegorov. La obra está compuesta de varios textos en
los cuales una expedición de antropólogos a Oceanía hace más de medio siglo
abre paso a una intriga de aventuras y espionaje contada por entradas de un
diario, recortes de periódicos e informes oficiales. “La antropología siempre
me ha impresionado, puesto que me gusta observar las diversidades entre
culturas y, a la vez, las similitudes que pese a todo hay entre todos los
hombres. Me interesa descubrir en qué medida la cultura puede modificar el
comportamiento”, señala el autor de El
experimento de Wolberg (2008).
La plenitud de lo parcial. Es interesante que Moyano se describa
como autor “parcial”, que no “vive de escribir”, puesto que no puede decirse
que sea un autor a medias ni improvisado. Además del reconocimiento de
Anagrama, ganó un reconocimiento con su primera obra de narrativa extensa, La coartada del diablo, el Premio
Tristana de Novela Fantástica (2006) y el premio Tigre Juan a la mejor primera
obra narrativa en 2001, cuando casi llegaba a los 30 años, por la colección de
relatos El amigo de Kafka. Tampoco
puede decirse que descubriera la escritura tarde, porque a los 17 años ya había
comenzado con esa costumbre. Entonces leía
a Isaac Asimov y Julio Verne y para él escribir era sinónimo de plantear
aventuras. “No pensaba en el estilo”, cuenta como quien revela su primer gran
hallazgo profesional: “Cien años de
soledad fue para mi una novela bisagra, puesto que pasé de solo interesarme
en qué se contaba en los libros a interesarme por la manera en que se escribe”.
Allí comenzó un deslumbramiento con los hispanoamericanos que lo llevó a conocer
autores como Mario Vargas Llosa, Julio Garmendia, Carlos Fuentes, Bioy Casares,
Mario Benedetti, entre otros: “Entonces me planteé escribir como una forma de
arte, pero aún así, desde ese momento hasta que publiqué mi primer libro,
todavía pasaron 17 años”.
Si
Moyano dice que es un escritor parcial es por su humildad: no vive de escribir
para no tener que administrar elogios ni preocuparse mucho por cualquier cosa
que no sea el disfrute de la escritura. Por eso el mercado no ensombrece la
bella fantasía de originalidad y mesura que es el rasgo de sus cuentos, tanto
en los breves como en los brevísimos –a los cuales, por su intensidad, asume
como las obras narrativas más próximas a la poesía.
El paseo sobre un meteoro. En Molino de Segura, la ciudad de unos
60.000 habitantes al sureste de España, donde vive Moyano, cayó en 1858 un
meteorito en cuyos efluvios los promotores culturales de la región han querido
ver el origen de cierta ebullición de escritores nacidos o residenciados en esa
cuidad cercana a Murcia, a pesar de que más allá de ser coetáneos no exista un ethos ni inquietudes comunes entre
ellos. Para honrar esta feliz casualidad literaria, hace casi un lustro se
inauguró el Paseo de las Letras en el Parque de la Compañía, con una decena de
placas al estilo Hollywood –pero que en lugar de estrellas tienen un asteroide
dibujado– dedicadas a los autores más célebres de la localidad; los nacidos en
Molina de Segura, como Lola López Mondéjar (1958), Paco López Mengual (1962) y
Lorena Moreno (1992), y los residenciados allí, como Elías Meana (Salamanca,
1946), Pablo de Aguilar
González (Albacete, 1963), Rubén Castillo Gallego (Blanca, 1966), Jerónimo
Tristante (Murcia, 1969), Marta Zafrilla (Murcia, 1982) y el
fallecido Salvador García Aguilar (Rojales, 1924 – Molina de Segura, 2005).
Moyano mismo pertenece a este grupo. “Hay una cierta desproporción entre el
número de habitantes y la ebullición literaria del lugar”, bromea y añade que
cuando les visitan escritores reconocidos –Almudena Grandes, Juan José Millas o
Fernando Savater– el ayuntamiento tiene la costumbre de investirlos de asteroides
honorarios.
Como
en el caso de El principito, que
tiene su propio planeta y que mira desde este lo más bonito de la tierra, Moyano
tiene su propio asteroide desde el cual mira la literatura. Y, quizá, en esas
dos opciones sí que le gustaría completar su escritura.
@michiroche
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